miércoles, 1 de diciembre de 2010

Tramas tramadas en “Kafka en la orilla”

─Así pues, piensas escaparte a otro libro, ¿no? ─me pregunta la mujer llamada Villa-Dios─. Piensas abrir “Kafka en la orilla”; quedarte en trance, moviendo las pupilas de izquierda a derecha; imaginar que eres un escarabajo volador o algo por el estilo, y adentro, como siempre, a vivir experiencias absurdas.

─No tan absurdas ni tan como siempre ─contesto─. No se encuentra un libro como este cada día. El argumento parte de un suceso anormal cuyas causas no se explica nadie: el desmayo colectivo de ocho niñas y ocho niños japoneses de nueve años que, en 1946, durante la guerra, buscaban setas en un bosque acompañados por su maestra. El escenario de esos dieciséis niños inconscientes diseminados por el bosque parece irreal, pero esta trama (el hilo conductor de la novela… hasta que se reconduce) tiene una forma realista: los informes confidenciales con que el Ministerio de Defensa de los EEUU trata de aclarar el misterioso incidente.

─Y, en todo ese fregado de secretos de guerra, ¿tú quién te crees que eres? ¿Qué es eso que escribes como si te fuera la vida en ello?

No respondo. Ella sabe muy bien que, en esta trama, me identifico con los investigadores; y que, por lo tanto, el presente documento (catalogado como “Estrictamente personal”) podría ser tomado por un informe.

La mujer llamada Villa-Dios no puede aguantarse la curiosidad. Al cabo de un rato de tenso silencio, pregunta:

─¿Y dónde está la clave del misterio?, ¿en Satoru Nakata, el único de esos 16 niños que no recobró la conciencia a las pocas horas?

Asiento.

─¿Y no sabes tú, acaso, que el realismo se esfuma gradualmente, a medida que la conciencia de ese niño se aleja de su órbita? Creo recordar que la trama realista desaparece del todo en el capítulo 12, cuando la maestra confiesa lo de su menstruación; después, a los lectores sólo les queda errar como mariposas por las lindes del ámbito de la conciencia.

─El capítulo 12 ─afirmo, estremecida por su fuerza─ explica muchas cosas. Me atrevo a pensar, incluso, que esa sangre es la razón de que el niño se esconda entre los libros de su biblioteca mental y no despierte... por el momento. Como dice el refrán, la letra con sangre entra.

─Pero las letras que entran aquí son ficticias. La mente de ese crío que nos sirve de marco (MARCO 1) se las imagina; y no sólo las letras: fragua incluso hasta el aire que respira el otro, Kafka Tamura… Lo malo es que el dibujo que el subconsciente de Satoru hace de sí mismo ─como un pintor rupestre en lo más hondo de su caverna─ es un monigote simbólico que, o mucho me equivoco, o no se le parece ni en la sombra. Es como si Satoru Nakata se inventase a Kafka Tamura y le entregase el alma a ese nuevo protagonista de su vida con el único objeto de quedarse él, para siempre, instalado en las tinieblas.

La mujer llamada Villa-Dios se ha ido enardeciendo poco a poco.

─En eso, te doy la razón ─replico yo, pensativa─. De la bifurcación del protagonista en adelante, sólo podemos lanzar hipótesis (como les sucede a los médicos de la trama anterior); pero, para mí, Kafka Tamura no es un personaje secundario de esa novela, es el protagonista de otra. Si me identifico con él, soy muy diferente al sumiso Satoru: no tengo 9 años, sino 15, recién cumplidos; mi carácter es más agresivo; soy enigmático y solitario; carezco de casi todo, salvo de contradicciones internas, obsesiones sexuales y profecías desfavorables. Me resulta muy difícil distinguir realidad y sentimientos, por eso, levanto muros a mi alrededor, pido permiso para imaginar, y solamente sigo los consejos de alguien muy parecido a ti: el joven llamado Cuervo, que me habla desde dentro de mi mente (MARCO 2), como si fuera la voz de mi conciencia… Otra bifurcación, ¿no te parece?

La mujer llamada Villa-Dios parece estar analizando cada una de mis palabras:

─¿Bifurcación? ─suspira, con aire condescendiente─. Yo le llamo a eso sentido común, que falta te hace. Eres un chico inteligente y leído, pero no sabes nada de Saturo, ni quieres saberlo. Te has escapado de casa; te has marchado a una ciudad desconocida y te has escondido como un ratón de biblioteca. Fuera, el tiempo tiene un peso muy distinto, pero tú no quieres verlo. Te niegas a darte cuenta de que la sospechosa tonalidad del cielo puede ser el resplandor de otro mundo (que es menos “otro” que el mundo en el que estás, por cierto) o de que la sirena de la ambulancia que oyes está mucho más cerca de lo que piensas. Con tal de huir de ti mismo y de la sangre de tu maestra, te has cambiado hasta de nombre.

─Kafka. Me he puesto Kafka en honor al absurdo... ahora, sí.

─¿Y cómo no vas a vivir un absurdo si te has instalado en el limbo borroso de tu cabeza? Lo malo es que la cosa no mejora en absoluto cuando te identificas con el viejo Nakata. Si la trama de Kafka Tamura te parece surrealista, ésta otra te va a aparecer fantástica. Un buen día, Nakata despertó del coma, tras haber estado muerto tres semanas, y se encontró tan fuera de la realidad como estaba Kafka. Tras olvidar todo lo que sabía, la mente de Nakata (MARCO 3) está sumergida en un mundo sin pies ni cabeza que le obliga a soñar con la media sombra que le falta, e ir a buscarla. Mira que es raro, Nakata, ¡ostras!

─Es la otra rama de la bifurcación. Tal como hacen los dioses griegos, Murakami parte en dos a su personaje. Aunque son como la noche y el día, Kafka Tamura y Nakata comparten el alma del niño de las setas. El contraste es muy hermoso. Hasta las aventuras que viven son opuestas. La del viejo Nakata es una persecución fantástica, con peligros a lo Indiana Jones; Kafka Tamura, en cambio, busca un rincón apacible entre el vacío y el vacío para escapar de la media sombra que anda buscándole... al menos, hasta que encuentre fuerzas para aferrarse a la pared del tiempo.

─¡Pedazo de cojones podridos! ─grita, con impaciencia, la mujer llamada Villa-Dios─. Me extraña que esta dualidad (dualidad de dualidades si contamos a Hoshino y al joven llamado Cuervo… y a ti y a mí) te resulte tan fácil de imaginar.

─Si tú y yo nos incluimos, ya sería una trinidad. Tres ramas dobles.

La mujer llamada Villa-Dios lanza un bufido.

─Tú eliges: entrar o no entrar, aquí está el libro; pero perdóname primero que te diga que no te veo tan fuerte como para aguantar tal campo de batalla en tu cerebro. No olvides que estamos hablando de odiseas engendradas por el pensamiento, en las que no hay más remedio que mantenerse alerta y pensar por uno mismo. Demasiadas hipótesis para que tu cabecita las discierna de una vez. No te veo tantas luces. ¿Y qué harás contra la paradoja de que dos personajes ─que, según tú, proceden de un original─ sepan uno del otro a edades tan distintas? Tú, que siempre vas buscando el pelo a un huevo, ¿no vas a quejarte, ahora, de la distorsión temporal? ¡En vaya embolado te acabarás metiendo! ¿Puedes hacerte una idea de lo difícil que va a resultarte encontrar algo del resignado e inteligente niño del bosque en esas otras dos creaciones subconscientes? ─me pregunta, ofuscada, la mujer llamada Villa-Dios.

─Ahí está el reto ─asiento─: lanzado, directamente, a mi imaginación. Será como buscar la figura escondida. Mi mayor responsabilidad como lectora es imaginar. ¿No es eso lo que hace el protagonista? Un día, de repente, mientras coge setas, ¡zas!, ve caer el telón y sólo le queda la imaginación, ¿lo captas? La mente inconsciente de Satoru se inventa otra que viva en su lugar (Kafka) y la mente de Nakata, vacía como la muda de un reptil, sueña con recobrar esa ficción. Por eso, mientras los científicos remueven cielo y tierra para sacar del coma al niño de las setas ─trayéndole a sus padres y a su gato (¿qué decías de conexiones?)─, ese adolescente y ese viejo viven (¿tendría que usar el singular?) cada cual su propia historia. Para subsistir hay que hacer lo que sea, incluso reconstruir nuestros fragmentos y edificar con ellos una vida mental que nos parezca auténtica. Si no hubiera ventanas para mí, tendría que abrirme una en el corazón. Hay quien construye mundos de reemplazo con unos cuantos
símbolos y mitos y unos pocos recuerdos. La mente enciende el interruptor, y luz se hace. Cuando no hay viento, sopla… y la flauta suena. De repente, surge el mundo. ¡Pues sí que estamos apañados! ¿Sin imaginación?: todo manga por hombro. Tú misma no eres más que una ilusión. Se ve que tengo que madurarte un poco y ponerte en tu sitio, porque das demasiado la tabarra, mujer llamada Villa-Dios. Te puesto ese nombre por eso: porque, si creo que existes, existes; si creo que no existes, no existes. Da Gracias a Murakami (que, en español significa Villa-Dios) por prestarte el universo. Así pues, decidido: abro la puerta de entrada de “Kafka en la orilla”. Para entrar, hay que abrir.

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