martes, 17 de febrero de 2009

“La metamorfosis”, Franz Kafka

La metamorfosis” es un cuento fantástico instalado en un marco realista. Narra la historia de Gregor Samsa, un viajante de comercio que, un buen día, amanece convertido en un insecto gigantesco (no se especifica si una cucaracha o un escarabajo). A lo largo del relato, Samsa sale de su habitación en tres ocasiones, para intentar ser aceptado (por la sociedad, por su familia, por sí mismo). Finalmente, cuando comprende que todo es inútil, se deja morir.

Franz Kafka (Praga, 1883 – Kierling, 1924) fue un escritor checo en lengua alemana con una de las obras más influyentes de la literatura universal. Fue autor, además, de tres novelas: “El proceso”, “El castillo” y “América”, así como de abundante correspondencia y escritos autobiográficos.
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KAFKA Y SU MADRIGUERA: LA LITERATURA

Cuando me desperté, “La metamorfosis” todavía estaba allí*. Había caído de algún estante hasta mi mesilla, y en ella seguía, como un bicho que hubiese llegado volando y se hubiese echado a descansar en mi cabecera, tumbado sobre su acorazada espalda.

Teniendo en cuenta que la historia es tremebunda”, pensé, “no debería empezar a leerla ahora. Mañana tengo que madrugar. Tendría que darme una prisa loca. ¿Qué tal si sigo durmiendo? Sí, en este preciso instante, antes de que Kafka me haya hecho víctima de una preocupación innecesaria, cierro el libro. Lo dejo”.

Pero no lo dejé. O sí, sólo que volvió a golpearme la cabeza.

─Está bien ─suspiré con amabilidad─, ¡ven aquí, viejo escarabajo pelotero!

A Kafka, en cierto modo, le había ocurrido eso años atrás. Se despertó una mañana, después de un sueño intranquilo, y se encontró en su mesa, escribiendo el cuento que yo leo. El monstruo le había perseguido a él antes que a mí y le había encerrado entre estas páginas, como un artista poseído, hasta que les puso la palabra “fin”.

El lenguaje quería hablarnos de ese bicho, de modo que Kafka tuvo que ponerse a ello; darle forma a su obsesión y transformarla. Bien, ¿y en qué la convirtió?: en literatura. Eso es lo que, en esencia, significa este relato para mí: metamorfosis de una idea en una obra; creación de un monstruo literario.

En lo que atañe a la forma, Kafka me lo pondrá fácil. Su lenguaje es claro, sin adornos. Posiblemente la única metáfora del cuento esté en la esencia de la historia misma. La estructura es clásica, esquemática, simétrica. Tres capítulos; tres conflictos (laboral, personal, familiar); tres salidas de la habitación, para intentar solucionarlos; tres fracasos…

Que Kafka construya una trama tan sólida con ladrillos tan simples me deja sin habla. El resultado es que la habitación en que esconde a su bicho también me atrapa a mí. No podré escapar de este sólido edificio ni aunque lo intente con todas mis fuerzas. En esta trama ─en esta madriguera─, la realidad es la literatura; una literatura tan absorbente, que Kafka no deja fuera realidad que valga.

Las puertas de la habitación de Gregor Samsa deberían conectar ambos mundos, pero Kafka cambia las llaves de lado y nos deja a los dos encerrados adentro. Así, mientras su aniñada hermana se va transformando en una joven hermosa, Gregor Samsa se transforma en monstruo sin poder salir a preguntar por qué. No hay ningún paraíso perdido, ningún dios enojado, ningún maleficio que justifique la metamorfosis. Entonces, ¿yo tampoco podré entender la trama de este cuento con argumentos racionales? Parece ser que no: la literatura tiene tal poder, que se ha propuesto, aquí, no dar razones. Creer o no creer. Kafka dice: “así están las cosas”, y Gregor y yo las damos por ciertas. Si hay un sueño, es lo otro: lo racional, lo que tiene explicación. ¡Esto sí que es kafkiano! Lo único que puede escapar de esta literatura bajo llave es eso, lo kafkiano.

En fin, que el arranque de “La metamorfosis” me empuja hacia dentro con la fuerza de un agujero negro. Leo las andanzas de un hombre convertido en insecto con más interés que si me contasen algo verosímil. Un animal: una fábula. Me gustan las fábulas desde que era niña. En aquel entonces, podía estar mirando durante horas los arduos intentos de un escarabajo por darse la vuelta. Lo extraño es que la fábula que hoy tengo entre manos, aunque parezca contada en el mismo tono que las que contaba mi abuelo, no me conducirá a una enseñanza clara, sino a un enigma sin solución. ¿Estas uvas no están maduritas? La degradación de Gregor Samsa es mucho más complicada; es, si acaso, la fábula enigmática de una monstruosidad que no tiene arreglo.

¡Ésa es otra!, el más difícil todavía de Kafka: un protagonista cada vez más repugnante. Sí, mi abuelo también me contó historias sobre monstruos ─ bestias, ogros, sapos, enanos, gigantes y jorobados─, pero el de Gregor Samsa es otro cuento. Su aspecto llega a ser tan insoportable, que lo normal, al verlo, sería retroceder, taparse el rostro con las manos, llorar, desmayarse, poner muecas de asco o cerrar el puño… o el libro. No me extrañaría que los lectores se apartasen de él como si se estuviesen quemando las suelas. Pues, bien, Kafka vence esa dificultad. Sabe que incluso yo tengo que dominarme para no salir corriendo, pero logra retenerme, tranquilizarme, persuadirme y, finalmente, atraerme hacia su protagonista, como si el futuro de la literatura dependiese de ello. Leo con gusto, aunque a Gregor Samsa le chorree un líquido parduzco por la boca y sus patas dejen tras de sí huellas de una sustancia pegajosa. Deslizo ávidamente el dedo por la hoja, deseando saber si se come las verduras podridas. Estoy intrigada por el destino de Gregor Samsa. Eso sí que es sufrir. Me interesa saber si se siente solo, si mejora, y lo que está haciendo… ¿Es que no comprenden que tengo que saberlo? No hay un misterio mayor en el mundo que si él patalea o guarda el equilibrio; si se arrastra por las paredes, se cuelga del techo o se esconde bajo el sofá… ¡Vamos!, ¡duro con ello!



Dejo el libro en la mesa, como si mordiera; aunque lo cierto es que me quedo dentro, atrincherada entre una pasta y la otra. Antes de las siete y cuarto tengo que haber salido, como sea. No sé si suena el despertador o si llama alguien. Miro la puerta de reojo, con aprensión. Hacia dentro y hacia fuera. Por lo visto, contra todo lo esperado, hoy no he ido a trabajar. No sé ni dónde tengo la cabeza. Sigo en la habitación; llena de entumecimientos desconocidos y dolores nuevos. Mucho me temo que, si intento salir, la realidad cogerá un bastón y dará patadas en el suelo, para que retroceda. De aquí no me saca ni el cerrajero. Me da miedo hasta hablar; aún así, me pregunto en voz alta si habré sufrido cambios en la voz, en el alma, en el cuerpo… ¿Me han entendido ustedes una sola palabra?




* Otro recorte, un cuento brevísimo de Augusto Monterroso: "Cuando se despertó, el dinosaurio todavía estaba allí".

lunes, 2 de febrero de 2009

“Érase una vez… África”, Pilar Millán

Para mí fue una gran suerte que la editorial Kalandraka eligiera a Pilar Millán como ilustradora de “Estás en la luna”.

En cuanto tuve noticias de esa elección y supe que Pilar se había marchado a trabajar a África con mi manuscrito, busqué algunas de sus ilustraciones. Quería hacerme una idea de su estilo, antes de que el libro saliera. Sus trabajos me resultaron esclarecedores, bellos, sugerentes y llenos de ternura.

Pedro “Pelo Pincho”, texto e ilustraciones de Pilar Millán. Acuarela y tinta sobre papel.

Pilar Millán (Ferrol, A Coruña, 1962) es licenciada en Bellas Artes, pintora e ilustradora. Es una gran aficionada a los viajes, especialmente al continente africano. Ha recibido el Premio Planeta Agostini, el Premio Duquesa de Alba y el Premio de Ilustración Infantil de la Diputación de Badajoz.


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ÉRASE UNA VEZ… PILAR MILLÁN

No conocí a Pilar Millán personalmente hasta meses después de la edición de mi libro, “Estás en la luna”, que ella había ilustrado. Para reunirnos, aprovechamos un viaje que Pilar hizo a Madrid. Una semana después de nuestra cita yo presentaría “Estás en la luna” en Talarrubias, mi pueblo. Recuerdo que le hablé a Pilar de mi idea de proyectar, de fondo, las fotografías que hice en Tinduf. También recuerdo que Pilar me aconsejó casar la imagen y la palabra intercalando, entre paisaje y paisaje, fotografías de mi cuaderno de viaje. Me sugirió que mostrase frases del manuscrito de mi obra en el lugar en que ésta germinó; que enjaezase mis camellos con la fuerza visual de mis tachones, como si la creación en sí fuese un viaje. Sería como abrir la mano y enseñar una semilla: la semilla de la historia que iba a presentar yo.Era de este modo ─narrativo y visual─ como Pilar había organizado la exposición de su obra pictórica en Cádiz, cuyo catálogo me regaló en aquel encuentro. El catálogo parecía, en efecto, un cuaderno de viaje. El cuaderno de un viaje de viajes que aunaba las vivencias e impresiones de la autora en África.

Ese catálogo estoy mirando ahora. Lo miro y lo leo… porque, en este catálogo ─en la exposición─, las palabras sirven de nexo entre las imágenes. Las frases son el hilo conductor; hablan de una evolución. El lector-espectador no sólo percibe obras sueltas, sino la relación entre ellas. En cuanto abro el libro, me voy de una pintura a otra, como si fueran palabras de una oración; partes de un párrafo. Al final, producto de ese tiempo intercalado, aparece un relato; una historia que la autora ha escrito con sus ojos, para que podamos verla.
Gambia 2004. Tinta color sobre papel

Pilar Millán es, para mí, ante todo, una mirada; una mirada que cuenta cuentos exóticos sirviéndose de técnicas no literarias: acuarela, grafito, tinta de color, collage encolado a un tablero… Cuentos llenos de impresiones que impresionan.
Todo empezó con lo primero que a ella le tocó la médula: un niño africano que miraba el mar. Después de aquella figura infantil, Pilar ya sabía lo que quería pintar: niños y niñas con África en la piel y estrellas en los ojos; chiquillas gráciles con las trenzas de punta; hijos del sol y de la luna; mujeres esbeltas y enigmáticas, con faldas espirales, como poesías de luz. Pilar habla en sus obras de la ira de los muertos y de las luces de África. De gente con rostro de adobe y piel que es como un agua de color, donde el río se refleja…

España 2004. Acuarela y collage sobre papel




Me siento con la autora al borde del camino y entro en este cuaderno de viaje… interior. Soy yo quien se asoma a sus apuntes al natural. El paraíso no está tan perdido. Yo lo encuentro en muchas de sus obras; ilustrado como un sueño, un deseo; un color mágico… Veo luz en las personas que retrata Pilar. Y en las cosas. Algunas de sus barcas me deslumbran. Entrando, uno por uno, en cada cuadro, lo fugaz se convierte en eterno. Oigo gritos y risas. Siento respiraciones sosegadas… Todos estos instantes me parecen tan íntimos, tan míos, que no sé yo si no serán recuerdos. Su quietud me inquieta; su movimiento me paraliza. Me veo en un Ferry atestado de gallinas. Estoy en Kenia. En Senegal. En Togo. En Gambia… Los personajes de Pilar Millán son mis compañeros en este viaje. Soy yo quien va por esos poblados. Soy yo quien cruza ríos en esas barcas…Senegal 2002. Tinta estilográfica sobre papel.




¿Érase una vez África? ¿Érase? ¿No será que será? Estoy hablando de arte y, como dijo Machado, hoy es siempre todavía... África está en Pilar Millán, que aún puede inventar Áfricas distintas.