jueves, 21 de noviembre de 2013

¡CUÁNTA GENTE ESTUPENDA!

En cuanto puse el pie en el Auditorio del Conservatorio Rodolfo Halffter, comprendí que aquel 21 de junio, día de la música, Mozart era lo de menos.

Hoy, antes de amanecer (cuando el verano que empezó aquel día ha acabado por completo y al otoño no le queda demasiado), he estado buscando las fotografías que hice aquella tarde. He pasado ordenándolas toda la madrugada. Mientras las veía, exclamaba en voz alta, sin darme ni cuenta de que estaba sola, las primeras palabras que la alumna –ya ex alumna– de Violín Yaiza Palomar pronunció en aquella Ceremonia de Graduación: “¡Cuánta gente estupenda!”



Decimotercera Promoción de Alumnos. 21 de junio. Concierto nº 3 en Mib Mayor para Trompa y Orquesta. Kv 447., de W.A. Mozart.

Vi el programa en la puerta, recordé que yo ya había escuchado ese Concierto para Trompa, y entré. No pensé en otra cosa que en la fiesta de Graduación (salvo quizás en que, de paso, oiría esa obra de Mozart que tanto había aplaudido en primavera).

Mateo Lorente, el director del Conservatorio, había intentado conjurar la nostalgia hablando del futuro apasionante que esos doce músicos, ya profesionales, podrían esperar (siguieran o no el camino de la música en sus estudios superiores). Por mi parte, hace rato, evocando su fiesta de graduación, he deslizado miradas sonrientes sobre los retratos; sin poder evitar que, entre una foto y otra, aquel brillo de alegría de mis ojos se haya ido confundiendo más y más con el relampagueo de la tristeza.

¿Que por qué razón? No por Mozart, claro; aunque la Sinfónica sonó mucho mejor en primavera, con todos sus músicos. Alexandre Schnieper volvía a dirigirla también ahora y el trompa Roberto Lerma (otro de los alumnos que se graduaron) volvía a ser el solista. Lo malo es que ambos estaban rodeados, en esta ocasión, por gran cantidad de atriles vacíos. Recuerden la fecha. El curso ya había terminado en el Conservatorio, pero en los institutos y universidades seguía habiendo pruebas de selección y acceso que mermaron a la orquesta. Pensé –perdonadme– en una manada de antílopes a la que le hubiesen restado (o raptado) más de la mitad de los miembros. Me gustaron los solos de trompa: tristes y hermosos como el canto de un elefante melancólico. Mientras él cantaba, los que habían venido a acompañarle se veían tan festivos e inquietos como los antílopes de mi metáfora a la orilla de un lago recién descubierto.

En medio de la fiesta y los vacíos (me refiero a los doce vacíos presentidos, los que dejarían pronto los doce graduados), también mi corazón iba de brinco en brinco. Porque estábamos de fiesta, sí; pero de despedida. Doce alumnos se marchaban del Rodolfo Halffter diez cursos después de haber llegado. Teniendo en cuenta la cantidad de alumnos que entran en primero cada año (muchos multiplicados por muchos instrumentos), me sorprendió que sólo doce de ellos –doce en total, repito– hubiesen culminado sus Estudios Profesionales. “El mundo es de los que tienen voluntad” –les felicitó Mateo–, “y vosotros habéis demostrado una voluntad inquebrantable”.

Detrás del director, en nombre de los alumnos, habló Yaiza Palomar (una de esas chicas que yo pondría de ejemplo para explicar lo que es una buena persona). “¡Cuánta gente estupenda!”, suspiró. Su adiós a los estudios de música nos conmovió a todos. “Son muchos los recuerdos que nos llevamos de la que ha sido nuestra segunda casa”, dijo poco antes de romper en llanto.


Observé a Yaiza sobrecogida, como quien presencia el dolor de una hija. Ninguno de mis dos hijos se graduó aquel curso (ni lo harán este, todavía); sin embargo, durante años, mientras los llevaba de la mano a ambos (ya empiezan a llevarme ellos a mí), también he sido testigo del crecimiento artístico y humano de sus compañeros y compañeras. Supongo que me pasa lo que a otras muchas madres de las que pululan por el Conservatorio, un día sí y otro también, durante tanto tiempo. Ampliamos  el clan a fuerza de acudir a los actos de nuestra familia. Todos nos escuchamos en tal o cual audición, concierto o intercambio; en tal o cual orquesta, banda, o grupo de cámara… Dentro y fuera de Móstoles. ¿En cuántas aulas, cafeterías, teatros y pasillos habría visto yo las caras de los doce graduados? ¿Cuántas veces aparecen, más o menos enfocados, en las fotos de mis hijos?

Quizás sea cierto, después de todo, que la música forma manada. El mayor mérito está en la vocación de los tutores. En el Rodolfo Halffter hay más de una docena de estupendos pedagogos; muchos de ellos, buenos músicos, buenísimos; tan apasionados por seguir mejorando ellos mismos, que sacarían un artista de un leño. ¿Y cómo no afiliarse a un clan así?

Pero, además, hay miembros no docentes de la comunidad educativa que le dan cohesión a esta… “familia”: personas como Jorge Maldonado, el bibliotecario, que murió inesperadamente durante el curso pasado. Él no sólo conocía de oídas a los alumnos del Rodolfo Halffter, sino que los llamaba a todos por su nombre. Sabía quién era el tutor de cada cual; quiénes sus padres; qué documentación necesitaban, aunque pidieran otra; qué tal iban en coro, en orquesta, en la vida… Puede que haya en el mundo alguien tan erudito como Jorge (muy pocos); puede que exista alguien igual de generoso y de sociable (tengo varios amigos parecidos)… pero, ¿todo a la vez, y en ese grado? Jorge era un sabio alegre y cariñoso; un sabio que, no obstante, se las arreglaba para que todos y cada uno de los que hablábamos con él nos sintiésemos doctores en el tema elegido. Honoris causa. El honor era un préstamo suyo que intentábamos devolverle a tiempo (salvo que él mismo nos entretuviera). Salíamos de su charla un poco tarde, pues sus ideas se encadenaban una a otra en una red inmensa de meandros, pero sintiendo que nosotros –los demás– éramos sabios… Sabios risueños.

Mateo le recordó en la graduación cuando habló de esos lazos que unen a los artistas (además del sacrificio, el tesón, el esfuerzo y el gusto por el arte). “Jorge siempre estaba con vosotros y con nosotros, acompañando y complementando la labor musical y humana” –dijo, antes de que le interrumpiesen los aplausos. Ocurre siempre que se nombra a Jorge: cada oyente se concentra en él y en su propio aplauso; y eso acaba convertido, por supuesto, en ovación. Concierto para Corazón y palmas de las manos. 

Llevo un rato pensando que es extraño, ¡extrañísimo!, pero Jorge, que estaba en todas las audiciones habidas y por haber, no aparece en ninguna de mis fotos… Debe de ser el único que nunca se cruzó con mi objetivo... En fin, Mateo tenía razón, no hay peligro de olvido. En el último espacio de este álbum les dejaré el vacío que Jorge nos dejó, para que cada cual ponga la imagen que tenga de él (Si me enviáis fotos, dedicadas a Jorge, las pegaré a otro álbum de este blog).


De izquierda a derecha: Mateo Lorente (director del Rodolfo Halffter), Mirina Cortés (Concejal Delegada de Educación, Cultura y Promoción Turística del Ayuntamiento de Móstoles), Alexandre Schnieper (director de la Orquesta Sinfónica Rodolfo Halffter); Yaiza Palomar (ex alumna del Conservatorio); David Arenas (profesor, excelente clarinetista); Daniel López Villalba (Jefe de estudios); Roberto Lerma (ex alumno)

¿Cómo no iban a brincar como gacelas, el día de su graduación, esos doce nuevos profesionales de la música que Jorge, Mateo, Mirina Cortés, profesores varios, compañeros mayores y familias amigas han llevado bajo su ala durante diez cursos? Fue el primer día del verano. Sus  vidas estaban cambiando de estación en aquel preciso instante. Habían acabado un durísimo ciclo e iniciaban otro; un ciclo apasionante y venturoso: eso espero yo también. Alegre de saberlos gente de confianza, Mateo les despidió con una cita de Shakespeare a la que me adhiero: “Desconfiad de los hombres que no tengan música en el alma”.  

Ahora, al leerla en voz alta, oigo mi propia voz más quebradiza e inestable que un atril vacío; así pues, parpadeando, cierro este blog y exclamo: ¡Cuánta gente estupenda!


Yaiza Palomar


miércoles, 13 de noviembre de 2013

AUDICIÓN DE MÚSICA DE CÁMARA

Cuando ya han empezado los conciertos de este año (y muy bien, por cierto, ya les contaré… si el tiempo no lo impide), yo aún encuentro fotos y programas del curso pasado en el Conservatorio Profesional de Música Rodolfo Halffter, de Móstoles (Madrid) que no había mencionado todavía cuando hablé de los conciertos del curso 2012-2013.


 
Hoy recuerdo, por ejemplo, el último recital de la Asignatura de Música de Cámara que organizaron los profesores Eduardo del Río (violonchelo) y David Arenas (clarinete) con los distintos grupos de Cámara que habían formado sus alumnos.
Fue un precioso y caleidoscópico recital con una gran variedad de obras y de intérpretes; empezando por Gabriel Fauré (1845-1924), compositor al que yo apenas había escuchado antes. Su Trío en Re menor, op. 20 (clarinete, Leticia del Monte; violonchelo, Eduardo del Río; piano, Andrés Poncela) me sorprendió muy favorablemente. Sonaba muy vivo y, a la vez, sereno, como aterciopelado.
 
Y, de ahí en adelante, todo siguió añadiendo momentos de disfrute musical.
 
La Sonata en Do Mayor (Diego Sabio y Mario Lucas, piano a cuatro manos) me llevó a Viena, con Mozart. Y lo mismo digo (también con Mozart) de la Sonatina en Sib Mayor, Kv 434b (Lidia Ortega, piano; David Arenas, clarinete); el Divertimento nº 1 en Sib M, kv 439b (David Sánchez, piano; David Arenas, clarinete); el Trío en Do Mayor (Laura Ferrer, flauta; Eduardo del Río, violonchelo; Cristina Ortega, piano)…
Otras obras que escuché aquel día fueron el Dúo Nº 5 en Sib Mayor de Ignaz Pleyel (Julián Fernández y David Arenas, clarinetes); el Trío "Patético" en Re menor de Mikhail Glinka (Daniel Martín, clarinete; Eduardo del Río, violonchelo y Javier López, piano); el Vals de Teresa Carreño (Mª Ángeles Higuera, contrabajo; Eduardo del Río, violonchelo; Lucía Bonilla, piano) y el Cuarteto en Mib Mayor, OP. 69 de Franz Krommer (David Lozano, clarinete; Yaiza Palomar, violín; David Arenas, clarinete; Eduardo del Río, violonchelo)…


De izquierda a derecha: Eduardo del Río, David Arenas y Rafael Blázquez

Recuerdo haberme sentido muy a gusto escuchándoles a todos; aunque, quizás, recibí con especial satisfacción mi reencuentro con la guitarra, que sonó en dos piezas: el Duetto nº 3 en La Mayor de Ferdinando Carulli, (Rafael Blázquez, guitarra y David Arenas, clarinete) y la Serenata op. 50 de Malcolm Arnold (Rafael Blázquez, guitarra y David Sánchez, piano).
 
Aquí les dejo el programa de la audición.