(Viene
de atrás)
Y
hablando de lentitud y de tareas pendientes, entre mis lagunas de fin de año,
quiero subsanar el silencio que había guardado respecto a las dos últimas
presentaciones de mi novela “Palabras
Mayores”…
También
hubo música en ambos actos. Como ya anuncié en mi
Página de facebook,
el piano sonó en Navalagamella, a mediados de noviembre. Mi hijo, Andrés Poncela, tocó la Sonata 466 en Fa Menor de Scarlatti y un Preludio del Clave Bien Temperado en Sol Mayor, de Bach.
El
periodista José Manuel Ribeiro Feliú organizó
el acto a modo de diálogo. Me sentí muy cómoda hablando con él sobre mi novela.
Recuerdo también con satisfacción mi charla con Dani, un niño de Getafe que
había entre el público. Estaba tan admirado por la música de Andrés, que
sospecho que, no tardando mucho, se hará pianista.
Es una
acogedora librería de Leganés que recibió con aplausos los preciosos dúos de
Lúa Míguez y de mi otro hijo, Daniel Poncela.
… Bueno, la Libre no es sólo una
librería, es también un café, una sala de exposiciones, un lugar de encuentro
donde tomarse algo y construir otro mundo mientras charlamos sobre este,
alrededor de la camilla.
Con este montaje fotográfico felicité al Museo del Prado en su 195 aniversario,
poco después de hacerme de Twitter: @MontalbanAutora
Yo ya había estado en la Libre otras
veces; la última, en la presentación de la novela “Alguien dice tu nombre”, del gran García Montero.
Ignacio
Rodríguez, de ViveLibro, Luis García Montero y Carmen Montalbán
Aquella tarde, además de hablar de “Palabras mayores”, escuchamos dulces y
afinados dúos de Mazas para
Violín. También oímos cantar a Lúa, que tiene una voz cristalina. Ella y mi
hijo han sido alumnos de
la misma profesora en el Conservatorio de Móstoles: María Dolores Encina, a quien está dedicada mi novela.
Presentó el libro uno de los libreros asociados en La Libre:
mi amigo Teodoro Paciencia Moreno.
Dijo cosas muy hermosas de la historia y me comparó con autores magníficos: García Márquez, Juan Rulfo, Miguel Torga…
Recuerdo la experiencia con una emoción cálida, hogareña, acentuada aún más por
el chaparrón que estaba cayendo en la calle. Hacía un tiempo de perros mientras
nosotros hablábamos plácidamente de Aguado (la aldea hundida en lo más profundo
de mi novela, al fondo de ese lago en el que nada duerme).
Por pura coincidencia,
las familias de dos de los asistentes al acto procedían de pueblos que
sucumbieron bajo las aguas de alguna presa, en el pasado
n mi novela hay un agradecimiento para José María Iribarren, en cuyo magnífico ensayo, “El porqué de los dichos”, se ha inspirado y documentado. Mi novela está plagada de dichos que hablan de los dichos. En Navalagamella y en Leganés conté uno que suele referir mi madre y que (salvo en mi novela) no se ha recogido, todavía, en ningún diccionario de este tipo… eso creo: ¡Ya estamos aquí todos, ángeles divinos!
Así había intentado yo pintar a mis
personajes: en un ambiente ondulante, como huérfanos de ciénaga o fantasmas del
camino… Han tirado la piedra y han escondido la mano. He hundido Aguado por
eso: no sólo para que ustedes sientan las cosas más hondamente, sino para que
ellos arrojen sus cadáveres. Los trapos sucios salen a flote en cada capítulo,
cuando caen en las redes del tiempo.
¿Y
qué mejor momento para regresar a lo antiguo que ahora, cuando estoy
aprendiendo a moverme en las redes sociales? Aquel día, en la libre, hablé del
fondo turbio y misterioso en que se forman las leyendas; ésas que crecen como
bolas de nieve desde el mismo momento en que empiezan a rodar de unos labios a
otros.
“¡Ya
estamos aquí todos, ángeles divinos!” forma parte de una anécdota que circulaba antaño por la
Siberia Extremeña. Habla de un hombre de pocos estudios que se compra un burro
en la feria y que se arma tal lío con el importe que, luego, durante mucho
tiempo, todo el pueblo le pregunta por el trato, para burlarse de sus cuentas… El hombre está harto de tener que detallar sus
regateos delante de unos y otros, hasta que encuentra la manera de contarles su
aventura a todos los habitantes de la aldea a la vez…
Si queréis saber cómo se las arregló al
final, leed mi novela.
Como decía el otro, las palabras pinchan, cortan, embisten, envenenan o matan de risa… Es la literatura de la vida la que me empuja a soltar, aquí y en mi novela, una verdad como un puño: lo que cuenta es contar.
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