Corolario de mi lectura de “La soledad de los números primos”, de Paolo Giordano.
● Casi todos los números primos tienen un pasado digno de contar, pero se lo callan.
● En sus almas se esconde un secreto terrible que los condena a la soledad. Mejor dicho, se condenan: son ellos quienes se encierran dentro de sí mismos.
● Para no descubrir en sus ojos la huella del drama, no quieren ni mirarse en los espejos.
● La vida es para ellos una potencia oscura y el sueño les produce imágenes caóticas.
● A fuerza de no encontrar la paz, sus mentes ni siquiera parecen racionales.
● Casi siempre, dudan de casi todo; especialmente, de sí mismos.
● Después de su primera decisión fatídica, son incapaces de optar por nada. Cuanto más se debaten, más se enredan.
● No hacen lo más natural del mundo ─ni comen palomitas en el cine ni bailan en las fiestas─, lo cual resulta un poco sospechoso.
● Sus sonrisas son rachas de viento helado.
● Su aire ausente se debe a que suelen ir lidiando con fantasmas.
● Antes de colocarse en el centro de ningún corro, prefieren imaginarse en una maqueta inmensa llena de seres inanimados.
● A los vivos los ven como a través de un velo.
● No pronuncian su nombre, salvo para recordárselo a ellos mismos.
● No te miran a la cara, porque tus ojos les resultan incisivos y tus ademanes aparatosos.
● Cerca de ti, no saben andar erguidos.
● Si te fijas en ellos, se les pone una expresión de “Tierra, trágame”. Por eso levantan la silla ─cuando han de moverla─ y hablan ─cuando han de hablar─ como si les pinchara la saliva.
● Son capaces de no respirar, con tal de no hacer ruido.
● Si han de estrechar tu mano, lo hacen blandamente, para que no los sientas.
● Si pasan a tu lado, lo hacen encogidos, para que no los veas.
● Han cavado un abismo a su alrededor. Si intentas ayudarlos, te despeñas.
● Ellos, nada. Ellos, nunca.
● Son seres que jamás cuentan contigo ni echan cabos al mar, pidiendo ayuda.
● Casi todos los números primos tienen un pasado digno de contar, pero se lo callan.
● En sus almas se esconde un secreto terrible que los condena a la soledad. Mejor dicho, se condenan: son ellos quienes se encierran dentro de sí mismos.
● Para no descubrir en sus ojos la huella del drama, no quieren ni mirarse en los espejos.
● La vida es para ellos una potencia oscura y el sueño les produce imágenes caóticas.
● A fuerza de no encontrar la paz, sus mentes ni siquiera parecen racionales.
● Casi siempre, dudan de casi todo; especialmente, de sí mismos.
● Después de su primera decisión fatídica, son incapaces de optar por nada. Cuanto más se debaten, más se enredan.
● No hacen lo más natural del mundo ─ni comen palomitas en el cine ni bailan en las fiestas─, lo cual resulta un poco sospechoso.
● Sus sonrisas son rachas de viento helado.
● Su aire ausente se debe a que suelen ir lidiando con fantasmas.
● Antes de colocarse en el centro de ningún corro, prefieren imaginarse en una maqueta inmensa llena de seres inanimados.
● A los vivos los ven como a través de un velo.
● No pronuncian su nombre, salvo para recordárselo a ellos mismos.
● No te miran a la cara, porque tus ojos les resultan incisivos y tus ademanes aparatosos.
● Cerca de ti, no saben andar erguidos.
● Si te fijas en ellos, se les pone una expresión de “Tierra, trágame”. Por eso levantan la silla ─cuando han de moverla─ y hablan ─cuando han de hablar─ como si les pinchara la saliva.
● Son capaces de no respirar, con tal de no hacer ruido.
● Si han de estrechar tu mano, lo hacen blandamente, para que no los sientas.
● Si pasan a tu lado, lo hacen encogidos, para que no los veas.
● Han cavado un abismo a su alrededor. Si intentas ayudarlos, te despeñas.
● Ellos, nada. Ellos, nunca.
● Son seres que jamás cuentan contigo ni echan cabos al mar, pidiendo ayuda.
● Su vida seguirá, pero sólo después de que la cure el tiempo.
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