Desde que tengo en casa Calle 13, me han llamado mucho la atención los spots que este canal (producido por NBC-Universal Global Networks España, que forma parte del grupo NBC-Universal) emplea como separación entre sus bloques de contenido. Son spots que identifican al canal e informan al espectador sobre lo que puede encontrar en él: películas y series de acción, suspense, misterio, terror y ciencia ficción.
El contorno de la víctima - I, por Carmen Montalbán
Enumero algunos de estos spots:
- Un patito de goma emerge súbitamente de una bañera cuyo fondo queda fuera de la vista.
- Tras sendos zumbidos, en una diana se clavan dos dardos. El tercero se oye zumbar y clavarse en alguna parte, pero no es en la diana ni se ve dónde.
- En el césped de un jardín se ve un montículo de tierra cuya forma recuerda una sepultura y se oye la llamada de un teléfono móvil.
- Alguien retira un cubo de basura de un callejón. Las moscas zumban sobre una bolsa que nadie se ha llevado del lugar.
- Se ven los pies de un hombre que espera el metro en el andén. Pese a que la estación está inquietantemente vacía, los pies de otro hombre se colocan justo detrás, paralelos y muy cerca de los del primero.
- Ante una mesa con cubiertos para dos, las manos de una mujer ─todavía sola─ cambian, una a por la otra, las dos copas llenas de vino.
- Vemos desde arriba, como si fueran nuestros, los pies descalzos de un hombre subido a una báscula. Suena una sierra mecánica y la báscula marca, de repente, diez kilos menos.
- El maletero de un coche que alguien ha de presionar con fuerza dos veces para que pueda cerrarse.
- Un maletín abandonado en un ascensor cuyas puertas se abren ante nosotros...
Todos ellos son brillantes películas en miniatura; cuentos sin palabras narrados en el lenguaje propio del cine (la imagen); microrrelatos fílmicos que me recuerdan a mis dos microrrelatos literarios favoritos, El emigrante, de Luis Felipe Lomelí (“¿Olvida usted algo? -¡Ojalá!”), y el famoso cuento de Augusto Monterroso (“Cuando se despertó, el dinosaurio todavía estaba allí"). Los dos dicen mucho más de lo que dicen sus cuatro letras. En este último, por ejemplo, alguien despierta. Podemos imaginar que el dinosaurio que “sigue estando” a su lado procede de su sueño o que el protagonista es un cavernícola que se había quedado dormido en su escondite, esperando a que el monstruo se marchara. Por mi parte, me pregunto si estoy en una especie de “Parque Jurásico” donde los científicos juegan con el ADN de animales extinguidos; si estoy ante el Diplodocus de peluche de un niño desconfiado, o ante un relato de policías y ladrones que se disputan un Tiranosaurio con garras de diamante.
También los spots de Calle 13 suscitan mil preguntas y cuentan mil cosas con lo que no cuentan. En realidad, no sucede nada malo. Quizás, algo acaba de ocurrir o algo ocurrirá, o está ocurriendo sin que lo veamos, pero la verdad es que no nos plantean de forma explícita que haya un muerto en esa bañera. El dardo puede no haberse clavado en una persona; el teléfono puede no estar recibiendo una llamada bajo tierra… o no estar llamando a la casa desde el subsuelo del jardín; tal vez no haya restos humanos en esa bolsa de basura… ni en ese maletero; tal vez, nadie tenga intención de empujar al viajero al tren; tal vez el vino no esté envenenado, ni haya una bomba en ese maletín, ni le hayan amputado ningún miembro al hombre de la báscula… ¿Por qué, entonces, estamos seguros de que ha pasado o va a pasar algo tremendo? Quizás porque, en el lenguaje del cine de suspense y acción, estas imágenes y estos sonidos son empleados como anuncios de peligro o como constatación de crímenes cometidos (ahogamiento, empujón al tren, envenenamiento, amputación, enterramiento en vida…).
El contorno de la víctima – II, por Carmen Montalbán
Mostrándonos una pequeñísima parte de las películas que exhibe (digo yo que 13 segundos, pero son menos), Calle 13 nos hace ver la película entera (sinécdoque). Cada uno de sus spot es una historia sugerida por todo aquello que no nos ha contado (elipsis). Hablo de una elipsis absoluta, por llamarla de alguna manera, pues no sólo hay un hiato entre dos planos, sino que únicamente se nos muestra uno: el que, en las películas de terror, suele aparecer inmediatamente antes o inmediatamente después de un momento negro, un punto de giro importante o una conmoción repentina. Mediante ese único plano, estas narraciones dan un salto en el tiempo y en el espacio de nuestras escenas imaginarias y nos colocan en un motivo tan recurrente de las películas de acción y de terror (bañera, cena íntima, maletero, parterre…), que trae dentro de sí su propio movimiento. El momento elegido (poco antes o poco después de que cambie el destino de alguien) tiene impulso, es simbólico, intenso, expresivo, inquietante; suscita todo aquello que suscita el suspense (el peligro, el riesgo, lo desconocido, el miedo, la curiosidad) y nos obliga a dar por nosotros mismos (como el cuento del dinosaurio) los pasos que nos habrían traído hasta aquí o a avanzar hacia la resolución de lo que estamos viendo, hasta completar mentalmente el relato, empujados por una especie de raccord de género.
Es un misterio del misterio: suele demandar de nosotros que valoremos lo oculto; que interpretemos lo expuesto; que rellenemos lagunas, que encadenemos acontecimientos, y nos convirtamos, sin más remedio, en creadores de escenas obligatorias… La elipsis no es aquí, por tanto ─o no solamente─, una cuestión de economía narrativa. Lo que se intenta con ella es captar nuestro interés, pues nos preocupa apasionadamente y nos crea más curiosidad que si nos hubiesen mostrado la historia por completo. ¿Qué ocurrió antes de que el patito emergiera? ¿Qué pasará después del cambio de las copas? ¿Dónde se clavó el dardo? ¿Quién es el pecador? ¿Cuál es el pecado? ¿Bajo qué circunstancias? ¿Por qué? ¿Qué pasará ahora? ¿Encontraré algún psicópata suelto? Ahí está la intriga; ahí está el miedo. La confrontación con “lo peor” aún no ha llegado.
Lo único seguro es que yo veo estos microrrelatos sin pestañear, con los ojos magnetizados. Me hacen conectar con el riesgo porque necesito sobrevivir y, a su vez, conectan conmigo porque necesito conocer, indagar, encontrar respuestas. Tal vez sean anticipos de las películas que vendrán después y en las que, seguramente, podré recuperar sus argumentos suspendidos y responder a las preguntas que me habían suscitado. Mientras tanto, estas brevísimas narraciones impregnadas de humor, pequeñas sorpresas, ironías dramáticas y vuelcos inesperados son aperitivos para atraerme, relajarme, intrigarme, entretenerme, quitarme problemas de encima, motivarme, asustarme, sorprenderme y asociar y fijar en mi memoria estas impresiones y el nombre de la cadena que se identifica con ellas: Calle 13. No se me ocurre un gancho mejor que estos spot para los amantes del género. El punto final de cada uno de ellos lo pone siempre un espejo roto que apela a la superstición, al miedo y placer de vencerlo; astillas de cristal inestables, chirriantes y asimétricas que, con sus quiebros enérgicos, me clavan en la mente la inquietud que andaba buscando.
¿Pegados a la vida o a la muerte?, por Carmen Montalbán
Mi vicio de la metaficción (entretejer en el mío el estilo de lo que leo) me obliga a escribir el guión de algún spot semejante. Ahí va: un vistoso parapente flota en el mar o en un gran lago. Sus zonas hundidas y sus bolsas de aire se mecen suavemente en las olas hasta que son agitadas por un súbito, estrepitoso y chapoteante coleteo… ¿Habrá monstruos o tiburones cebándose con el atleta que imaginamos debajo?
Si la idea le gusta a Calle 13, tengo al menos 13 más. Para llegar a un acuerdo conmigo, no tendrá que buscarme mucho: seguiré colgada de las uñas en los acantilados del suspense.
Si la idea le gusta a Calle 13, tengo al menos 13 más. Para llegar a un acuerdo conmigo, no tendrá que buscarme mucho: seguiré colgada de las uñas en los acantilados del suspense.
Así pues, aquí estamos.
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