lunes, 27 de octubre de 2014

Poesía en habitaciones separadas

Hace ya cuatro años que hablo de sus asuntos con el poeta
pero no mencioné jamás el DESAMOR.
¿Creen que lo había olvidado?

¡Más quisiera! 


Hoy,
aunque un tanto inquieta para andar con cuchillos en las manos,
reasumo el compromiso de hablar de muchas cosas.

Me remango, y al tajo;
a la herida;
al altar del amor que alguien cambió por odio
o por indiferencia.



“Altar en ruinas”. Foto: Carmen Montalbán


Eso es el desamor, según me han dicho.
Puro desierto.
Sed.
Una distancia amargamente inmensa
a la fresca fontana del ayer.

Recuerdo lo que un día me dijo mi paisano
Félix Grande.
Aquel hombre grandioso y gran poeta
me describió,
me acuerdo,
el hocico furioso
con que atacan y husmean las bestias mansas,
luego de haber perdido a su pareja.


“Ruinas”. Foto: Carmen Montalbán


Porque lo malo es,
precisamente,
eso: querer sin querer…
sin querer, seguir queriendo.

“¡Pobre del que se sienta al lado de quien quiso!
–me dijo García Márquez en otra ocasión–,
a sabiendas de que ya no podrá nunca
volver a tenerlo.

¿Quién me obliga a evocar un sentimiento
que llena de escorpiones mi almohada?
¡Por favor!, ¿quién se empeña?

…Claro que sí:
el poeta.

Puede ser que, de puro modesto,
el autor de versos desdeñados
sea también un vanidoso inaguantable;
pero él sí vengará el amor perdido
con su actitud convexa.


“Ramos de novia”. Foto: Carmen Montalbán


El artista conoce el DESAMOR.
Ha sufrido en sus carnes ese ángel terrible
que lanza ráfagas de huracán
y destrucción
a las habitaciones separadas.

Él sí sabe cantarle al llanto del amante desolado;
ése que ya no puede
persuadir a su amada con palabras.
Un sufrimiento tal cae como un aguacero,
igual que caen las lágrimas del día.

El poeta,
abandonado y confundido,
balbuceará babélicas palabras.
Lo malo es que,
aunque gima en otro idioma,
todos entenderemos esos últimos versos
de dos que se querían
y que ya no se van a enamorar más nunca.

Seremos los demás los que ardamos de amor;
nos mire o no Cupido…
¿O no suenan ardientes ciertas voces
que no tocan el oído que buscaban?

Si oigo llorar al poeta,
lo que he sufrido hasta ahora y nada,
todo es nada.

Los poetas son así.
Amaron tiempo atrás,
pero hoy darán la vida y el alma a un desengaño.

Hoy, jugarán a irse.
Se alejarán a rastras,
mientras mudan de piel,
aunque también de médula.

Cerca del horizonte, 
el viento silbará tristes canciones 
en sus camisas muertas
y ellos se quedarán aún más vacíos por dentro.
De una a otra costilla, 
completamente huecos.


“Con la música a otra parte”. Foto: Carmen Montalbán

De lo que era su amor
no habrá más que un veneno de alacranes,
un tatuaje de humo
y, en regiones esquivas,
un corazón deshecho.


*He empleado para este recorte versos y fragmentos de algunos de los poetas citados al final de mi entrada “Que tenemos que hablar de muchas cosasy, además, he citado a Félix Grande, García Márquez y Jaime Sabines.

jueves, 2 de octubre de 2014

Transformaciones del piano


Darío Marcos Ruiz, Eduardo Galo Santos, Andrés Poncela y Margarita E. R. Kaminska

Esta mañana, mirando la foto de los cuatro pianistas que participaron en aquel Concierto Extraordinario, recordé lo que hablé a la salida con la profesora que lo organizó, Aranzazu Urteaga.



PROGRAMA  del Concierto del 20 de febrero de 2014 en el Museo de la Ciudad de Móstoles,

Anochecía ya cuando abandonamos el Museo de la Ciudad, felices de haber escuchado tan buena música. Teníamos los coches cerca del Conservatorio Rodolfo Halffter. Arancha y yo hicimos juntas aquel camino. A pesar del frío, nos paramos en plena calle, para charlar un rato. Al amparo del puesto de castañas, me confesó que estaba emocionada con los progresos de aquellos cuatro chicos. La escuché conmovida, porque mi hijo era uno de los cuatro. Arancha fue la profesora de Piano de Andrés durante todos sus Estudios Elementales y casi todos los Profesionales.

Ahora que mi hijo está a punto de cambiar de etapa, quiero dejar constancia de que también él habla de ella a menudo; siempre con gratitud y con cariño. Me consta que atesora para toda su vida conocimientos y recuerdos muy valiosos de su primera profesora. Arancha le ha enseñado casi todo lo que sabe de Piano hasta ahora (técnica y música). Atenta y vigilante en cualquier situación, es buena  pedagoga, exigente pianista, atinada psicóloga, maestra comprensiva... Supo conectar con mi hijo, a pesar de su timidez. Nadie como ella habría sido capaz de transformar el sufrimiento escénico de Andrés en sus inicios en una gran felicidad al piano. Es una suerte y un privilegio de los alumnos del Rodolfo Halffter contar con profesores tan espléndidos…

Aquella noche invernal, Arancha y yo salimos del Concierto impresionadas con “La tempestad” y con las demás obras del programa. Soplábamos castañas a la vez que hablábamos, para calentarnos la boca y las manos. Hace muy poco tiempo, aquellos cuatro músicos eran unos niños. El crecimiento de los alumnos deja a los profesores indefensos. El tiempo pasa de puntillas; siempre nos coge desprevenidos.  Gracias a la música, hablábamos felices aquel día de todo ello. Agarradas a nuestros cucuruchos de castañas asadas, describimos unos dedos que hace poco no abarcaban una octava y que ahora se deslizan tempestuosos sobre el piano y se ramifican amenazadores encima de las teclas, como relámpagos derramados.

Ayer: hoy siempre. Foto: Carmen Montalbán

Cada uno de esos músicos había crecido en frente de su piano. Había enseñado a sonar al instrumento la vez que aprendía de él. Los cuatro recibieron a la música soñando. Eran niños y, como tales, dominaban un súper poder. ¿Y qué habían aprendido del piano mientras sus dedos crecían y se adaptaban a él, como camaleones de la música? Precisamente, creo, habían aprendido a sentir en sus carnes la capacidad de transformación del piano.

Esta idea se me ocurrió hace poco rato, tras rehacer el programa de aquel concierto y releer unas palabras de Alfred Brendel que me dan la razón.

Darío, Eduardo y Margarita

“El piano es un lugar de transformación. Cuando  el pianista así lo desea, el piano permite sugerir la voz humana en el canto, el timbre de otros instrumentos, la orquesta, el arco iris, las esferas. Esa capacidad de transformación, esa alquimia, es nuestro mayor privilegio”.

Me reencontré con esta cita en una revista digital preciosa y rebosante de destellos: “HYPÉRBOLE. Intersecciones creativas”.   La vi en la sección DESTELLOS. QUÉ ESCUCHAR. El artículo se titulaba “El piano” y pertenecía a un joven bloguero [Santiago Galán (Toledo, 1989)] que, además de estudiante de Ingeniería de Caminos, lector, cinéfilo, fotógrafo y poeta, fue, durante algún tiempo, estudiante de piano.

Se nota que Santiago admira el arte en cualquiera de sus formas y que el conejo blanco que persigue se llama Estética. Cito ahora sus propias palabras para explicarme a mí misma, de paso, las sensaciones que viví en el concierto que estoy relatando.

Andrés Poncela

“Es muy difícil imaginar qué hubiera sido de la música sin la aparición del piano, el artefacto resonador más poderoso, el instrumento total. Poseedor del espectro de registros  más amplio y del don de la polifonía, puede hacer coincidir en el tiempo las cavernosas notas profundas con las cristalinas de la parte superior, las naturales de la octava central con las más cantábiles de su alrededor. Con diez digitaciones a disposición de un sinfín de toques, no tiene límites en cuanto a su universo expresivo, puede defender solo cualquier  pieza, hacer de servicial soporte a melodías de otros instrumentos, concentrar en su teclado a toda una orquesta, dar rienda suelta a las improvisaciones jazzísticas más atrevidas”. 
(“El Piano”. REVISTA HYPÉRBOLE. Santiago Galán).

Ver más: Los Conciertos del curos 2013-2014