lunes, 19 de diciembre de 2011

Los tesoros de FOTCIENCIA

¡Enhorabuena a los ganadores de FOTCIENCIA 2011! FOTCIENCIA es un certamen de fotografía científica convocado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT). El objetivo del premio es acercar la ciencia y la tecnología a los ciudadanos a través de imágenes acompañadas de sus explicaciones.
Estos días, en tanto se producía el fallo del jurado, he andado navegando por la galería de imágenes de los concursantes, empapándome de ciencia. Las fotografías de la categoría MICRO (de objetos menores a un milímetro) han sido tomadas, en su mayoría, por científicos profesionales; con instrumentos de micrografía (óptica o electrónica) que no están al alcance de cualquiera o mediante técnicas de difracción que tampoco dominamos los profanos. En la modalidad general, sin embargo, es más común que seamos los ciudadanos de a pie quienes damos el paso de acercarnos a la ciencia para hacerle un retrato (visual y escrito). Si podemos ver con nuestros propios ojos el objeto que miramos, no es preciso dominar otra cosa que la cámara para obtener fotografías que ilustren hechos científicos. Participé, por supuesto, con dos fotografías: Lavar el agua y Fuerza y movimiento en el salto de la rana”. Necesito muy pocas vueltas de tuerca para ponerme a funcionar en algo que implique pensar un poco, redactar un texto y hacer fotografías. Encontrar un motivo no es complicado: enfoques lo que enfoques ─una medusa o una escalera de caracol─, la ciencia también aparece en la foto, sólo hay que traerla al primer plano.

Estructuras invisibles”. Primer premio de la Categoría General FOTCIENCIA 9. Carlos Cuenca Solana
Descubrir qué nos movió a fotografiar un animal puede inspirar un texto de biología. Por su aspecto amenazador; por su aparente fragilidad; porque vuela; porque nada; porque se arrastra; porque se transforma; porque advierte; porque envenena… Y lo mismo ocurre con las plantas y con los paisajes. Todos los ambientes que hayamos mirado pueden ilustrar alguna explicación de las ciencias de la tierra y del espacio. El Ártico es un ejemplo del calentamiento global; los volcanes, de la liberación de energía; los cañones y  los glaciares, de la erosión y la huella del tiempo; las estaciones eólicas y las placas solares, de las energías renovables…
Gran acierto de FOTCIENCIA: sin ambas categorías no se produciría una osmosis perfecta entre la ciencia y el ciudadano. En la ciencia, igual que en la música, viene muy bien incluir viejos éxitos para que el público preste más atención a los temas nuevos. Ahora, ya, sí les toca a los profesionales de la investigación científica dar el paso de acercarnos sus avances. Ahora, los artistas de la categoría MICRO analizan sus muestras con resonancia magnética nuclear o introducen el objetivo bajo la radiación de una lámpara ultravioleta y me muestran lo casi nunca visto: el interior de la materia. De repente, puedo darme un paseo por las entrañas del plancton, las bacterias, virus, parásitos, hongos, cristales, compuestos orgánicos, moléculas, células, elementos químicos… Se me abren las puertas de sus laboratorios, y las brumas se disipan. Una avanzadaza tecnología se pone a disposición de mi limitado sistema visual. A veces, ni siquiera necesito luz; cuento con microscopios de fuerza atómica que generan ante mis ojos miopes imágenes tridimensionales de partículas que casi puedo acariciar.
La proximidad hipnotiza; es como engancharnos a la historia de un personaje literario cuando el autor nos coloca en su punto de vista. Aquí estoy, dentro de la escala nanométrica; viviendo una aventura fascinante. Entré en la primera imagen y ya no hubo vuelta atrás: tuve que seguir mirando. Me sentía descubridora de un Lilliput inexplorado; Alicia en un Nano-país de las maravillas, lleno de lo que parecían islas desiertas; montañas nevadas; naves espaciales; selvas bananeras; estrellas radiantes; palacios de Gaudí o laberintos poblados de monstruos… Toda una hazaña. Pasaba de una foto a otra preguntándome qué suelo estaba pisando. ¿Un compuesto orgánico; un cristal; un cascarón de nuez, una gota de sangre, un metal oxidado? En plena odisea, me acordé del día en que le pusieron gafas a uno de mis hijos. El niño anduvo rodando de la mañana a la noche. Es como si el bordillo se hubiera convertido, de repente, en algo abstracto o fluctuante que él hubiera dejado de reconocer. Cuando le ayudé a levantarse por enésima vez y le pregunté qué le estaba pasando, me respondió: “Es que, hoy, el suelo está mucho más cerca”.
En fin, que también yo tenía que aprender a mirar el mundo bajo esta otra óptica y, para eso, necesitaba las explicaciones de los textos: el manual de instrucciones de mis “gafas” nuevas. Son esos textos los que tienden puentes entre la tecnología y quienes la usan. Lo digo con orgullo de escritora: las imágenes de este certamen no podrían atracar nunca en las entrañas del conocimiento si no llevasen el mapa del tesoro de la ciencia. Aquí quería llegar yo, a este precioso cofre de información en que descubro que lo que tomé por un grano de arroz es el polen de una orquídea; que iba a chupar una pila creyendo que era un helado; que no vengo de una caverna, sino de un estigma; que aquel caballito de mar era, en realidad, una neurona; que no he surcado el Amazonas, sino el cerebro; que este corazón era una piedra y aquel monstruo la larva de un insecto.

Bolas de helado”. Primer premio de la categoría Micro Fotciencia 9. María Carbajo Sánchez
¡Cómo habría disfrutado Julio Verne! Le habría fascinado la nanotecnología, una ciencia reciente cuyos logros revierten en todos los campos de la investigación. Se ocupa de reestructurar la materia a una escala diez mil veces menor que el grosor del cabello humano. Esta ciencia copia estructuras de la naturaleza y las “domestica” para obtener materiales similares a los existentes, pero con propiedades que se pueden controlar y adaptar a nuestras necesidades. Gracias a ella, por ejemplo, los cirujanos cosen nuestras heridas con hilos tan elásticos y resistentes como la seda de la araña. Pero la nanotecnología no sólo es útil dentro del quirófano y del laboratorio: optimiza todas nuestras herramientas. Desarrolla materiales capaces de absorber gases, de cortar metales, perforar rocas; aislar de la electricidad; proteger contra el fuego; impedir la adherencia de nuestros enseres de cocina o prestarles las propiedades ópticas del cristal líquido a nuestros aparatos electrónicos…
Una cosa me ha llamado la atención de este certamen: los científicos emplean todo su ingenio y la tecnología más puntera en desentrañar misterios; no obstante, en muchos de los comentarios con que interpretan el interés científico o tecnológico de los hechos que han observado, nombran a seres mágicos, reflejos mágicos, estrellas mágicas… De verdad, me sorprende. ¿Acaso no nació la ciencia cuando alguien se dio cuenta de que el rayo no venía del cabreo de algún dios? Sí, ya lo sé, es una forma de hablar: recurrimos a los mitos para hacer literatura; pero yo no creo que haya contradicciones entre la belleza de una imagen y el conocimiento (ausencia de misterio) de su significación científica. Saber qué provoca el rayo no logrará que éste deje de impresionarme. La ciencia y la magia se llevan como el agua y el aceite cuando deben convivir en textos de menos de mil caracteres. En tan pocas líneas, ya es bastante con que nos quepa todo lo que hay que decir de la materia y de sus equilibrios inestables; de sus simetrías escondidas, de sus proporciones, de su armonía, del color de lo químico, de sus irisaciones, de su luminiscencia…
Me ha llevado días despegar la nariz de estas bellas imágenes. No sólo felicito a los ganadores; le doy mi enhorabuena, también, a FOTCIENCIA. Su enfoque visual y festivo logra que la ciencia y la tecnología se adhieran al objetivo de nuestras cámaras, que las dispersan en una suerte de polinización. Animo a todo el mundo a echarles un vistazo a sus fotografías y a sus textos; hasta entonces, les avanzo mis primeras impresiones: a) que la ciencia y la tecnología establecen, en la actualidad, una estrecha simbiosis de la que todos nos beneficiamos; b) que ambas están cambiando el mundo, pues sus logros se emplean en minimizar nuestra huella ecológica y mejorar nuestra calidad de vida, y c) que, aunque no todos los científicos se expliquen como Carl Sagan, sí hay muchos de ellos que ven la realidad que hay tras el espejismo y la describen de un modo interesante y claro, logrando una conexión “mágica” entre la ciencia y el ciudadano (perdonadme la broma, pero yo soy muy dada a la ficción y, aquí y ahora, me he permitido 8.747 caracteres, contando espacios).

viernes, 25 de noviembre de 2011

Próxima parada: “Hoyos”, de Louis Sachar

Hoyos” (2001) es una novela juvenil que mezcla el humor, la intriga, la aventura y los personajes. Cuenta cómo, un mal día, al salir del colegio, Stanley Yelnats es detenido por robar las deportivas, de Clyde Livingston (un famoso jugador de béisbol), que iban a ser subastadas para un asilo de niños sin hogar. Stanley es inocente; aún así, se resigna a su condena porque la mala suerte persigue a su familia desde que su tatarabuelo no cumpliera una promesa. El chico es “internado” en el Campamento Lago Verde, en un desierto que, antes, había sido un gran lago. Allí, conoce a un grupo de chicos; entre ellos, Zero, que se convierte en su mejor amigo. Juntos, Zero y él, descubrirán la verdad que se esconde en el reformatorio juvenil.
Hace un par de semanas, cuando volví a encontrarme con “Hoyos” en mis estanterías del salón, yo había leído este libro ya dos veces y, por algún disgusto familiar que aquí no viene a cuento (supongo que culpa de mi tatarabuela), no me sentía con ganas de ahondar en ningún libro. “Mi corazón está frío”, pensé. Pero “Hoyos” me dijo: “Eso lo arreglo yo”.

Normalmente, las novelas para jóvenes se ciñen a un hilo argumental sencillo, no vaya a ser que se distraigan los lectores inexpertos. Todos habéis sido novatos alguna vez en esto de la lectura: ya sabéis lo que se siente. “Hoyos”, sin embargo, no es un campamento de señoritas, sino una novela con todas las de la ley (es decir, una historia de historias). A su autor, Louis Sachar, no le da miedo introducir varias tramas secundarias en la principal; narraciones de episodios ocurridos muchos años antes de que naciera el chico protagonista; todas ellas, tan redondas (introducción, nudo y desenlace) que parecen cuentos. La profundidad que este desarrollo temporal le da a la obra hace que “Hoyos” sea una de esas novelas juveniles de las que puedes disfrutar a cualquier edad, aun cuando ya seas un lector experto. Porque, quizás, ir leyendo a la vez varias historias exija un poquito de concentración, pero, aquí, es el autor quien realiza el esfuerzo de intercalarlas alrededor de la principal, para que no perdamos el sentido general de la novela.

Ojalá estructurase yo con tanta maestría. ¡Ojalá!, ¡ojalá! Louis Sachar ha sabido formar un cordón perfecto; una guía a la que agarrarnos para cruzar este bello laberinto de relatos. Lo bueno es que trenza los hilos argumentales de tal forma que el resultado parece un hilo sencillo. Eso es lo que pensé hace un par de semanas, cuando volví a encontrarme su novela en un rincón de casa y la magia de la sencillez que yo le recordaba actuó sobre mí como un imán gigantesco. Ya no podía hacer nada, salvo enfrentarme al peligro que conlleva toda relectura. Suponía que alumbrar con la razón mis primeras emociones era lo peor que me podía pasar; con todo y eso, abrí la novela por tercera vez; acepté una pipa que vi entre sus páginas por todo almuerzo, y dije: “De acuerdo, Sachar, va a haber una investigación sobre todo lo que ha pasado aquí. No tengo por costumbre analizar los libros, pero estoy tan maravillada con tu estructura, que, esta quincena, por una vez, voy a deshacer tu cordón de TRAMAS para ver cuántos cuentos me cuentas y qué relación hay entre ellos”.

En fin que, en lo más hondo de esas tramas (de las que os habló ayer mi tatarabuela, que se mete en todo), he vuelto a encontrarme, por tercera vez, un tesoro oculto. Sólo ha sido cuestión de tener buena vista, pues el dedo de Sachar es como “el pulgar de Dios”, señalando adonde hay que mirar: al nido de conexiones (muy bien anunciadas) que hay entre nosotros y nuestros antepasados (no sólo entre Stanley IV con el resto de los Yelnats; sino, también entre Zero y Vigilante con todos los suyos).
Finalmente, que el protagonista cumpla la promesa pendiente de su tatarabuelo con el tataranieto de Madame Zeroni, mal que le pese a la tataranieta de Trucha Walker, es toda una revelación. Así es como, ─en el desenlace─ se enlazan en uno solo, sin nudos ni enredos, los cabos de esta preciosa trenza de historias. Finalmente, sí he sacado algo bueno de leer a la vez varios “cuentos” (además de fortalecer los músculos de mi cerebro): un placer inmenso. ¿O no es interesante saber que, antes de que yo naciera, alguien se ahogó en el desierto en el que yo puedo morir de sed? Descubrir cosas como ésa me ha hecho sentir que (aunque no sea la tía más afortunada del mundo) estoy, por una vez, en el libro adecuado. Leer sirve para algo (preguntádselo a Zero).
He terminado esta novela muy cansada: me caeré si se me posa una mosca; sin embargo, estoy tan contenta que hoy no me dormiría ni aullándole a la luna la nana de mi tatarabuela. Mi corazón se estaba endureciendo con esas amarguras que envenenan, pero ha adquirido el sabor dulce de un melocotón en almíbar. Ése es el botín escondido de esta novela que tantas veces me ha sacado de la cama: abrir “Hoyos” rellena vacíos. Ahora tengo una maleta de emociones nuevas; emociones que me salvarán cuando la nada me rodee y me obligue a perseguir espejismos.

Respondiendo a la pregunta de Carmen Nemrac I, eso es lo que he sacado de este libro: ¡literatura!, ¡literatura dulce y fresca! Es lo único capaz de hacer que llueva en los corazones desérticos. Escupíos en las manos y escarbad en el libro, os lo recomiendo. Saldréis del último hoyo con un tesoro; y, eso, sin tener que pisar serpientes de cascabel con los tobillos desnudos.  ¡Ojalá!, ¡ojalá!

jueves, 24 de noviembre de 2011

“Hoyos”. ¡Estructura! !Estructura pura y fresca!

Ahondando en la entrada de “Hoyos(“PRÓXIMA PARADA: “Hoyos”, de LOUIS SACHAR, que Carmen Nemrac V, mi tataranieta-desastre-inútil-ladrona-de-estilos publicará el siglo que viene). Por Carmen Nemrac I.
Como sabéis, el autor de “Hoyos” es Louis Sachar (Nueva York en 1954), experto en literatura juvenil. Sachar ha escrito, además, “Sexto Grado Secretos”, “Los perros no cuentan chistes”, “Secuestrado en el nacimiento”, “Escuela Wayside”, “¡Súper rápido, fuera de control!”, “Hay un chico en el Baño de la chicas” y “Pequeños pasos”.
Hoyos” es una novela recomendada a partir de 12 años. Ha sido publicada en 16 lenguas y galardonada con los premios “National Book Award” para lectores jóvenes y “Newbery Medal”. También ha sido llevada al cine: La maldición de los hoyos”, dirigida por Andrew Davis y protagonizada por Sigourney Weaver, Jon Voight y Shia LaBeouf.
Fotograma de la película "La maldición de los hoyos"

Aquí van las tramas de la novela, de las que mi tataranieta-desastre-inútil…, que ha leído el libro tres veces, igual que yo, tendría que haber hablado ya hace años (para que no la maldigáis):
TRAMA A (PRINCIPAL): Stanley Yelnats IV & Zero. Ocurre en la actualidad, en Texas. Es la historia que hace que, en seguida, hasta yo empiece a ver el mundo con los ojos del protagonista (punto de vista) y me convierta, por tercera vez, en el cuarto Stanley Yelnats de mi familia: un niño inocente, gordito, con poca autoestima, poca aceptación social y poco dinero. Mi peor problema es que, normalmente, estoy en el momento equivocado en el lugar equivocado y eso me hace parecer un chico malo… Siempre. Hasta mi héroe, un famoso jugador de fútbol, piensa que soy un cochino ladrón. Tengo tan mala suerte, que si alguien tira algo que ha robado, me cae a mí encima, junto con un castigo que no merezco. En fin que, sin comerlo ni beberlo, me veo en el Campamento Lago Verde; que ni es lago ni es campamento; es un correccional juvenil en medio del desierto, cuajado de mortíferos lagartos de pintas amarillas. Estoy aquí, vestido de naranja, con 18 meses de infierno por delante. Tengo una cantimplora vacía, una pala, y la misión de cavar un hoyo al día bajo un sol criminal que sí merecería que lo encerrasen. A diario, hinco la pala en la tierra y me peleo con la sed, con los 35 grados que haría a la sombra (si la hubiera), con las ampollas, con las quemaduras solares, con las agujetas, con las serpientes de cascabel y con la tierra que yo mismo he sacado y que se me acaba viniendo encima. Si encontrase un charco de lodo, lo lamería. Ya no soy Stanley: soy El Cavernícola, y me doy con un canto en los dientes, porque, aquí, tener un apodo es una señal de que te permiten existir y ponerte en la fila del agua, aunque sea el penúltimo. Si no fuera por mi amistad con Zero, me sentiría solo entre unos compañeros que parecen no querer a nadie y unos “monitores” crueles que sólo usan la imaginación para encontrar castigos más severos.
TRAMA B (Pasado familiar remoto): Elya Yelnats & Madame Zeroni). Es la historia de un antepasado de Stanley: su tatarabuelo-desastre-inútil-ladrón-de-cerdos. Es necesario contarla porque, aunque transcurre más de cien años antes de que Stanley naciera, Elya es el culpable de la mala suerte de los Yelnats; aquel en quien todos piensan cuando salen mal las cosas. Elya Yelnats nació en Letonia. De él en adelante (al menos, hasta Stanley IV), todos los Yelnats tendrán una suerte pésima por culpa de una maldición que pesa sobre ellos desde que Elya dejó sin cumplir una promesa.
Todo ocurrió cuando Elya tenía quince años. Madame Zeroni, una vieja egipcia, le había regalado un cerdo y le había dicho cómo engordarlo para que él pudiera competir con el otro pretendiente de la chica de la que se había enamorado. Madame Zeroni (a quien le faltaba una pierna) le hizo aquel favor con la condición de que, al final, le subiera la montaña a ella; pero, llegado el momento, Elya se olvidó de la chica, del cerdo y de la vieja, y se marchó a América (a California) con su maldición a cuestas.
TRAMA C (Pasado familiar): Stanley Yelnats I & Kate “Besos” Barlow. Es la historia del bisabuelo de Stanley; el primer Stanley de la familia Yelnats. De él en adelante (al menos, hasta Stanley IV) todos los Yelnats serán hijos únicos y todos se llamarán Stanley (“Stanley Yelnats” se lee igual del derecho y del revés). Stanley I vive un siglo antes que el protagonista, pero contar su vida es necesario porque es el Yelnats que pasó por el mundo con más gloria (hizo una fortuna en la bolsa de Nueva York), pero también con más pena (la perdió toda en Texas; cuando, a su regreso a California, su diligencia fue asaltada por la forajida Kate “Besos” Barlow, que se llevó su maleta y lo abandonó a él en mitad del desierto). Al menos, tuvo la fortuna de que Kate no le besara (sólo besaba antes de matar). Stanley Yelnats I sobrevivió a su encuentro con la forajida. Aguantó sin comida ni agua 17 días en el desierto; porque, según decía, encontró refugio en “el pulgar de Dios”, aunque anduvo tan desorientado que ni él mismo supo nunca a qué se refería con eso. Lo único que supo fue echarle la culpa al maldito de siempre (el tatarabuelo de Stanley), su padre-desastre-inútil-ladrón-de-cerdos.     
TRAMA D (Presente familiar): Stanley Yelnats III & Stanley Yelnats IV. El abuelo de Stanley (Stanley Yelnats II) debió de tener una vida corriente, puesto que Sachar salta desde el bisabuelo, el triunfador asaltado, hasta el padre de Stanley, un inventor inteligente y perseverante, pero de escasísimo éxito (por no decir fracasado) que también culpa de su mala estrella a su bisabuelo (tatarabuelo del chico). Hasta ahora, vivir junto al padre de Stanley (California) ha sido como vivir dentro de un zapato, pues intentaba encontrar una fórmula para reciclar zapatillas (sin dinero para un laboratorio… ni para un abogado) cuando, por culpa de otras zapatillas, detuvieron a su hijo y se lo llevaron a Lago Verde. Estos dos Yelnats (III y IV) no sólo comparten la mala suerte, sino también momentos felices (cuando el padre le canta al hijo la vieja nana de la familia) y una esperanza que no pierden nunca los de su apellido. El cariño de los padres de Stanley es fundamental en esta historia; pues, sin él, y sin las cartas de la madre, el corazón del niño se habría endurecido demasiado.
Hasta aquí las historias de los Yelnats, pero el autor aún incluye otras tramas (con sus propios desarrollos temporales) referidas a otros personajes que se cruzaron con ellos en un lugar: Lago Verde (Texas):
TRAMA E (Pasado Remoto de Lago Verde): Katherine Barlow – Sam. Es una historia de amor que se convertirá en una historia de odio, venganza y avaricia. Ocurrió hace 110 años, cuando Lago Verde era un pueblo apacible a la orilla de un lago color esmeralda. Por aquel entonces, Katherine Barlow era una maestra adorada por niños y mayores, y famosa por sus melocotones en conserva. Charles Trucha Walker era un joven fanfarrón y rico a quien ninguna mujer le había dicho que no a pesar de olerle tan mal los pies, y Sam un vendedor ambulante de cebollas, dueño de un campo secreto de ellas y de unos labios a los que Katherine Barlow sí dijo que SÍ. Sam era un negro muy respetado porque sus cebollas eran el remedio de todos los males y porque también él lo arreglaba todo. “Eso lo arreglo yo”, le dijo a la maestra un día de lluvia en que ella estaba triste. El beso con que le arregló el corazón es un giro importantísimo: convierte al envidioso Charles Walker en el cabecilla de un linchamiento; a Sam y a su burra Mary Lou en historia; a Lago Verde en un pueblo fantasma a la orilla de un desierto, y a Katherine Barlow en Katherine “Besos” Barlow, la temible forajida que asalta los caminos y se pinta los labios de rojo para besar antes de matar.
TRAMA F (Presente de Lago verde): Vigilante & Campistas. Es la historia de una mujer, Vigilante; pero viene de muy atrás (de la avaricia de Trucha Walker). Vigilante, la maldad en persona, es dueña y señora de la única sombra del “lago”. Vive en la cabaña en que vivió sus últimos días la legendaria forajida. Ella y sus padres, y los padres de sus padres llevaban cavando cien años en busca del botín de “Besos” Barlow. Ahora, cavan los “campistas” de Lago Verde, que ya no es “el cielo en la tierra”, sino una llanura de tierra reseca. Aunque ellos apenas ven a Vigilante, no hay cosa que teman más que sus uñas envenenadas. Saben que los está vigilando, a ver si encuentran algo en el fondo de sus hoyos…
Espero que mi tataranieta-desastre-inútil cumpla la promesa que incumplió el día quince y se digne a contarnos pronto qué es lo que ella ha encontrado en “Hoyos”.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Libertad bajo palabra

Y, puesto que aún tenemos que hablar de muchas cosas, hoy charlo con el poeta de una palabra que late bajo todas las que él dice: la palabra LIBERTAD.

  “Alas de alambre”. Foto: Carmen Montalbán

La libertad siempre es grande, y pudiera ser mayor… si preparas el terreno. Cuando acude a nuestro lado, la escuchamos dialogar en apenas un susurro sobre la dignidad y los derechos; pero, si alguien nos la quita, nos da gritos colosales que el poeta escucha y repite, como en eco.

Porque la poesía es la fábula de nuestro viaje sin fin por el mar desconocido, y el poeta es el viajero que se marcha a la aventura. Con su brújula interior; un horizonte al fondo y campo abierto, se convierte en un ángel de grandes alas, hechas con las cadenas de su férreo derecho a decidir.

“Campo abierto”

Y es que el poeta es libre, aunque esté preso. Por amor a lo que vuela, no hace nido en este suelo. Ahora, quisiera saber cuánto abarca el mar bravío, pues, para él, la tierra es chica y sólo puede crecer al lado del mar amado.

“El mar amado”. Foto: Carmen Montalbán

Así que, harto de vivir en las prisiones del tiempo, ese hombre libre que digo nuestro poeta toma la libertad bajo palabra y se marcha, viento en popa, a cantarle odas al aire; como una cometa al viento.

“Para él, la tierra es chica”. Foto: Carmen Montalbán

*He empleado para este recorte versos de poetas citados al final de mi entrada “Que tenemos que hablar de muchas cosas

miércoles, 19 de octubre de 2011

Lo que puedes encontrar EN LA TIERRA DE LOS SUEÑOS

Desde que entré en el libro El amor de una mujer generosa, de Alice Munro, he oído varias veces por la radio “En la tierra de los sueños”, un tema musical del dúo vasco La dama se esconde (Nacho F. Goberna e Ignacio Valencia), que yo solía escuchar en los años 80. En él, un hombre enamorado desea que la media sombra que le falta se encuentre esta noche con él; aun cuando el encuentro en sí sea una ficción, una fantasía, un sueño.

Bifurcaciones I”. Foto: Carmen Montalbán
No me pregunten por qué (que ya me lo pregunto yo solita), pero esa canción ha logrado asociarse en mi mente con este libro, en el que aún sigo zambullida. ¿Relaciono, acaso, su letra con los cuentos de Alice Munro porque muchas de sus protagonistas viven recluidas en un mundo de sueños?; ¿o porque tanto el tema musical como los relatos hablan del secreto (temor, culpa o deseo) que ocultamos, muy adentro, las personas?
No sé. Dudo que las guitarras acústicas y las percusiones electrónicas de La dama se esconde tengan que ver demasiado con un mundo literario tan sutil y elaborado como el de la escritora canadiense, pero tampoco creo que sea casual que estos últimos días tararear el estribillo de La dama Encuéntrame esta noche en la tierra de los sueños me ha impulsado a hojear de nuevo el libro de Alice Munro… y viceversa. He releído cantando. He trascrito la letra de esa canción en el mismo cuaderno en que anoté las frases que le tomé prestadas a la autora de los cuentos para que mi comentario sonara como su voz; y en otros muchos cuadernos más. Escrita en una simple servilleta de papel que, al final doblo como un barquito, esa letra levanta ondas en mi corazón, aunque no sea ninguna obra de arte. La he garabateado también en hojas sueltas, junto a otras obsesiones mías de esta temporada (como si consigo iniciar la semana no fumando ─ “L no F”: el lunes, no fumo─; o si, por el contrario, la empiezo tal como acabó, con el cigarrillo en la boca (L F después de un Domingo XXF; es decir, desisto de dejarlo). Si les menciono estas absurdas notas mías es porque, a veces, la mente de una llega a un punto de conexiones tal, que ella sola abre puertas entre unos mundos y otros, como ocurre en los sueños, en el arte, en la literatura, en lo kafkiano...
Puesta a asociar ideas y a buscar figuras escondidas, también “Kafka en la orilla” me viene a la cabeza, por supuesto. Si no lo entendí mal, el autor, Murakami, propone buscar la tierra de los sueños, atravesando mares interiores, para reencontrarnos con nosotros mismos, ¿lo recuerdan?

 Universo imaginario”. Foto: Carmen Montalbán
¿Cómo van a olvidarlo? Les torturé con cinco entradas en mi blog el año pasado, poco tiempo después de escaparme a esa espléndida novela, en cuya orilla todavía floto como un náufrago. Si las visitan luego (Tramas tramadas en “Kafka en la orilla”; Los míticos mitos de “Kafka en la orilla”; La biblioteca conmemorativa “Murakami”; Ecos de “Kafka en la orilla”: música y películas, y Citas literarias de “Kafka en la orilla” ), verán que registré en el cajón de las cosas inolvidables y les hice una lista de los detalles que podría utilizar mi inconsciente para reinventarme a mí misma; un recuento de las reliquias que he ido encontrando bajo la arena a lo largo de mi vida y que, por tanto, también podrían encontrarme a mí, en el caso de que me extraviase más allá de las lindes de la conciencia. Pero la lista no está cerrada (¡Estaría yo muerta!) y hoy la amplío, por el gusto de ampliarla. Si entrase en coma como el protagonista que pierde su propio rastro en un bosque de senderos bifurcados, pónganme esta canción, entre otras; léanme estos dos libros, entre otros, y enciendan un cigarrillo a un palmo de mi nariz (igual da rubio que negro)…, que saldré para fumármelo.
Entre tanto mientras me escondo en mi propio misterio yo también, les dejo, letra por letra, con permiso de La dama, En la tierra de los sueños; por si a ustedes les fascina tanto como a mí el hecho de que la literatura y la música se nos cuelen en el corazón, como el viento por las rendijas, y nos graben a cincel, en el cerebro, ideas capaces de conformar tan dispares y tan ricos universos imaginarios.




Bifurcaciones II”. Foto: Carmen Montalbán

La dama se esconde… “En la tierra de los sueños” (letra)

Si yo pudiera estar esta noche contigo
una hora más…
Si yo pudiera soñar y decirte al oído
un deseo secreto…

Encuéntrame esta noche en la tierra de los sueños.

Si yo pudiera estar esta noche contigo
y verte al despertar…
Si yo pudiera gritar y mirarte sin miedo
al sentirte tan cerca…

Si yo… si yo…
Si yo… si yo…
Si yo… si yo pudiera…

Encuéntrame esta noche en la tierra de los sueños.
Encuéntrame esta noche.

Si yo pudiera estar esta noche contigo
una hora más…
Si yo pudiera soñar y decirte al oído
un deseo secreto…

Si yo… si yo…
Si yo… si yo…
Si yo… si yo pudiera…

Encuéntrame esta noche en la tierra de los sueños.
Encuéntrame esta noche.
Encuéntrame esta noche en la tierra de los sueños.
Encuéntrame esta noche.

Si yo… si yo…
Si yo… si yo…
Si yo… si yo pudiera…

Ah, ah, ah… en la tierra de los sueños…

sábado, 1 de octubre de 2011

“El amor de una mujer generosa”, Alice Munro

“Durante todo el tiempo en que fui una joven esposa, y más tarde, aunque no mucho más tarde, mientras fui una joven madre  ocupada, fiel, satisfecha con regularidad─, siempre tuve sueños, de cuando en cuando, en los que el asalto, la reacción, las posibilidades, iban más allá que cualquier cosa que ofreciera la vida. Y en los que el romanticismo quedaba borrado del mapa. También la decencia. Nuestra cama la del señor Gorrie y la mía era la playa de grava o la tosca cubierta de barco o los ásperos rollos de cabos grasientos”.
“El amor de una mujer generosa”, Alice Munro. (Fragmento del relato “La isla de Cortés”).
“El amor de una mujer generosa” es un libro de ocho cuentos; cada uno de ellos, una sutil obra maestra acerca de las relaciones humanas. Considerada como la Chéjov canadiense, su autora, Alice Munro (Ontario 1932) constituyó la base del realismo moderno. Además de este libro de relatos, es autora de obras como “Las lunas de Júpiter”, “El progreso del amor”, “Amistad de juventud”, “Secreto a voces”, “Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio”, “Escapada”, “La vista desde Castle Rock” y “Demasiada felicidad”.

Muchas son las religiones e ideologías que han menospreciado a la mujer a lo largo de la historia. Recuerdo, por ejemplo, un cartel que circuló por Facebook hace algunas semanas, con citas de pensadores de la iglesia Católica que, desde distintas épocas, venían a decir lo mismo: que las mujeres no somos personas, sino sombras y objetos de quienes sí lo son: los hombres. ¡Vaya por dios! ¡Sí eran listos! Estaba yo leyendo aquellas venenosas frases célebres con que nos apartaron del camino, el día que un amigo llamó a mi puerta con un regalo. Te he comprado El amor de una mujer generosa”, me dijo. Es un libro de relatos de una mujer, Alice Munro. Rasgué el envoltorio con la punta de los dedos, como si hubiera que desenmarañarlo de un alambre de espino; porque, aunque seguía indignada contra el machismo, presentía que iba a encontrar feminismo explícito en un libro de ficción, y no soporto esa idea. Pero me equivoqué. Que Alice Munro me perdone el prejuicio. “El amor de una mujer generosa” es, lisa y llanamente, literatura; una hermosa invención donde el alma puede cambiar de aires.

COTO PRIVADO

En cuanto abro el libro, me veo rodeada de bancos de nieve y caléndulas de pantano. La cubierta es como una escotilla por la que puedo entrar en Canadá, a reparar mis naves. En cada relato, un nuevo alojamiento: una choza majestuosa con luces de jungla; un oscuro cuarto de alquiler; un bosque incendiado; un bungaló con cortinas de tela de saco; una cabaña frente a un maizal; una caravana; un sueño angustioso; una granja decrépita que, más que alzarse, se hunde en un mar de yerbajos…

Y, en cuanto a la geografía humana, los personajes en los que me interno no se encuentran en mejor estado. Cada corazón de cada protagonista es una trampa mortal que me empuja, entre curvas cerradas y caudalosas, por historias cargadas de hielo; pero, eso sí, todas ellas con un considerable interés personal que acaba convertido en interés humano. Porque el paisaje más deslumbrante de este libro es el panorama de los ojos humanos y lo que se oculta tras ellos: las personas; con la particularidad de que Alice Munro ─al contrario que los de arriba─ sí ve personas en las mujeres. En sus relatos, también hay hombres, claro, en sus relevantes papeles de siempre; eso no supone ninguna sorpresa. Lo que sí me resulta chocante es la eficacia de los personajes femeninos, que ─aunque más humildes─ andan por el libro con todos sus riesgos, amores y dramas. La autora les sigue el rastro y va cazando su alma en cada página. Y es que, al igual que en el caso de los hombres, hay mujeres de todos los pelajes. Son personas; por tanto, no verás a ninguna perfecta. La vida es, para todas, una sucesión de exámenes que no siempre terminan aprobando. Ya sabes: nuestra ineptitud está, muy a menudo, a la altura de nuestras metas. Pero, aunque no poseamos un destino maravilloso (como, en su mayoría, no lo poseen los hombres), lo que importa es que vamos encajando golpes, sin tirar la toalla.

Una cosa sí vence a las mujeres-Munro: el amor (familia y sexo), pero no esperes dramones sensibleros ni tonterías románticas. Todas ellas sean las sumisas o las salvajes como gatas de granja tienen fuerza suficiente para arrastrarte dentro de las órbitas de sus camas. Yo, desde que tropecé con su intimidad, llevo despierta tres noches seguidas. Ligada como estoy al poderoso hechizo de la obra, respiro a través de sus mantas como a través de la red de un pescador, pero sabiendo que lo que sueño nunca se contará: coto privado. Esa intimidad es la clave; la respuesta a la pregunta del millón: ¿Por qué, siendo sus ocho historias tan distintas, yo presiento unidad en este libro? Porque un único tema engarza en un mismo collar estos ocho relatos y les otorga una nueva dimensión: los misterios de la naturaleza humana. 

De eso se trata: de que todos los personajes saben algo que deben callar a fin de que su mundo sea habitable. En “El amor de una mujer generosa”, tres chicos habrían podido jactarse de encontrar un cadáver en el río, pero mantienen la boca cerrada. Y algo parecido ocurre en  “Yakarta”, en “La Isla de Cortés”, en “Salvo el segador”, en “Las niñas se quedan”, en “Asquerosamente rica”, en “Antes del cambio” y en El sueño de mi madre”. No hay excepción: todos los personajes ocultan algún muerto en el estanque helado del corazón. Sólo un cataclismo interno que rompa su corazón hará que ellos rompan su silencio y sus secretos salgan a la luz: la mala sangre que crea una enfermedad sin esperanza; los problemas de la vejez (morir y haber vivido); un incendio; una pesadilla; una rabia implacable; una huida hacia delante, cuando mirar atrás, como hizo Orfeo, es anudarnos una soga al cuello; una decepción amorosa; un ataque de apoplejía; un ataque cardíaco; un ataque de nervios…

Esbozo una sonrisa de piedad cuando una paradoja se ilumina ante mis ojos como una estela de humo: el terrible conflicto común de estos personajes es que viven en historias que ─si de ellos dependiera─, no se habrían contado. Descubrirlo es para mí una conmoción. ¿Puede una persona inventar algo tan diabólico; algo que va en contra de la voluntad de sus propias criaturas? La respuesta es sí: la autora. Con su pura fantasía y menos ingenuidad de la que parece (en realidad, lo tiene todo calculado), Alice Munro saca a la luz estas ocho historias definitivas que sus protagonistas ocultaban. Es su mente la que oscila bajo la superficie del agua; recorriendo los valles de fallas que somos las personas, sin dejarse engañar por nuestra aparente entereza. No se le pone nada por delante, ya que actúa por generosidad; como aquella que delata por amor al criminal, para que pague sus culpas y no se sienta tan mal por dentro. Entra por el escalón trasero en nuestros cuartos oscuros y revela la imagen que se interponía entre el mundo y tú; entre el mundo y yo. Ah!, ¡menos mal!: así nos libera de hurgar en nuestras sartas de desastres; bastante tenemos con lo que tenemos. Ella se ocupa. Abriendo espacios entre sus palabras, hace que nuestros misterios salgan a flote más sosegados, más llevaderos; como reliquias bajo la arena. Ojalá pudiera agradecerle el detalle. No hay más que mirar las hojas estrujadas de mi papelera para saber que no es tarea fácil; es una furiosa hazaña de expresión personal que podría acabar haciéndola caer a ella en el gélido río que nos ahoga.

Hoy, después de tantos días robando tiempo de donde sea para estar dentro de su libro (como un fantasma engendrado por ella), me niego a cerrarlo. Aún no. Aún no. Aún no… Obviamente, es hora de que me marche. Me doblo por la cintura y abrazo sus relatos como si quisiera guardarlos en mi estantería íntima, para sacarlos más adelante. De reojo, me veo reflejada en el cristal oscuro de la ventana, frente a los últimos coletazos de la puesta de sol. La lectura ha movido todo lo que siento y me ha convertido en un planeta en llamas. Esta vez, ha sido muy duro… y muy placentero. Con el ajetreo de tantas emociones, tengo el aspecto de haber agarrado un cable eléctrico. Hay juergas y juergas.

De regreso en mi propio ser, conecto el ordenador y observo las citas machistas de las que te hablé al principio como si fueran alucinaciones. Nos empujaron hacia un rincón ─igual que a gatas muertas─ hace años y años, y ahí están todavía, dando guerra. Lo peor que hicieron aquellos “sabios” (y otros) no fue tergiversar la realidad diciendo que las mujeres somos seres de segunda fila; sino conseguir que esa idea ponzoñosa se perpetuase y pusiera barreras hasta en nuestro interior. Su veneno entró en nuestra cabeza: ¿habrá que ponerse una cabeza nueva? Lo digo en serio. La solución se me ocurre leyendo la oración con que mi amiga Bea contesta en Facebook a la cizaña machista de aquellos santos varones. Ésta sí es una oración útil: puede convencerte de que ser una persona con todas las de la ley no tiene por qué estar a la greña con la condición femenina. Si la rezas frente al espejo, hasta que se sobrescriba en lo que ya habían grabado en tu mente, un buen día, te reflejas. ¿Dejar de ser invisible? Bonita cosa he dicho… ¡A que sí! Que Alice Munro me perdone el juicio; he usado sus palabras para hablar a las claras de una esperanza que su obra lleva sutilmente implícita. Es lo que tiene su literatura: me permite echar mano de la estantería con la que he reamueblado mi interior.