miércoles, 8 de marzo de 2017

Alegría característica

Automáticamente, el viernes por la tarde, me subí al coche con mi familia. El vecino de abajo oyó los silbidos de Dani, el tarareo de Andrés, las castañetas de Eduardo y mi taconeo bailarín. Tan contentos nos vio, que nos deseó buen fin de semana. Cuando le dijimos que íbamos a Móstoles –ahí, al lado– (al Conservatorio Profesional de Música “Rodolfo Halffter”), dio un respingo de sorpresa. No fue mi alegría lo que le extrañó –aunque, últimamente, sea un bien tan escaso–; lo que de verdad no se podía creer él es que nos pareciese un “plan espléndido” gastar más de dos horas de nuestro tiempo libre “encerrados con cincuenta principiantes en una clase de orquesta”.



Él no sabía que estaba hablando de LA ORQUESTA DE LOLA, una de las orquestas de Enseñanzas Elementales más codiciadas por los estudiantes de música en España (a la vez, disciplinada y divertida). No sabía que actuarían en el Auditorio Nacional a primeros de abril, cuando su directora, María Dolores Encina, quiere estrenar la obra que el gran maestro Vicente Sempere Gomis ha compuesto para ella y para sus ávidos alumnos: Danza característica.  En fin, que no íbamos a colarnos en una clase cualquiera. Cuando le explicamos a nuestro vecino que aquella tarde de viernes el autor –Sempere– venía a estudiar su obra con los jovencísimos músicos, él se encogió de hombros. “Eso ni os va ni os viene”,  dijo, tras recordarnos que mis hijos ya no forman parte del Rodolfo Halffter, pues ambos cursan ahora estudios superiores.

Hicimos el camino aún más contentos. A pesar de que nadie se lo había pedido, Dani llevaba el violín. Se ofrecería a ayudar a afinar a Lola para tocar la Danza característica junto a los “músicos titulares”. Andrés había conseguido la partitura “de estraperlo” y la abrazaba con avaricia, como si fuera el mapa de un tesoro. Mis dos hijos la fueron silbando a primera vista y, sin pensar en lo que acababan de oír sobre las aventuras propias de sus veinte años, se lanzaron a ese mar de notas hechizados por las irresistibles sirenas de la música.

Bien por su felicidad y por sus ganas impetuosas de formar parte de aquel ensayo; pero, ¿qué pintaba yo en tal aventura? ¿Qué pintaba mi risa allí?

Llevo ya varios años crispada por la crisis. Los políticos actúan como si aprender música fuese un lujo; como si los estudios musicales (diez años más que cualquier otra carrera) fuesen una fineza para indolentes y perezosos. ¿Qué se creerán? Si hay algún regalo en esta vida, es el que, algún día, después de años y años de esfuerzo, los músicos (artistas, literatos, filósofos…) le harán al espíritu humano. Que los políticos que han arrancado nuestros bolsillos con la tijera corten también sus propias responsabilidades (políticas, económicas o académicas) me saca de quicio. Cuando escuché la entrevista de Mario Mora y Ana Laura Iglesias a Mateo Lorente, director del Rodolfo Halffter, se me cayó el alma a la alcantarilla. Se emitió en Clásica FM, el 27 de febrero. Os dejo aquí el enlace de You Tube; buscad el minuto 49:11 de El ático 103 (La caída de los conservatorios) y sabréis de qué indignación hablo.

Pero el viernes pasado era un día del futuro (de ese futuro que nosotros buscamos y los políticos entierran). Ya no había presupuesto ni recorte que pudiera conmigo. ¿A qué se debía mi risa? Siempre me ha gustado hacer fotos en los ensayos de las orquestas; especialmente, en el momento en que los músicos susurran para no interrumpir el descanso de sus instrumentos… ¿Era mi afición a la fotografía causa de mi felicidad irrefrenable? No.

Lo que me hacía feliz el día que digo era Sempere… como expectativa. Él iba a llegar pronto, por eso hervía el ambiente en el Rodolfo Halffter. Varios padres de exalumnos que conozco recuerdan todavía su visita anterior con una satisfacción inmensa (yo incluida). Fue en 2010. En aquella ocasión, el Maestro Sempere venía a ayudar a La orquesta de Lola  a estudiar Flor del Turia, otro de sus regalos impagables. Mis hijos entonces sí estaban “en plantilla” de la Orquesta de Grado Elemental. Dani tocaba el violín, Andrés el piano. ¡Cuánto han crecido!

 ¿Recordáis que, en mi entrada La generosidad y el buen hacer de Vicente Sempere Gomis, os conté que hubo un apagón y que los niños siguieron tocando a oscuras, sin ningún comentario, sin ninguna pausa, sin ningún signo de que se hubieran dado cuenta? Puro Titanic. Me impresionó tanta concentración. La flor del Turia se estrenó en Llíria (Valencia). También guardo preciosos recuerdos de aquel viaje… recuerdos inolvidables como los que traerán de París este año, cuando estrenen La marche, de Pablo Berlanga, en un Concierto de Intercambio con el Conservatorio Maurice Ravel.

¿Cómo no iba a prometérmelas felices al inicio del fin de semana que estoy relatando? Me constaba  que los alumnos de la Orquesta de Lola habían estudiado concienzudamente para aprovechar su encuentro con Sempere. Querían conocer al autor de la obra en la que llevan trabajando meses. A eso debía de deberse su ánimo chisporroteante de aquel día. Tenían todos la mente tan atenta como dispuesto a sentir el corazón. Y había que sumar, a su ánimo, el ánimo de Lola y su portentosa vocación pedagógica. ¿Hay algo más contagioso que su entusiasmo?

Entré en la sala pensando en ello y busqué con la vista un asiento vacío. Solo vi uno. Calculo que esa orquesta de Grado Elemental debe de tener unos cincuenta miembros; sin embargo,  a ese ensayo se habían presentado muchos más. Zigzagueé hasta la silla vacante por entre un mar de estuches abiertos y abrigos náufragos; entre niños y no tan niños…

Resulta que mis hijos no eran los únicos exalumnos que habían tenido la idea de dejarse caer por allí aquel viernes (casualmente, todos, con sus instrumentos). Al olor de la aventura musical de Sempere, era tal la afluencia de “afinadores”, que había subido la marea de atriles, invadiendo casi todo el auditorio… Siempre me han fascinado los lazos duraderos de esa orquesta.

¿Alguien dijo que aquél no era un buen plan?

El Rodolfo Halffter debía de ser para ellos algo así como la capilla de Montgauzy para Fauré… Lo leí hace poco, mientras preparaba otra entrada de este lentísimo blog.

Gabriel Urbain Fauré (1845-1924) era un músico francés. A los cuatro años, se trasladó al poblado cercano a Foix, al que habían enviado a su padre. En la escuela que éste dirigía, había una capilla con un armonio. Aunque, en un principio, el “plan” de pasar allí horas y horas debió de parecerle a aquel chiquillo mortalmente aburrido y deprimente, finalmente, jugar a tocar el armonio acabó haciéndole más feliz que ninguna otra cosa.

Fauré dijo al respecto: “Crecí, siendo un niño tranquilo de buen comportamiento, en un área de gran belleza [...] Pero la única cosa que realmente recuerdo es el armonio en aquella pequeña capilla. Cada vez que podía salirme corría hacia allí y me entretenía [...] Tocaba atrozmente [...] sin ningún método, completamente sin técnica, pero recuerdo que estaba feliz; y si eso es lo que significa tener vocación, entonces es una cosa muy agradable”.

…También Vicente Sempere se alegró de encontrar la sala llena. Él había compuesto su Danza característica (además de para cuerda y piano) para dos flautas, dos oboes, dos clarinetes, dos fagotes y dos trompas… pero la invasión de exalumnos había multiplicado el viento.  Se quitó el abrigo muy tranquilo y lo lanzó a bracear sobre una silla; contento de estrenar fin de semana con tamaña animación.

¡Qué bien aprovechó cada segundo! Desde lo alto de la tarima, acercó la vista al papel, pellizcó el primer compás, y cazó la nota al vuelo. No se le escapó nada. Hablaba en voz baja, pero se dirigía a sus músicos como a profesionales. Me alegré de volver a oír su voz: trepidante pianísimo. De su mano, pasamos de un sonido ligero y juguetón a una tristeza profundamente acogedora; de la gravilla retozona de la playa, al mar de fondo… entre sirenas de viento.

Su visión de la obra le transmitió agudeza a nuestro oído. La música se hizo palpable, para que pudiéramos jugar con ella. Con sus apreciaciones, me imaginé que todo era dulcemente espontáneo; pero, a veces, también, premeditado, veloz… Sé por mis hijos que la partitura tenía dificultades; no obstante, los escollos debieron de quedarse en lo más profundo del papel. A mí me alcanzaron tan solo notas efervescentes, despreocupadas…

A medida que Vicente hablaba, la danza se iba revelando por sí sola… ¡Qué digo por sí sola! Los intérpretes estaban inspirados y expresivos. Celebraban la música desde dentro de su propia “capillita” personal… perdón, comunitaria. En cada gesto del Director (siempre tan próximo), una invisible varita mágica esparcía una arrolladora vocación. Yo estudiaba con mi cámara la reacción de los músicos. Sus ojos, sonrientes y atentos, me parecían semillas germinando al sol. Estaban fascinados por la pieza. ¡Preciosa! Y por el maestro.

Salí del Rodolfo Halffter ya de noche; otra vez, bailoteando. Los músicos se iban más contentos aún de lo que habían llegado. “Yo, de mayor, voy a ser director de orquesta, como Sempere”. ¡Adiós! Seguid creciendo... a bocados de creación.

Yo también encontré el tesoro. Era una melodía como las olas: yendo y viniendo. La música es lo único que sobrevive al barco. También deshace rocas...

Creo que el abrigo de Vicente Sempere bajó a conserjería nadando solo.

¡Gracias, maestro! ¡Hasta la próxima!



sábado, 19 de noviembre de 2016

CARMINA BURANA: música y literatura

Carmina Burana es una colección de cantos goliardos de los siglos xii y xiii reunidos en un manuscrito encontrado en Baviera (Alemania) en el siglo xix. Carmina viene de carmĕn, ‘canción o poema’, y Burana de Benediktbeuern, la abadía benedictina en la que hallaron el manuscrito. Carl Orff, compuso la cantata escénica del mismo nombre, Carmina Burana, en el siglo XX. Para su letra usó 23 de esos casi 300 poemas, organizados en una introducción, tres partes y un final, con un total de veinticinco números (uno de ellos, repetido; otro, sin letra).


Yo escuché la cantata de Carl Orff –versión para dos pianos y percusión– durante el curso pasado; en una Audición de Coro del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, RCSMM.


Era abril. Recordad que hizo un calor infernal. Pero no hubo atadura que me retuviese a mí. Llegué a Atocha ardiendo toda entera. El trono en que me acomodé estaba en la última fila. Perdonad si no puedo mostraros una imagen clara del evento. Desde allí no veía al profesor Mariano Alises, que hizo, a mi parecer, muy buen trabajo. Bajo su dirección, más de cien estudiantes de música arrancaron a cantar a la vez, a pleno pulmón. Los coros estaban formados por alumnos del RCSMM y de los Conservatorios Profesionales de Amaniel y El Escorial.


Los coros frente al público: dos multitudes a presión, girando en la misma rueda…


Los solistas eran la soprano Juana Molinero, el tenor Ramón Farto y el barítono José Miguel Baena. Su canto fue admirable; sin embargo, yo, la primera vez que intervino el barítono, escuché su falsete y fruncí el ceño. ¡Ay de mí! No recordé enseguida que parecer borracho como una cuba formaba parte de su papel; que, aunque allí no había escenario, esa voz de beodo era una exigencia dramática para el cantor-personaje, que ardía de desazón en la taberna, donde se suponía que estaba bebiendo sin ley alguna.

Pero, ¿qué iba yo a entender de unos versos en latín, alemán, y provenzal? Disculpadme: hasta aquel día, mi idea del Carmina Burana no iba mucho más allá del “sonido disoluble” que mencioné tiempo atrás en este blog, pensando en la serie Cosmos. Conocía, claro está, el famosísimo y rotundo O Fortuna, que constituye la primera parte del preludio y se repite al final de la obra. ¡Impresionante! Es un fortissimo estremecedor que vale la pena escuchar en directo. Todo resulta tan vibrante, que me pilló por sorpresa, aunque lo estuviese esperando.

¡Qué poca agudeza mental! Tendría que haber recordado antes a los autores anónimos de aquellos poemas: los goliardos (clérigos errantes y gente enredada en los vicios). Creo que en sus canciones había más vivas al vino y a las mujeres que en las de Manolo Escobar. Sus temas no podían ser más profanos: todos los placeres que esos “tunos de la Edad Media” querían festejar (es decir, todos los que pudieran). Transmitían el hoy famoso mensaje del “carpe diem”: ‘aprovecha el momento’ y, por eso, el “sello” de sus obras era urgente; porque, si no disfrutábamos pronto de la vida, la fortuna pondría nuestra suerte de espaldas y nos privaría de la oportunidad de hacerlo.

Así pues, en aquella ocasión, aunque había venido a oír música, me sentí muy impaciente por comprender la literatura que había detrás de las notas. Tenía unas ganas arrebatadoras de ir a buscar traducciones para entender aquellas impetuosas letras. Salí de la audición feliz y decidida. Tras un concierto, el tiempo tiene un sabor vital, alegre. ¡Que se vaya la tristeza! Luego, en cuanto volví a casa, busqué información sobre la estructura y el sentido literario del Carmina Burana. ¡Qué yugo tan agradable!

Encontré lo que buscaba por azar. Desde la web El tamiz, Historia de un ignorante, ma non troppo, me dejé llevar (como sobre una nave sin marinero) hasta la obra. Es un blog estupendo. Os resumo y barajo en imágenes lo que conseguí entender. 

¡Solamente, disfrutad!

(Ver más en LOS CONCIERTOS DEL CURSO 2015-2016











sábado, 10 de septiembre de 2016

BENDITA MÚSICA


Cuando una obra maestra nos conmueve, escuchamos en nuestro interior la misma llamada de la verdad que impulsó al artista a crearlaAndréi Tarkovski.
Leí esa cita ayer, al inicio de un magnífico documental del Bosco que mi marido estaba viendo en casa, mientras yo repasaba el programa que hoy les traigo de recuerdo.



Miré la tele por encima de las gafas y me mordí la mueca con que hacía memoria… Efectivamente, el concierto número 23 del Ciclo de Conciertos Corales, al que asistí a finales del invierno pasado, me conmovió.

La Asociación Coral “Villa de Móstoles” y la Orquesta de Cámara del mismo nombre, dirigidas  ambas por Ramón Ceballos Amandi, me abrieron la ventana del cuarto del autor… de los ocho autores… En aquel concierto, sentí el aliento creador de ocho artistas que nacieron en muy distintas fechas (de 1525 a 1943).



Mi hijo Daniel había tocado con la orquesta “Villa de Móstoles” en varias ocasiones, pero yo conocí la agrupación aquel día, en la Parroquia Nuestra Señora de las Delicias, de Madrid.

Me colgué al cuello la cámara de fotos y me senté en uno de los primeros bancos. Aparte de las danzas, el programa tenía carácter sacro. Nos ofrecía obras para orquesta; obras para coro y orquesta y obras a cappella, sin acompañamiento instrumental alguno.


Cuando volví la vista hacia la puerta, vi un público no demasiado numeroso. Entre aquellos rostros felices había dos personas sorprendidas, como si nada hubieran sabido del concierto hasta que pisaron el umbral de la iglesia. Fue su atónito parpadeo lo que me recordó el momento de mi primera… revelación (esa verdad de la que hablaba Tarkovski arriba).


Yo debí de pestañear así hace muchos años. Ocurrió visitando Venecia, cuando entré en la Basílica de San Marcos con mi atuendo de turista y, por pura casualidad, me encontré con la interpretación a cappella de no sé qué obra de arte polifónica que me dejó sin habla. Tampoco supe nunca qué coro la cantaba ni quién lo dirigía. Yo no entendía de música –no entiendo– pero, bajo la cúpula dorada de San Marcos, comprendí sin ningún género de dudas que aquel artista y yo (fuera él quien fuese) habíamos compartido escalofrío. 

Sentí una mezcla de vértigo y flojera y, para no levitar de emoción, me tuve que agarrar al banco con más fuerza. De repente, entendí que la belleza no estaba solamente en los mosaicos bizantinos, en la basílica, en la plaza, en los colores, en los perfumes, en los canales de Venecia… No sé por qué, ese día, las voces de aquella coral me hablaron en mi idioma –casi sordo hasta entonces– de la belleza misma.  

¿Han experimentado alguna vez tal sensación de clarividencia? Era como si el autor de aquella  música deliciosa me hubiera invitado a pasar a su cuarto, mientras componía, y me hubiera prestado su oído y su lenguaje. 

La verdad que contemplé aquella mañana de verano formará parte para siempre del mosaico de mi vida. Gracias a esas teselas luminosas –de pan de oro y cristal– puedo admirar el arte con esta fe infinita. Tras el primer cantar de mis cantares (aunque Babel se empeñe en ser Babel), sospecho que hay un vínculo entre el cielo y la música (sagrada o no).

Seguramente, la primera conexión de espíritus se realizó en la primera caverna en que alguien dibujó su verdad con el dedo tiznado y alguien –mucho después– se asomó a mirar las huellas dactilares… Cuantas más galerías abra el artista entre el arte y la persona que contempla, más sencillo será identificar lo que tiene de humano el arte eterno. El deleite es elástico, y ha venido a quedarse.

Gracias a todo eso, también hubo delicias en Delicias este invierno. La Cantique de Jean Racine, de G. Fauré, "el Brahms de Francia", me pareció especialmente intensa, ligera, majestuosa… Ignoro yo por qué me conmovió, solo sé que lo hizo. Sentí la apacible fuerza de su música y volé más allá de las voces, abrazada al respaldo de mi asiento, para no volver a levitar.


Más fotos del concierto:












miércoles, 13 de julio de 2016

EL AUTÉNTICO FESTÍN DE NAVIDAD

El Concierto de Navidad fue un concierto benéfico a favor de la asociación Música, Artes y Discapacidad (MUSICAD) y de la asociación ACCEDE A RESPIRO (Intervención socioeducativa con jóvenes con autismo).

Programa

…De este concierto, recuerdo que…
Se celebró en la Jornada de Reflexión (19 de diciembre). Mateo Lorente, el director del Conservatorio Rodolfo Halffter, nos lo advirtió en su DISCURSO antes de hacernos reflexionar —sin que apenas nos diéramos cuenta— sobre la música, sobre la dulzura, sobre la generosidad…).
Mateo lanzaba ideas casi rabiosas hasta que, no sé cómo, su voz se deslizó por una grieta: de la mente, al corazón. Después, agradeciendo la ternura con ternura, no desistió hasta que todos fuimos miembros de este mismo club de los seres humanos… ¡Qué respiro!
Relacioné ese instante de alma en carne viva con ciertas impresiones que recibí hace tiempo, al ver El festín de Babette (película danesa de Gabriel Axel basada en un cuento de Isak Dinesen). Tras un premio de lotería, la francesa Babette prepara una opulenta cena para corresponder a la hospitalidad con que la habían acogido en aquella remota aldea de Dinamarca. Los vecinos (austeros, puritanos, inflexibles…) aceptan la invitación de la extranjera, pero han pactado que ninguno de ellos dé muestra alguna de regocijo (lo que sentirían como algo pecaminoso). Sin embargo, el cariño que pone Babette en sus platos; el emotivo ritual con que los sirve y los placeres que el aroma, el sabor y la compañía despiertan en los comensales, van convirtiendo en dulces personas a todas aquellas estatuas de piedra.

La música fue el auténtico festín del Concierto de Navidad. Los alumnos del Rodolfo Halffter, conmovidos también por Mateo, esparcieron más felicidad. Habían trabajado mucho todo el trimestre. Las dos Bandas tenían directores nuevos. Todos (los grupos renovados y los de siempre) pusieron más empeño que nunca en hacer buena música.
Recuerdo las Ilusiones de la Orquesta de Enseñanzas Elementales, obra de José Gabarda, que fue un precioso estreno mundial; recuerdo la Introducción (Suite para orquesta infantil de Cuerdas) de Fabián Andrades; recuerdo algo así como un baile de duendes; las dos guitarras y los arreglos de Berlanga (también de estreno) para Noche de Paz; recuerdo a Lola aplaudiendo a sus chicos desde la sombra; recuerdo el orgullo de David Arenas por su Banda… y viceversa; a Lúa y a Irina sonrientes; los saxofones de 2.09 Sax Projet llamándose unos a otros a ritmo de jazz. Recuerdo con qué luz pasaban Sempere y sus músicos de la majestuosidad a la melancolía; recuerdo las palmas de Álex y del público en la Marcha Radetzky; recuerdo la ilusión de mi hijo, Daniel Poncela, como concertino de la Orquesta Sinfónica de Enseñanzas Profesionales por segundo año consecutivo…
Presentación Abellán, la presidenta de Accede a Respiro, dijo que aquel había sido el concierto más bonito al que había ido jamás. No me extrañó escucharla. La felicidad es muy agradecida. Rendida a los placeres de la música, yo también respiraba mejor. Salí del concierto mucho menos estatua; si acaso, tallada en madera de alma.



Más fotos:















DISCURSO para reflex… sentir



(Discurso de Mateo Lorente director del Conservatorio Profesional de Música de Móstoles Rodolfo Halffter durante el Concierto de Navidad en el Teatro del Bosque, el 19 de diciembre de 2015)


Buenas noches, Sr. Alcalde, Concejala de Educación y demás miembros de la Corporación Municipal. Señoras y señores: bienvenidos a este Concierto de Navidad.
Hoy nos encontramos con la paradoja de una jornada de reflexión que, oficialmente, ocurre solo cada 4 años (como si la reflexión solo fuera necesaria tan espaciada en el tiempo). ¡Qué grande sería tener 3 años y 364 días de reflexión y el día que sobra para todo lo demás!
El concierto de hoy es doblemente necesario: por una parte, porque es la exposición de un trabajo realizado por un equipo docente cohesionado y con un mismo objetivo (que no es otro que el que nuestros alumnos crezcan y se desarrollen de la mejor manera posible); y, por otra parte, porque estamos contribuyendo a que la vida de algunas personas sea un poco más fácil.

Quisiéramos que los aplausos de hoy estuviesen dirigidos a todos esos individuos anónimos  que, desde que se levantan, luchan para que otras personas puedan integrarse en la sociedad y lleven una vida lo más digna posible dentro de este caos que es organizar al ser humano.
Quizás nuestra sociedad esté volcada en su admiración por el artisteo; por lo banal y lo efímero; por el que vende imagen (por el que nos vende algo, en definitiva)…, cuando nuestra admiración y respeto deberían estar proyectados a todas esas personas anónimas que, sin desfallecer, se levantan un día y otro día y otro día hasta el final de su vida con el propósito de enmendar la creación y lo que a primera vista es incomprensible, como es entender a una persona diferente.
Una de nuestras asociaciones beneficiadas tiene el nombre de “Accede a respiro” porque los que se dedican a estas labores hacen que las familias puedan respirar, siendo el respirar lo más elemental en el ser humano. Sin respiración, no hay vida posible. Y ellos, con su labor, dan vida e iluminan la tremenda oscuridad del anuncio de la diferencia.
Por eso, cuando en nuestra pequeñez de miras nos quejamos, olvidamos lo privilegiados que somos por poder ser autónomos; por poder, a pesar de las dificultades, intentar dibujar un camino y un destino… Otros nunca podrán. ¡Nos sobran tantas palabras y nos faltan tantas acciones!
Cuando llegan periodos como la Navidad, parece que nos volvamos fraternales, pero nuestra frágil memoria enseguida vuelve a su rutina del tenaz olvido.
Queremos que en este proceso educativo hacer que aflore el ser solidario no sea una pose centrada solo en un punto del calendario. La solidaridad, la ética, la fraternidad no son patrimonio de nadie ni de ningún periodo del calendario y sí del ser humano. Convencidos estamos de que todos estos valores anidan en todos los seres humanos. Lo que nos diferencia a unos de otros es cómo hemos sabido desarrollarlos y ponerlos en práctica... Pensamos que la música ayuda a extirparlos del ego y traerlos a la superficie, por muy escondidos o atrofiados que se encuentren.
Alcanzar la sabiduría es conseguir la capacidad de percibir la unidad donde otros ven división; porque, fuera de la unidad, lo único que nos diferencia es el grado de ignorancia. Cuanto más ignorantes seamos, más lejos estaremos de esa unidad que nos permite el conocimiento de lo real, de lo que permanece inmutable a través del tiempo y del espacio. Combatir la ignorancia debe ser o debería ser un propósito sin fisuras.
La música adorna el camino del conocimiento; no lo decimos nosotros: está probado a lo largo de siglos, a pesar de que algunos se empeñen en retorcer dicha evidencia.
Cuando al final baje el telón, saldremos todos con un estado vital más saludable; nos sentiremos mejor por la música y por habernos sabido útiles. Los que trabajáis en las asociaciones volveréis a vuestras rutinas; con una bocanada de aire para poder respirar, para que los demás puedan respirar; con un poco más de aliento. 
¡Ojalá pudiéramos dar más! Es tan fácil lo que hacemos, que os agradecemos la oportunidad que nos dais de ayudar. Ayudándoos, nos ayudamos a nosotros. Las celebraciones terminarán y ojalá estos actos no fueran necesarios porque en la sociedad fuéramos capaces de dar respuesta a todos los que no han tenido el mismo destino, también llamado por algunos “suerte”.
Quedan menos de 4 horas de reflexión y no quiero robaros ni un minuto de ella (que, si no, hasta dentro de otros 4 años no gozaremos de tal privilegio). Exigimos responsabilidad a todos los que nos rodean, pero ¡qué poco nos paramos a pensar en la nuestra individual! Seguro que, si en vez de lanzar soflamas intentando cambiar el mundo, lo cambiáramos en lo que de nosotros depende; si en vez de exigir responsabilidades a los demás, nos las exigiéramos a nosotros mismos, el mundo no cabe duda  sería diferente. Pero esto de la coherencia requiere mucha reflexión, y no sé si tendremos tiempo en las 4 horas que nos quedan…
Todos los que hacéis que el mundo sea un lugar un poco más habitable (sin estridencias, sin alharacas, sin querer aparentar ser los mejores, sin buscar nada a cambio, sólo el bienestar ajeno) hacéis que todo  esto tenga sentido y sois el ejemplo que hay seguir. Los demás tenemos mucho que aprender de vuestra lucha sorda, de vuestra paciencia infinita, de vuestra mirada limpia y cómplice en y con el dolor ajeno. No manejamos el tiempo como vosotros, que sois capaces de emplearlo sin límite y sin condiciones en los demás. Eso sí es “servir a los demás” (frase repetida con frecuencia estos días, no recuerdo dónde). Nosotros no paramos de repetir “No tengo tiempo, no tengo tiempo”, como si hiciéramos cosas importantes; pero, en el susurrar de ese respiro que es la vida, el oxígeno lo habéis puesto vosotros, y nosotros no nos hemos dado cuenta.
Gracias, gracias eternas por vuestra ternura… Disfrutemos de este momento. Tomemos y busquemos la felicidad como un propósito vital sin principio ni fin y,  entonces, la Navidad y el resto del tiempo como una caricia en la eternidad cobrarán sentido. 
Buenas noches.
Más fotos de aquel concierto: