miércoles, 9 de mayo de 2012

Poema con carne y lágrimas: la vida

Yo aquí seguía, obstinada; comiéndome el silencio de obras espirituales que, de puro decirme, me sellaban los labios (Algún día os contaré). Pero resulta que, hoy, mientras roía los huesos de las calladas músicas que me tiritan dentro, me ha dado voz un tipo que compone, con su pincel de luz, breves anotaciones para autobiografías. Me refiero al pintor de mi retrato (autorretrato suyo; reflejo de nosotros). Es un hombre que versa versos libres en torno a la alegría de mujeres y de hombres; a la melancolía, a la ternura, al miedo, y a una pena que tizna cuando estalla. Os hablo del Poeta.

…Por cierto, que el mismo que me había quitado el habla es quien me dice ahora que aun tenemos que hablar de muchas cosas. Lo hace sin esperanza, con convencimiento, como si fuera un premio estar ileso aquí. Es él el que se empeña en hablar de esta VIDA que, ya desde el embrión, nos va haciendo pedazos.


La fiera efímera”. Foto: Carmen Montalbán

Me extraña su osadía. Más de una vez le he oído definirse como cometa al viento; sólo que esta cometa mortal y presurosa cometió, como tú, el delito de nacer sobre la arquitectura de unos huesos; sin saber cómo o cuándo. También ─ ¡impenitente peregrino! ─ a él se le ve desfallecido, a ciegas, andando a pie un camino de pura imperfección. Porque, sí: nuestro poeta ha de tener un cuerpo ─es indudable─, pero proyecta, apenas, alguna sombra triste y dolorida que arrastra, hecha girones. En fin, sí: nuestro poeta es un ángel humano (un ángel con grandes alas de cadenas) atado a los instantes de la vida. Su alma ─mitad noche, mitad luz─ viaja como una piedra aventurera que haya sido lanzada en una honda; una piedra que, en muchas ocasiones, toca tierra en mi mundo intrascendente, poblado de infelices gabardinas fieras.

─ ¿Quieres que rompa mi silencio, acaso, para hablar contigo de la vida? Le suelto mi clamor y mi sarcasmo─. ¿No se te había ido ya, con lo que escribes, esa vida a la que, hoy, llamas "el tema"?

Mientras lo digo, pienso: “¡Pero qué sabrás tú, que no vives en ti, de respirar, muchacho!”… Pues, sí, recapacito: más que nadie. Esto es un sinvivir; pero el poeta, si acaso, habita en los pronombres y los canta sin nudos ni metáforas. A él, después de la resta de la edad, le quedan el aullido y la palabra. Podría haber elegido no sufrir; no escribir la historia de su corazón, del mío, del nuestro; pero, en vez de comerse su silencio solo, el poeta lo cuenta. Y lo vuelve a contar. Nos lo canta, quizás, para evitar errores; a sabiendas de que él también podría callar, sin pagar esta cuenta. Su vida es sueño, ¡vale!; la cosa es que él soñó que era poeta, para que todos los demás soñemos. Gracias a eso, pasamos por el mundo sintiendo nuestra propia vida en la huella de sus pies ensangrentados.


“Caída en espiral”. Foto: Carmen Montalbán

Acabo de entender que había hablado sobre esto muchas veces; tras muchas otras caídas. Cada vez que yo sueño que estoy aquí, con mi dolor agudo de ser vivo, abro un libro de poemas y lo suelto. ¡Hay tanto que sufrir! ¡Son tan fuertes los golpes! Acudo a la poesía si pienso en esta vida; en lo que no quiero para vivir y en aquello que era mío y resultó ser nada. No voy a la poesía como quien se dispone a la conquista temeraria de este mundo. No voy para triunfar de la vejez y del olvido. Voy al libro por ir, sólo por ir y preguntar si vivo.

La poesía es una fuente de salud; así pues, hoy también acudiré a los versos humanos que el poeta escribe todavía pensando en mí. En mí, precisamente.

Lo malo es que, hoy también, se empeña en que pronuncie con sus labios la palabra “vida”.

─ Así se empieza ─dice─. También esto es vivir. ¿Qué pasa?, ¿no te atreves a morder la manzana? No existe una manzana protegida. Canta, Carmen, respira. Lee mis versos. Seamos. Sólo tú serás tú, aun cuando emplees mi voz en estos cantos.


“Pecado protegido. Foto: Carmen Montalbán

Yo parpadeo en la página, mirándolo. Le ha herido una espuela (la misma que a mí), y lo ha hecho donde todos sentimos más dolor. Es su dolor tan nuestro y se ve tan arriba  que ─aunque nadie lo entienda─, presintiéndolo encima, por fin, entiendo el mío.  ¡Qué sencillo el gran milagro!

─ ¿Quieres que viva?, ¿que hable? ─susurro más entera, pues su poesía completa me completa.

Y soy yo quien respondo:

─ Vale. Por una vez, cantaré respirando.


*He empleado para este recorte versos de poetas citados al final de mi entrada “Que tenemos que hablar de muchas cosas