viernes, 16 de noviembre de 2012

COMUNICACIÓN A LA CARTA

Apreciado blog:

Soy una carta para ti.

Me he escrito sola. El viento me ha traído a tus manos después de releer un libro infantil de cuentos de animales que hay en mi librería desde hace años. Se llama “Cartas de la ardilla, de lahormiga, del elefante, del oso…” y está escrito por Toon Tellegen e ilustrado por Axel Scheffler. Me he divertido muchísimo y, además, he aprendido una cosa: comunicarnos es tan importante que, a veces, escribimos cartas aunque no tengamos que decir nada en particular.
Yo sí quería hablarte de una cosa concreta: la comunicación. Con los cuentos de Toon Tellegen la he comprendido tan bien, que me siento capaz de explicártela… ¿Quieres que lo intente?

El libro al que me refiero es lo que suele llamarse literatura epistolar, lo que quiere decir que está lleno de cartas.  La escritura de esas cartas es el medio por el que se comunican los animales del bosque (contexto).
La arriba firmante”. Foto: Carmen Montalbán.
Hay, al menos, una carta en cada cuento, así que (si tienes la suerte de que el cartero –el viento– las lleve a tu casa) leerás cartas de todas clases: la que vuela, la que camina despacio por la nieve, la que trepa, la que se desliza debajo de las puertas, la que va; la que vuelve…

Un animal (emisor) le escribe una carta a otro (receptor). En el caso de las cartas, el emisor también se llama remitente. Al final, si repasas el libro, verás que (en un cuento o en otro) todos los animales del bosque han enviado una carta alguna vez. Como mínimo, han firmado el escrito que todos le envían al sol. O sea, que emisores tendrás a puñados: la ardilla, la hormiga, el elefante, el oso, la tortuga, el gorrión, el cuervo…  
La comunicación entre ellos funciona tan bien, que los papeles de emisor y receptor se van cambiando. Las cartas van en los dos sentidos. Unos (y otros) escriben cartas; y otros (y unos) corresponden: las contestan... a su estilo, claro.

Los textos se parecen a quienes los redactan. Cuando tú dices algo en una carta, también la carta dice algo de ti. Cada emisor tiene su propia voz, que suena aunque él no pronuncie palabra. Las cartas del gorrión trinan y las del cuervo graznan; no importa que ellos tengan la boca cerrada. Por eso, hay cartas negras que nos ponen negros y luminosas cartas que nos iluminan; cartas amables y maternales que nos arropan al caer la noche, y cartas que rugen con voz ilegible, con cuernos, con espinas, con dientes afilados…
“Saludo al sol”. Foto: Carmen Montalbán
Quien recibe el mensaje es el receptor (que, en el caso de las cartas, se llama destinatario). Los  receptores son muy variados; ten en cuenta que se puede escribir a quien se quiera, incluso a tu querida mesa de comedor. En Cartas de la ardilla, de la hormiga, del elefante, del oso…” hay cartas para uno; cartas para muchos; notas para quien pase por aquí y las lea, y tristes cartas que alguien se escribe a sí mismo. Hay, incluso, cartas a la carta, ¡ya ves!, ¡qué curioso!

Y aún más extraño es que, entre los receptores, no sólo está la fauna de los cuentos de que hablo. Aquí, hay mensajes para todo el mundo, incluido tú. ¿O no están los lectores metidos en los libros? Eso creo. Para mí, que el autor siempre pinta la sombra del lector en sus cuentos, porque quiere que el dueño de la sombra venga luego, a leerlos.
O sea, que tú también eres un receptor de las cartas que digo. ¿O creías que no te iban a implicar estas memorias llenas de mariposas nocturnas y luciérnagas? Cuando lees un libro, te metes hasta el cuello en todo lo que el libro comunica, como si te lo enviaran en un sobre. Ya puedes saltar de alegría al recibirlo: las “Cartas de la ardilla, de la hormiga, del elefante, del oso…” forman parte de otra carta –íntima y entrañable– que el autor te ha escrito a ti, personalmente. Una carta que se ha puesto un chaquetón abrigado y ha llegado hasta tu puerta porque alguien le ha dicho adónde debe ir para que tú la leas y la releas y la metas, después, debajo de tu almohada.

Pero, ¿qué ha venido a decirte esta carta (este libro)? Eso tendrás que descifrarlo tú. Estamos hablando de comunicación; o sea, que hay un código (aquí, la lengua escrita) que el receptor tiene que descifrar (leyendo).
Después de que leas las cartas de la ardilla y compañía, verás que hay mensajes de todos los gustos y notas escritas con mil intenciones: quedar con un amigo; pedir ayuda; ofrecer consejo; felicitarte en tu cumpleaños; preguntar cómo estás; acompañar o que te acompañen; quejarse de injusticias; enseñar a escribir cartas; dar las gracias; pedir perdón; reflexionar sobre la oscuridad o rogarle al sol que alumbre.

Así pues, en cada cuento, un animal que tiene que decir algo (mensaje) elige el medio escrito por la razón que sea (porque está devorando un pastel y tiene la boca llena, por ejemplo), coge una pluma de pájaro y se pregunta dónde (canal) escribir sus palabras. Si no tiene a mano un papel (doblado o sin doblar), se busca una corteza de haya o de abedul. En ese bosque son muy imaginativos. Con tal de escribir, lo hacen incluso en témpanos de hielo, en la arena o en la piel (alrededor del ombligo)… Hay cartas calentitas, bienolientes, escritas con azúcar en pasteles. Cartas gordas, de nata y castañas asadas que alguien devorará palabra por palabra…
Por favor, a mí no me devores. Mi canal es electrónico: podría darte calambre.

Con cariño: Tu carta.

jueves, 15 de noviembre de 2012

“Cartas de la ardilla, de la hormiga, del elefante, del oso…”, Toon Tellegen – Axel Scheffler


Querido lector… lector… lector…

Una tarde de otoño, poco antes de irse a dormir la siesta, la que escribe estas palabras se dio cuenta con espanto de que sentía una gran prisa. La prisa no es rara en ella, que siempre va volando en su escoba meteórica; lo extraño es que, de repente, hasta sus gafas de leer se veían apuradas y afanosas.
Su prisa se debía, apacible lector, a que llevaba meses sin hacer ni un solo comentario. Debía escribirte algo acerca de algún libro, antes de que empezases a dudar de si ella habría existido. ¡Pero rápido!
Cerró los ojos para concentrarse. Tenía el corazón desbocado.
– ¡Eh! ¡Alto! –exclamó, intentando calmarse.
Sin embargo, antes de que pudiera evitarlo, ya había decidido qué libro buscar para enviarte, en una carta urgente, la cita que le hubiese recortado.

“Caracol”. Foto: Carmen Montalbán.

No había encontrado el libro, y ya escribía la carta, mentalmente.
Querido, queridísimo lector… lector… lector:
Repetía tu nombre porque, hasta aquí, habar contigo era más importante que lo que pensara decirte después.

He elegido cuentos infantiles porque hoy no tengo tiempo para historias largas. Se llama “Cartas de la ardilla, de la hormiga, del elefante, del oso…”. Está escrito por Toon Tellegen y tiene unas preciosas ilustraciones verdes y anaranjadas de Axel Scheffler. Su portada era blanca. Una ardilla intentaba escribir, en un pupitre, una carta a las cartas. Aunque he perdido el libro, lo recuerdo bien, porque se lo leí a mis hijos muchas veces, cuando ellos no sabían leer.  Un cuento cada noche, durante mil y una... más o menos. No voy a detenerme a echar la cuenta; pero, mientras lo busco como loca, todos sus animales vienen a mi memoria, apresurados, como traídos por ráfagas de viento. La ardilla, la hormiga, el elefante, el oso, el topo, el gorrión, el cuervo…  Aquí están todos. Llegan de todas partes y se suben unos a hombros de los otros, para que yo los nombre en el comentario que me he propuesto empezar ya mismo, con libro o sin él.
Tras dos o tres horas de búsqueda, cuando estaba a punto de ponerse el sol, la abajo firmante seguía rebuscando en las estanterías, rodeada por montañas de papeles. Parecía arrugada como una carta vieja. A gritos, resoplando, preguntó:

– ¡Pero bueno, libro!, ¿dónde te has perdido?
Ya ves que su pregunta fue algo extraña, pero estaba mareada de ver pasar títulos a toda máquina por delante de sus gafas de cerca. Como sudaba a mares, abrió la ventana y dejó entrar al viento. De pronto, los montones de letras descosidas que había por el pasillo se agitaron. El librito blanco y verde-anaranjado que asomó debajo crujió de gusto al verse libre de peso.

La abajo firmante saltó sobre él; aspiró su olor a resina y exclamó:
– ¡Por fin!

Entre las páginas perfumadas había una carta que el aire (¡Misterioso cartero!) hizo revolotear hasta sus manos. No venía firmada, pero tenía la letra de la mujer que te habla (que se había escrito ayer a sí misma para que charlasen hoy el futuro y el pasado). 
 
“Tu carta”. Foto: Carmen Montalbán.

Pensando en que las cartas siempre nos encuentran, por muy perdidos que estemos, la destinataria desdobló la nota, miró a todos lados y leyó (con las gafas ya casi en calma):

“¿Estás pensando en leer a toda prisa las “Cartas de la ardilla”?, ¿igual que si cruzases una calle? ¡Espera un momento que me dé un pellizco! La idea de que alguien pase por la literatura con atosigamiento (así, como quien juega a las esquinas) no cabe en la cabeza que tú y yo compartimos... sin partirla.
Después de tantos años, has recordado el libro porque era amable y bello. Se lo susurraste a tus hijos mil veces y hoy resuena en su memoria y en la tuya con más fuerza que un grito. Aunque con la apariencia sencilla e inocente de un cuento para niños, sus cartas y sus notas forman muy “sutilmente” todo un tratado de comunicación. Así es como se dice: “sutilmente”. Y (si quieres encontrar su doble fondo) también es así como debes volver a entrar en este libro: de puntillas.
Pasar a toda prisa por las cosas sutiles es como pasear por el jardín en apisonadora. Esta frase era tuya. Está escrita a lápiz, en el margen del libro, en medio de la mancha de tu sombra. Recuérdala si vuelves a entrar en este libro; porque (esta idea se me acaba de ocurrir) el jardín de la literatura siempre será uno de los más cuidados. Pasa despacito, respira y disfruta; no tienes que hacer más.
El autor también se tomó su tiempo en elegir las palabras justas. Te susurró frases maravillosas, pero sin abusar. Quedaste impresionadísima. Así es el lenguaje literario: con tal de dejarte perpleja, estudia hasta el último detalle. Si vacila, es a propósito: para no parecer redicho. Saca tu vida de contexto –a posta– y recuerda –a propio intento– cosas que nunca ha vivido. Pone el sol en tu honor, saca de paseo a la luna, y te hace creer que vas en un barquito, hacia el océano... Lo suyo no es mentir; es inventar. Si él habla de un pastel, la boca se te endulza con manjares que no hay en tu cocina. El lenguaje literario tiene ese poder: todo lo que él dice se hace realidad. No es más que lenguaje empeñado en gustarte, en perdurar, en quedarse contigo todo el tiempo del mundo; por eso te escribe cartas perfumadas con miel de roble que él mismo te lee con cantar afinado. Por eso se pone su traje de flores: la literatura. ¡Estaríamos buenos si tú, que tanto presumías de literata, se lo arrugas por andar con prisas!
En fin, me despido. Despídete tú. Súbete en una rama del haya o húndete en alguna madriguera, y piérdete a placer en las cartas y en las notas de estos animalitos. No hay otra manera de leer que echando el rato. Adiós. Buen viaje. Si lo pasas bien, tu carta al blog ya se escribirá sola.

La abajo firmante acabó de leer estas palabras con los últimos rayos de sol. Recogió del suelo las “Cartas de la ardilla, de la hormiga, del elefante, del oso…”, y contempló la tormenta que se acercaba. Se moría de ganas de leer; así que se acercó a su ordenador, con cuidado de no pisar los papeles desparramados, y pensó en ponerte, querido lector, unas palabras cálidas, de despedida. Mientras las escribía, entre hondos suspiros, se fue la luz. Éstas fueron las tres últimas frases que le dictó a su teclado, antes de marcharse a buscar una vela:
Queridísimo lector:
Ya no tengo prisa.
Carmen Montalbán.

miércoles, 4 de julio de 2012

Concierto para piano y orquesta de cuerda infantil en 5 movimientos de Pablo J. Berlanga


Así sonó el concierto de Pablo J. Berlanga del que les hablé en mi entrada anterior.
Piano: Andrés Poncela.
Directora: Mª Dolores Encina.
Orquesta de cuerda de enseñanzas elementales del CPM Rodolfo Halffter. Móstoles (Madrid).


“Andrés Poncela”. Foto: Carmen Montalbán

“Concierto al aire libre”. Foto: Carmen Montalbán

“Violines y piano en la plaza de los Pájaros”. Foto: Carmen Montalbán

“María Dolores Encina y la orquesta de Grado Elemental”. Foto: Carmen Montalbán

“El abrazo al compositor”. Foto: Carmen Montalbán

“Los aplausos”. Foto: Carmen Montalbán

viernes, 1 de junio de 2012

El concierto de la vida

Concierto en 5 movimientos para piano y orquesta de cuerda, de Pablo Jesús Berlanga… Ésta era la música que me tenía sin habla, comiéndome el silencio; y Berlanga el poeta (de notas musicales) al que me refería –o podía referirme– en mi entrada anterior, “Poema con carne y lágrimas”.
Pablo Berlanga es un joven compositor especializado en música audiovisual que recibió el Premio Final de carrera en la especialidad de composición en 2007 y que actualmente, además de miembro del Grupo de Cámara Lumière, es  profesor de piano, armonía, repertorio con piano e informática musical en el Conservatorio Profesional de Música Rodolfo Halffter, de Móstoles (Madrid). Pablo compuso este Concierto por petición de María Dolores Encina, Lola, profesora de violín y directora de la Orquesta de Cuerda de Enseñanzas Elementales del Rodolfo Halffter.
Recuerdo haber escuchado una pieza de Berlanga –antes de que concluyese su nueva obra– en el último Concierto de Antiguos Alumnos del Rodolfo Halffter, dirigido por Juan Manuel Sáiz Rodrigo… Bellísima Obertura que los dos músicos de mi casa calificaron de “magistral, rotunda y apoteósica”… Por cierto: del repertorio de aquel día, también me gustó mucho el concierto para guitarra y orquesta de M. Castelnuovo-Tedesco por parte de Pablo Romero Luis).

Pablo Romero Luis afinando para el bis

La razón por la que no he dicho nada hasta hoy respecto a mi asistencia a otros conciertos anteriores al de Berlanga es que el pianista que ha estrenado en Jaén –este sábado– el concierto del que hablo ahora ha sido Andrés Poncela Montalbán, mi hijo. No lo niego: el hecho de que Andrés iba a “estrenarse” como solista de piano con el estreno mundial de una obra tan bella me tenía algo nerviosa… y digo “algo” por decir “algo”. Así somos las madres.
De no ser por esa preocupación, habría aplaudido ya desde este blog el Concierto de Primavera –dirigido por Alexandre Schnieper en el Teatro del Bosque de Móstoles–, en el que la Orquesta Sinfónica del Rodolfo Halffter actuaba con el cuerpo de Bailarinas de la Escuela Municipal de DanzaRojas y Rodríguez”. El Concierto de Primavera contaba con artistas invitados como Juan Pedro Delgado y Pedro Ramírez y la Coreografía y colaboración artística de África Paniagua y Celia Pareja… Una belleza de programa. Obras de Saint-Saëns (con una deliciosa interpretación del violinista Abel Cruz Lezama), Brahms, Jerónimo Jiménez, Manuel de Falla y Rimsky Korsakov... Muy vistosas actuaciones que yo ya había saboreado en un ensayo anterior, con mi cámara de fotos.

Bailarinas de la EM de Danza “Rojas y Rodríguez” ensayando el Concierto de Primavera con la Orquesta Sinfónica del Rodolfo Halffter. A la derecha, Abel Cruz
Tampoco dije nada del pre-estreno del concierto de Berlanga, en abril. La Orquesta de Cuerda de Enseñanzas Elementales del Conservatorio de Móstoles lo interpretó brillantemente –bajo la dirección de Lola, y con Andrés al piano–, en el encuentro con que el Conservatorio Profesional de Música Pablo Sorozábal, de Puertollano, le devolvió al Rodolfo Halffter su visita del año pasado. Un éxito.
De izquierda a derecha: Andrea P. Henríquez Laurent, Laura Morena, Andrés Poncela, María Dolores Encina, Enrique Santacecilia y Pablo Berlanga en el Concierto Intercambio “Puertollano en Móstoles”
Yo entré en aquel pre-estreno tan nerviosa, que no puedo afirmar que, en un principio, estuviese oyendo nada; pero la seguridad que Lola y la orquesta le dieron a Andrés me ayudó a calmarme y una música preciosa acabó destaponándome el oído… y aún me tirita adentro. Ahora puedo decir que la visita de Puertollano fue una bonita experiencia, llena de buena música por parte de ambos Conservatorios. Recuerdo que los niños de la orquesta de Grado Elemental de Puertollano le pusieron música a un relato que iba narrando su directora, Andrea Paola Henríquez Laurent, acerca de la música en la vida de los niños; relato que me hizo pensar que el concierto de Berlanga (que, sí, tiene un sutil gustillo cinematográfico) iba ya a formar parte de la banda sonora de mi vida y, sobre todo, de la vida de mi hijo Andrés. Respecto a la Orquesta de Enseñanzas Profesionales de Puertollano, bajo la dirección de Enrique Santacecilia Oller, me resultó muy especial su interpretación del tango de Gardel “Por una cabeza”. Si no me hubiera sentido obligada a esperar al estreno de nuestro concierto, ya lo habría aplaudido antes desde este blog; de la misma forma en que habría aplaudido a Lola, y a Berlanga, y a Laura Morena González (la solista de violín en “Tovarich’s vals”, para orquesta y violín, de David Gómez Alvarado), a la orquesta de GE del Rodolfo Halffter entera; y a mi hijo Andrés, que ha “crecido” como uno de sus pianistas acompañantes y que, ahora (que tiene 15 años y cursa tercero de GP) ha sido acompañado por ella, en la calle de la Compañía, de Jaén.


Sarai Pintado y la Orquesta “Minimúsicos al unísono” en el Paraninfo del Conservatorio de Jaén
El estreno fue, pues, este sábado en otro concierto Intercambio: “Móstoles en Jaén”. Se celebró en el Paraninfo del Conservatorio Profesional de Música de Jaén; que me fascinó por su belleza arquitectónica, sus resonancias de iglesia, y uno de los pianos mejores del mundo; un gran Steinwaay que, según Andrés, “se tocaba solo” (no había más que poner, como hizo él –esto lo añado yo–, corazón en la punta de los dedos).
Un aplauso, desde aquí, para la afinada Orquesta de 4º de Enseñanzas Elementales de Jaén, “Minimúsicos al unísono”, para la profesora colaboradora en la percusión, Luisa Jiménez, para María del Mar Varón y sus arreglos, y para Sarai Pintado, que dirigió a una orquesta con mucha energía y una alegría que Lola agradeció muy especialmente. Como ha comentado el Ayuntamiento de Móstoles, la madre de Lola había fallecido el día anterior. Lola procede de una familia de músicos. ¿Recuerdan la obra “Lolita” que Antonio Guzmán Ricis compuso para su hija, la madre de Lola, y que se estrenó en Móstoles en abril del año pasado? A una mujer como ella le habría gustado que el concierto siguiera adelante. Como dijo Mateo Lorente, el director del Rodolfo Halffter, la función debe continuar.
Así que ahí estuvo Lola, sin hablar de su pérdida con los niños; intentando que no le notasen ni la más leve debilidad hasta después del último silencio. ¡Y vaya si lo logró! Fue un gran éxito. En su primer concierto en cinco movimientos, su orquesta no sólo salió del paso; sino que logró esa alquimia en que la música, que ya es preciosa de por sí, nos llenó de otras muchas emociones preciosas.
El estreno. Andrés Poncela al piano. Foto: Carmen Montalbán
A la salida del concierto, Lola se acercó a los padres que nos habíamos desplazado hasta Jaén y nos dio las gracias. Aún seguía emocionada desde que Berlanga, cuando la abrazó durante los aplausos, le dijo al oído que las madres de ambos (la del compositor murió hace meses) habían estado allí, en primera fila. Es Lola quien merece nuestra gratitud; no sólo por las oportunidades que reciben nuestros hijos; no sólo por el trabajo que les regala (dos horas semanales fuera de currículum); no sólo por la música que les enseña (lo que no sería poco); también porque, con ella, aprenden actitudes y maneras de poner orden en el concierto de la vida. Después de este entrañable y feliz viaje a Jaén, mis hijos saben que –aunque yo ya no esté— estaré con su música siempre, en primera fila, y la disfrutaré… eso sí, a lo mejor, comiéndome las uñas.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Poema con carne y lágrimas: la vida

Yo aquí seguía, obstinada; comiéndome el silencio de obras espirituales que, de puro decirme, me sellaban los labios (Algún día os contaré). Pero resulta que, hoy, mientras roía los huesos de las calladas músicas que me tiritan dentro, me ha dado voz un tipo que compone, con su pincel de luz, breves anotaciones para autobiografías. Me refiero al pintor de mi retrato (autorretrato suyo; reflejo de nosotros). Es un hombre que versa versos libres en torno a la alegría de mujeres y de hombres; a la melancolía, a la ternura, al miedo, y a una pena que tizna cuando estalla. Os hablo del Poeta.

…Por cierto, que el mismo que me había quitado el habla es quien me dice ahora que aun tenemos que hablar de muchas cosas. Lo hace sin esperanza, con convencimiento, como si fuera un premio estar ileso aquí. Es él el que se empeña en hablar de esta VIDA que, ya desde el embrión, nos va haciendo pedazos.


La fiera efímera”. Foto: Carmen Montalbán

Me extraña su osadía. Más de una vez le he oído definirse como cometa al viento; sólo que esta cometa mortal y presurosa cometió, como tú, el delito de nacer sobre la arquitectura de unos huesos; sin saber cómo o cuándo. También ─ ¡impenitente peregrino! ─ a él se le ve desfallecido, a ciegas, andando a pie un camino de pura imperfección. Porque, sí: nuestro poeta ha de tener un cuerpo ─es indudable─, pero proyecta, apenas, alguna sombra triste y dolorida que arrastra, hecha girones. En fin, sí: nuestro poeta es un ángel humano (un ángel con grandes alas de cadenas) atado a los instantes de la vida. Su alma ─mitad noche, mitad luz─ viaja como una piedra aventurera que haya sido lanzada en una honda; una piedra que, en muchas ocasiones, toca tierra en mi mundo intrascendente, poblado de infelices gabardinas fieras.

─ ¿Quieres que rompa mi silencio, acaso, para hablar contigo de la vida? Le suelto mi clamor y mi sarcasmo─. ¿No se te había ido ya, con lo que escribes, esa vida a la que, hoy, llamas "el tema"?

Mientras lo digo, pienso: “¡Pero qué sabrás tú, que no vives en ti, de respirar, muchacho!”… Pues, sí, recapacito: más que nadie. Esto es un sinvivir; pero el poeta, si acaso, habita en los pronombres y los canta sin nudos ni metáforas. A él, después de la resta de la edad, le quedan el aullido y la palabra. Podría haber elegido no sufrir; no escribir la historia de su corazón, del mío, del nuestro; pero, en vez de comerse su silencio solo, el poeta lo cuenta. Y lo vuelve a contar. Nos lo canta, quizás, para evitar errores; a sabiendas de que él también podría callar, sin pagar esta cuenta. Su vida es sueño, ¡vale!; la cosa es que él soñó que era poeta, para que todos los demás soñemos. Gracias a eso, pasamos por el mundo sintiendo nuestra propia vida en la huella de sus pies ensangrentados.


“Caída en espiral”. Foto: Carmen Montalbán

Acabo de entender que había hablado sobre esto muchas veces; tras muchas otras caídas. Cada vez que yo sueño que estoy aquí, con mi dolor agudo de ser vivo, abro un libro de poemas y lo suelto. ¡Hay tanto que sufrir! ¡Son tan fuertes los golpes! Acudo a la poesía si pienso en esta vida; en lo que no quiero para vivir y en aquello que era mío y resultó ser nada. No voy a la poesía como quien se dispone a la conquista temeraria de este mundo. No voy para triunfar de la vejez y del olvido. Voy al libro por ir, sólo por ir y preguntar si vivo.

La poesía es una fuente de salud; así pues, hoy también acudiré a los versos humanos que el poeta escribe todavía pensando en mí. En mí, precisamente.

Lo malo es que, hoy también, se empeña en que pronuncie con sus labios la palabra “vida”.

─ Así se empieza ─dice─. También esto es vivir. ¿Qué pasa?, ¿no te atreves a morder la manzana? No existe una manzana protegida. Canta, Carmen, respira. Lee mis versos. Seamos. Sólo tú serás tú, aun cuando emplees mi voz en estos cantos.


“Pecado protegido. Foto: Carmen Montalbán

Yo parpadeo en la página, mirándolo. Le ha herido una espuela (la misma que a mí), y lo ha hecho donde todos sentimos más dolor. Es su dolor tan nuestro y se ve tan arriba  que ─aunque nadie lo entienda─, presintiéndolo encima, por fin, entiendo el mío.  ¡Qué sencillo el gran milagro!

─ ¿Quieres que viva?, ¿que hable? ─susurro más entera, pues su poesía completa me completa.

Y soy yo quien respondo:

─ Vale. Por una vez, cantaré respirando.


*He empleado para este recorte versos de poetas citados al final de mi entrada “Que tenemos que hablar de muchas cosas

viernes, 16 de marzo de 2012

Carmen Montalbán en San Fernando de Henares

El viernes pasado estuve de visita en el CEIP “El Jarama”, de San Fernando de Henares (Madrid). Los chicos y chicas de sexto de Primaria, que habían leído mi novela “Estás en la luna”, me invitaron a sus aulas para que charlase con ellos sobre mis experiencias literarias.
Pasé una mañana deliciosa, pues estaban muy contentos de recibir a la autora de un libro que habían leído y muy interesados por los pasos que di para escribirlo..
Daniel y Lucía, los profesores de las dos clases en las que intervine, me mostraron el colegio (preciosamente decorado con los trabajos artísticos de los escolares) y me hablaron de algo que luego descubrí yo: el amor por la lectura que demuestra todo el alumnado.
Enseguida pude comprobar que los chicos y chicas de sexto se habían documentado a conciencia; que conocían mi página Web y mi blog de maravilla y, lo que es mejor, que no habían leído “Estás en la luna” por imposición, sino por gusto. Hablé con ellos acerca de la memoria que transmitimos con nuestra presencia de viva voz, del alzheimer, de la relación de los niños con sus abuelos, de los pueblos sin tierra y sin identidad; del equipaje interior  (esos tesoros que guardamos en los baúles del alma y que nos enriquecen aunque seamos pobres), y de las penas y glorias del oficio de escribir...
También a mí me gustó escucharles. Se sentían tan cómodos hablando de libros conmigo como yo con ellos; tanto, que presentí que tenía frente a mí a grandes promotores de la lectura. El entusiasmo se contagia. 
Daniel Flórez, el jefe de estudios, es un maestro vocacional y un apasionado de la literatura. En la pared de su aula, exhibe “Los diez derechos del lector”, de Daniel Pennac (con las ilustraciones de Quentin Blake: (el derecho a no leer; a saltarse páginas; a no terminar un libro; a releer; a leer cualquier cosa; a leer lo que me gusta; a leer en cualquier parte; a picotear; a leer en voz alta y a guardar silencio).
Daniel no quiere que sus alumnos lean por obligación, sino por placer. Está claro que lo ha logrado. Que se vaya preparando para leer manuscritos; pues, con la pasión de leer viene, en muchas ocasiones, la pasión de escribir. Estoy casi segura de que, si sus alumnos siguen sacando de la lectura tantas satisfacciones, muchos se convertirán, en un futuro próximo, en buenos escritores. Algunos, ya están en ello.
En todo momento, mientras duró mi visita a las clases de sexto A y sexto B, había un mar de manos frente a mí; manos que se alzaban a oleadas de curiosidad para preguntarme ─y descubrirme─ aspectos de los personajes de mi libro y para comprender cuestiones prácticas a la hora de convertir una historia en una novela. Al final, me despidieron con regalos: murales en los que expresaban lo que habían aprendido en los desiertos de “Estás en la luna”, y hablaban de las situaciones más emocionantes del viaje que habían hecho conmigo por los caminos de la narración. Son murales hermosos e imaginativos, por lo que les doy las gracias desde aquí; pero les agradezco, sobre todo, el interés que demuestran por la literatura, al que intento corresponder con esta entrada en mi blog, que les dedico:

A vosotros, chicos y chicas de sexto de Primaria del CEIP “El Jarama”, de San Fernando de Henares (Madrid); porque, en vuestra compañía, me he sentido afortunada de ser escritora. Con todo mi cariño y mi respeto.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Currículum animado de Alejandro Suárez Antonovitch

Estos días, he dejado mi despacho para volver a Manticodela, el blog  de Alejandro Suárez Antonovitch (Gijón, 1984), de quien ya he hablado aquí (Alejandro Suárez Antonovitch: el dibujo que narra).
Despacho 2”, por Alejandro Suárez Antonovitch

Alejandro es dibujante, músico, ilustrador, especialista en 3D… Pero, ¿qué hago, enumerando? No hay necesidad de que repita la lista de las artes que domina: él mismo ha creado recientemente un currículum animado muy descriptivo en el que usted podrá ver lo que hace y, lo que es más importante, de qué manera. Ya sabe, un botón de muestra. Abajo dejo el enlace, por si necesita que alguien ilustre su vida o le ponga a su película una buena cabecera y unos creativos títulos de crédito. Visítelo. Es muy bueno. Una obrita maestra.

En la página de inicio de su blog: www.manticodela.wordpress.com.

viernes, 2 de marzo de 2012

“El perro que comía silencio”, Isabel Mellado

Nací hace ocho o diez perros, cuatro gatos y tres periquitos. Mi cumpleaños ha caído en domingo; que es, justo, cuando mi espejo tiene el día libre. Aprovechando que era fin de mes, me marché a las rebajas. “No voy a dejarme derrotar por la edad”, dije para mí, “o acabaré volviéndome tan masoquista, que un día lloraré de oreja a oreja”. Antes de que el reloj me extirpase la tarde entera, me fui a oler las sensaciones de la nueva temporada y, quizás, a apadrinar un libro. En seguida, le hice ojitos a un librillo de cuentos de Isabel Mellado. Un posible comprador lo ojeaba tan absorto, que sentí que me estaba perdiendo algo. Se lo arranqué de las manos, lo confieso. Sus páginas, hechas de carne de espejo, formaban un marco perfecto para mirarme. La primera hoja me devolvió la mirada, como si intentase desvelar el secreto de la mía. Después, como era de esperar, el libro me apadrinó a mí. Desde entonces, soy un precioso ramo de relatos y me gusta titularme “El perro que comía silencio”.

“En el origen”. Foto: Carmen Montalbán
En fin, que me llevé un chucho callejero a casa ─que, por cierto, estaba hecha un chiquero─ y, en vez de guardián, se hizo el amo. Mientras él ocupaba el sofá, le eché un vistazo al primer relato, que se llama “El perro que comía silencio”, igual que el libro entero. Un paso más allá de su primera corteza de silencio, ya no podía ver mis piernas. Estaba siendo engullida por el libro sin que el perro intentase evitarlo. De modo que no tuve más remedio que partir de viaje en este tren de cuentos, a alcanzar cercanías insospechadas.   
No me preguntes de qué trata cada uno, pero me parece que el conjunto habla del silencio; del que nos devora y del que devoramos cuando el alma y el espíritu se expresan a través del sueño, del arte, de la literatura, de la música, del pensamiento…
El libro está dividido en tres partes, llenas todas ellas de historias alegres, frescas, disparatadas y breves.
I) En Mi primera muerte, visito el laberinto personal en el que habita mi minotauro. El silencio es, aquí, la palabra desnuda y, antes de que yo pueda comérmelo, lo ha digerido la literatura, junto con todo aquello que nos guardamos cuando obliga el ombligo y que nos hace engordar por dentro. O morir… Porque, en fin, ya se sabe, vivir acorta la vida, y una empieza a morir cuando se viste el primer corazón de cuero negro.
II) En La música y el resto, el libro crece para que le quepa más música dentro y puedan salir a pastar los sonidos. También aquí hay mucho silencioen mi menor: el del trance musical, el anterior al concierto, el del creador, el del auditorio obnubilado… La música los devora y, de paso, hace bailar las esquinas paralíticas de mi alma al ritmo avasallante de un violín tan afortunado como un trébol de cuatro cuerdas. En estos relatos, el tiempo se mide en acordes y la luz respira en síncopas. Cuando el mundo empiece a sonar feo, sírvase la nota que desee, son todas de una ternura irrefutable.
III) En Huesos, el silencio acaba convertido en esqueleto de las cosas esenciales. No tengo tiempo de enumerarlas ahora: porque, en este bloque, el reloj no hace tictac, sino Kaput. Sólo diré que son huesos que hay que roer a conciencia y que la dejan a una deshuesada. Estos aforismos y microrrelatos se leen a toda velocidad… se leían; pero se quedan esculpidos en la mente, por lo que dan para más de una vez.


“Música en los huesos”. Foto: Carmen Montalbán
Cada cuento me deja una mueca; cada mueca, un ahora distinto. La autora, Isabel Mellado, me los hace vivir con el tobogán de su lengua elocuente, un tono sincero, un descaro virtuoso, y un estilo sin frases de marketing. Yo diría que es algo estrafalaria (a veces, me agarra por el pescuezo y me zarandea, para que se me caiga el filtro amortigua-mundo), pero Isabel narra con la veracidad de los sueños más veraces y sus palabras, que crujen como granos de café recién tostado, resultan encantadoras. Para mí, es imposible no entrar en su órbita. Su literatura alcanza la fuerza de una mano abierta a la hora de mostrar mundos sumergidos. ¿Que cómo lo consigue?: con tres o cuatro verbos de cuidado; un puñado de nombres encendidos como antorchas, y unas frases voraces que, en seguida, devoran el silencio; a ver si, así, yo dejo de estar sorda.

A lo que iba: que encendí el libro y leí la vela. Todo se llenó de formas, de posibilidades, de reflejos… Sentía sobre mí una avalancha de primeras cosas: pensamientos que se dilatan; rugidos luminosos, olores inmensos, colores que domestican a los objetos, y sílabas que brincan de un lado a otro, liberadas de sus leyes de tránsito… Empecé a preguntarme si esto era sueño o página. Supe inmediatamente que se trataba de surrealismo, y no porque yo fuese suspicaz, sino porque Isabel (que crea ficciones exuberantes sin la censura de la razón) me había hecho ciudadana de lo onírico. Mirando a ver si estaba delirando, le perdí pronto la perspectiva al asunto y algo se desató en mí. ¿Cómo no? Aquí, puedo probar todos los sentimientos que desee tomarme. Puedo ser todo lo que no soy; y puedo ser, también, todo lo contrario. Puedo encarnar a la piel del día; al ojo del huracán; a la enigmática Mona Lisa, o a un violonchelo que canta bocanadas de arpegios mañaneros. Puedo ejercer de gato de salón o pasar por un sueño de mujer que se convierte en rana si la besas… En fin, que esto empezó a ser real y mi habitación, si acaso, un espejismo. Ya sabes: si en un sueño das un beso, entiendes de pronto el porqué de los labios; por eso me encuentro tan a gusto aquí.  

Por eso me encontraba tan a gusto aquí. Mi lectura ha terminado, pero aún guardo su lumbre y su misterio. Yo ya presentía que, como todo cuerpo extraño, sería expulsada de estos cuentos tarde o temprano. Estoy frente a mi espejo, que hoy trabaja: a mis salidas del arte, se empeña en que parezca más persona. Cierro el libro silbando, igual que un globo cuando lo dejan libre. Es el aire que he respirado en él. Decir que me ha gustado sería como decir que me gustan los pulmones. La voz de musgo de Isabel Mellado sigue mellando mi oído cuando descubro que ya es muy tarde. Mi reloj se lame los bigotes frente a las sardinas dormidas del plato. Yo no las necesito: hoy, sólo me alimenta un silencio antioxidante que me ha quitado peso, años y patetismo. No he adelgazado, pero tengo los huesos bien afuera y el alma me chorrea por los dedos. El perro que comía silencio” me ha dejado llena de higos frescos. Tampoco siento envidia porque las coles duerman. Yo he soñado. Y sin tener que contar putas ovejas. Hace cinco días que buceo en el sueño número 4734265870XL de Isabel Mellado. Es un sueño bonito en que las catedrales tienen cúpulas verdes de cáscara de sandía y las conchas de las playas son besos de antepasados.


“Tréboles de cuatro cuerdas”. Foto. Carmen Montalbán

Ahora voy a dormir, a ver si cicatrizo. Me dejo la música puesta; me pongo encima mi nave interplanetaria de guata barata, apoyo la cabeza entre las consonantes esparcidas, y declaro este día terminado. Debo hacer algo pronto, para que la noche caiga y yo pueda robarle del bolsillo algún sueño. Así que, nada: Saludos, sol. Mañana nos veremos. ¿Y en qué andará el mundo a todo esto?
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El perro que comía silencio” (páginas de espuma, 2011), que hoy comento con sus propias palabras, es el primer libro de la violinista Isabel Mellado (Chile, 1967)