Hoy, inicio de la primavera, es el día de la “Siembra mundial de libros”. En cuanto desperté y escribí un par de cartas que tenía que enviar, fui
a sembrar los míos. Finalmente, planté un par de novelas en la mañana gris,
desapacible. Perdí “Palabras mayores”
en la oficina de Correos del madrileño barrio de Campamento; en cuanto a “Estás en la luna” confío en que, si arraiga donde la dejé (en el
Centro Comercial del Zoco de Pozuelo) aprenda después a esparcir sus semillas por el ancho mundo.
No sé por qué me sentí tan triste cuando abandoné aquellos dos libros. Fue
como abandonar un par de gemelos bebés en las puertas de sendos conventos. O en
dos hogares muy distintos: uno pobre y otro rico. Los dos me dieron la misma
pena. Espero que los hayan encontrado y no continúen solos en aquella piedra.
Espero que ambos caigan en manos de algún lector propenso al vuelo, aunque
quizás yo no tenga nunca el modo de pedirles santo y seña.
“¡Volad, volad, libritos sobre los
hombros de este mundo gigantísimo!”, pensé, y no esperéis que el cielo
llore-llueva.
Un libro es un mensaje de tres letras lanzado en su botella diminuta a
surcar siete mares infinitos. S.O.S.
Volví a casa sin libros; con
el alma en los huesos. Nadie me abrió la puerta. Los chicos se habían ido a
jugar un partido. Almorcé pensativa. Estando ya mi casa sosegada, empecé a
saborear el silencio a la vez que escuchaba ladrar a los perros. Los cristales
se iban empañando con mi mirada cosmopoética.
Porque, además, la UNESCO celebra hoy el DÍA MUNDIAL DE LA POESÍA, por lo que los
versos cruzaban despacio una calle poblada de infelices y
lluviosas gabardinas fieras.
Pensé que era el momento de acabar algo que empecé a las tantas de un día
lejanísimo. Fue el 17 de mayo de 2010 cuando terminé la lectura de un libro de
poemas: “Que tenemos que
hablar de muchas cosas”. Me habría valido
cualquier antología, pero me acerqué a esa obra porque estaba organizada por
temas poéticos y porque conocía a los fotógrafos ilustradores: Fréderick
Volkringer y, sobre todo, a mi recién descubierto Andy Sotiriou, a quien había dedicado meses atrás un comentario en este mismo blog: “Andy Sotiriou, la poesía de un fotógrafo”.
No conservo aquel libro. Creo que se lo presté a una amiga olvidadiza.
Era un pájaro de doscientas ocho alas que voló demasiado lejos. De lo que sí me
acuerdo es de que se
trataba de una ANTOLOGÍA
de
poesía en Español en la que no lucían demasiado las fotos (por culpa del papel).
Sin embargo, la selección de autores (ver aquí) era amplia y había sido realizada por profesores de Enseñanza Secundaria.
¿Qué más puedo contar? Soy viciosa: si un clásico recita, voy recogiendo
perlas. Las antologías poéticas me llenan de eternidades y de suspiros líricos.
Así pues, leí el título y, sin saber cómo o cuándo, me propuse, yo también,
hablar de muchas cosas con el poeta. Me extraña mi osadía. En aquel justo
instante empecé mi periplo de nostalgias y escribí, en “Los recortes de Carmen Montalbán”, una entrada general que he ido ampliando a mi ritmo, con mi material
memoria. A los autores del libro les he ido sumando otros (Gabino-Alejandro
Carriedo, Fanny Rubio, Emily Dickinson, Félix
Grande, García Márquez…). La semilla poética se fue ramificando despacio,
tajada tras tajada; mientras yo hacía los sombreros con que me gano la vida.
Es prodigioso cómo nos va calando el tiempo después de un buen baño de
eternidad. Ahora solo me queda hablar de un tema que no recuerdo. Hasta hoy,
había hablado…
1) De POESÍA, para entendernos en esta Babel bárbara.
2) De una NATURALEZA que truena cuando quiere.
3) De esas canciones en que anida la INFANCIA.
4) De cosas COTIDIANAS escritas con la tinta invisible del instante.
5) Del HUMOR y las ganas de reírnos.
6) De la poesía que corre a la par del AMOR, como la mar y el cielo.
7) De un DESAMOR que obliga a leer salteado, con actitud convexa, para cruzar de nuevo el
filo de tu puerta.
8) De una LIBERTAD con brújula interior que nos hace embarcarnos en bajeles de de escamas.
9) De esa mano extendida que construye palacios para el pobre, con SOLIDARIDAD.
10) De las tristes GUERRAS y sus niños muertos.
11) De los tornos del tiempo; de una VIDA cansada de morirse que se sigue escapando cuan corriente de espejos, con nosotros adentro.
12) De la MUERTE de mi amigo Javier Ortiz, de la de mi amigo Jorge Maldonado y de otros muchos cancioneros de ausencias.
Aunque el perro no me deja ni se calla, cuando estoy sola, suelo versar sobre versos libres. Lo pienso y, de pronto, tras otro ladrido, veo claro cuál era la última cosa sobre la que iba a hablar hoy con el poeta: la SOLEDAD. O sea, que ése era el tema que debía. La soledad; la mía y la del perro. No me iré sin pagar mi última deuda. En este extraño estado melancólico en que nadie nos mira, es difícil pensar que alguien pueda fijarse en nuestras huellas. Pero la soledad es, por lo menos, respirable y yo estoy aquí, haciendo que redoblen las campanas.
De modo que, de nuevo, me decido a acabar
lo empezado en aquel pretérito almanaque y a hablar sobre esta soledad, siempre
cruenta, que muchas veces me hace mudar de médula.
Ya sé, soy nueva en esto. La soledad
acecha en el ocaso y el parpadeo se nubla con asuntos que empañan la ventana. Las rimas del poeta se van haciendo humanas sin voces ni ruidos. Quizás porque él también suele agarrarse
al mástil de la fiera soledad para cantar la verdad de sí mismo. Aquí
se escucha, incluso, el rumor de sus lágrimas. Porque él también zozobra entre leves
ausencias (con su dolor, a solas) y habita, como yo, donde habita el olvido.
Llevo ya largas horas con
la memoria perdida; soñando la poesía y oyendo ladrar a los perros la canción
de la vida solitaria. Es como si, desde siempre, todo estuviera dentro de este
manso ruido. Al fin, me he merendado una tarde inmensa de pulpa comestible. Agarrada
a este libro de poemas, he rumiado las sombras del aire, el llanto olvidado, la
música del viento, los poemas humanos, los versos; las palabras… Buscaba algo capaz de atraer muchedumbres hasta este
desamparo…
La poesía.
Contenta de acabar lo que
empecé hace ahora cinco años, me escaparé yo sola por mi lado, agarrada a algún
libro de poemas que me dé conversación. Me hundiré como un sapo saltimbanqui en las
profundidades de sus versos y hablaré de la soledad de los libros perdidos… ¡Por Dios, que no pasen frío!
... Pero, ¿con quién dialogar de esta comezón de infinito? ¿No hay poeta de guardia? Ahora soy yo quien pone ojos de broma.
... Pero, ¿con quién dialogar de esta comezón de infinito? ¿No hay poeta de guardia? Ahora soy yo quien pone ojos de broma.
Acabé. Acabé. Acabé…
¡He acabado!
¡Oh, Señor! ¿Estoy hablando sola?
¡He acabado!
2 comentarios:
Caí en la trampa de "La soledad delos libros perdidos", no me había dado cuenta de que es un laberinto que te va llevando por todo tu blog y aunque sabía dónde estaba la salida, preferí seguir perdido gran parte de la tarde del lunes, ayer. Hoy me apeteció contártelo y darte las gracias por el viaje. Me ha encantado. Volveré y se lo contaré a gente especial para que se pierdan por tus recortes.
Muchas gracias, Roberto. Cuando quieras volver a entrar, ya sabes dónde está la puerta. Mi laberinto te estará esperando.
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