jueves, 26 de noviembre de 2015

Microrrelato del ratón de biblioteca (5)

Dejé el Romance de Lanzarote encima de la primera parte de “El Quijote” y, sobre la hoja amarilla, el papel azulado en que acababa de anotar la letra de “Rocinante”, aquel viejo rock de Asfalto.  


Esto es lo que podía leer al día siguiente, después de que pasara por mi casa un hambriento ratón de biblioteca:


Nunca fue caballero en un lugar de la Mancha.
Damas –de cuyo rocino no quiero acordarme– se rieron de Rocinante.
La linda reina Ginebra se arma tras de una nube y pregunta su camino.
A las hachas han venido un ama, una sobrina… y algún caballo con alas.
Ya desmaya el orgulloso; cortárale la cabeza un mozo de campo y plaza, gran madrugador y amigo… (Dulcinea le convenció.)
Conjeturas verosímiles dan a entender que Quijana cambió su lanza por un tractor...  de ASFALTO.
¡Cómo luchó los días de entre semana!
Pero esto importa poco a nuestro cuento, donde cae en tierra, tendido.



Título:          LANZA  A PARTE



Microcuento del ratón de biblioteca, Carmen Montalbán

sábado, 10 de octubre de 2015

lunes, 24 de agosto de 2015

Microrrelato (1) del robinsón

Él sujeta la puerta del ascensor y fotografía a la joven que entra cargada de frutas y hortalizas. Ella se apoya en el rincón. Aprieta las bolsas entre los brazos (entre los dedos, su libro de “Robinson Crusoe”), y le pregunta si viene a regar las macetas del chico del quinto.

Los viernes, cuando abres las ventanas, el barrio huele a selva tropical. Si el dueño de la casa tarda mucho en volver, va a tener que entrar machete en mano.

Él sonríe aturdido. Busca la foto en la galería y se la envía a su amigo por whassap, con un texto.


“Tras el follaje de esta isla de la Desesperación, en plena selva de acelgas, hay una vecina tuya que huele a melocotón y se sienta a leer descalza en la escalera de atrás. La llamo Viernes… en sueños.”





Título:
SELVA DE ACELGAS.

lunes, 22 de junio de 2015

¡A PRIMAVEREAR!

Pisamos el Rodolfo Halffter por  primera vez hace nueve años. Andrés venía agarrado a una de mis manos; de la otra, mi hijo Daniel  y, detrás, a mi espalda, el violín de tres cuartos y la mochila con la merienda. Habíamos llegado en Metro, como si viniéramos de una odisea. El cordón desatado de las zapatillas de Dani había quedado atrapado en la escalera mecánica y habíamos tenido que pelear duro para librarnos de su voracidad. Llegamos sudando al Conservatorio. La señora a quien preguntamos por la Calle de Canarias nos había paseado por donde no era. Con todo, aquel día, el Rodolfo Halffter abrió sus puertas de par en par al maravilloso mundo al que mis hijos se estaban asomando, boquiabiertos.


Andrés se graduó el viernes pasado, nueve años después de aquel día. Nueve años (de 18) es media vida. Son nueve años que él y su hermano (que, Dios mediante, se graduará en Violín el año próximo, con los de su Promoción) han pasado en el Conservatorio de Móstoles, rodeados de gente valiosísima.

Los graduados
El silencio que yo he mantenido casi medio curso era necesario para ir adaptando el ánimo al cambio que se avecina. Ni siquiera había contado nada del Concierto de Primavera, dirigido por Alex Schieper, o de otros en los que mi hijo, Daniel Poncela, ha sido Concertino de la Orquesta Sinfónica este año. El que os dejo más abajo fue un acto muy emotivo, y un gran éxito. Magníficos los solistas (los violonchelistas Aldo Mata y Eduardo del Río y la joven pianista Laura Ballestrino).  

El hecho de que me acuerde del Concierto de Primavera cuando ya ha empezado el verano no es raro en mí. Aún tengo la sensación de que suena la flauta del otoño pasado. Para ofreceros tan a destiempo una jugosa primavera, es posible que no baste con enchufar a Vivaldi entre visillos que vuelan. “¡Vaya un vicio que tienen las estaciones de llegar por sorpresa! A ver si fuera posible hacer primavera con esa golondrina solitaria que no hace verano”, pensé, calladita… “O con la que sea”...

Tampoco os había contado nada del Acto de Despedida de Segundo Jiménez; uno de los primeros profesores (de Guitarra) y organizadores del Conservatorio, su director durante mucho tiempo. Me arriesgué a aparecer en aquel homenaje porque yo no conocía a Segundo. No había implicación emocional en mi caso, aunque se veía que él era muy querido por varios profesores que conozco. Todos se emocionaban y reían recordando sus anécdotas. Me alegré de haber asistido a un adiós tan feliz. Era una despedida por jubilación de una persona alegre y dicharachera; y el acto fue jubiloso, efectivamente…


Porque, además, la orquesta de Enseñanzas Elementales tocaría “Divertimento”, la última obra de Pablo J. Berlanga (que, precisamente, está dedicada a Segundo), y a cuyo estreno, en Murcia, yo no había podido asistir. Es una pieza para cuerda, piano a cuatro manos, flautas, oboes, clarinete, fagot y percusión, lo que ha obligado a la Orquesta Infantil a seguir creciendo. Me resultó una extraña y divertida preciosidad; me parecía, a la vez, épica y dulce; como el heroico momento vital de un ejército de ratoncitos en una película de animación. Algo así como Lucifer contra los amigos de La Cenicienta… Perdóname, Pablo, por la fantasía, pero escuchar tu obra valió la pena, aunque yo no hubiese imaginado nada. Segundo la disfrutó como un niño; así como las piezas (a Guitarra) de sus alumnos y ex alumnos.

El homenajeado no hablaba de descanso ni de penas; hablaba de proyectos. Le escuché bromear, sonriendo yo también. En aquel instante pensé que, tal vez, no viene mal callar de cuando en cuando, pero que el mío era un silencio a muchas voces que me tenía por dentro congelada; un silencio que había que romper, aún a riesgo de llorar entre los adioses de la Graduación de Andrés. 

En más de una sobremesa hemos citado las  dulces palabras del director del Conservatorio, Mateo Lorente, evocando a su primera profesora de Música.

Aquellos sentimientos de Mateo pueden identificarse perfectamente con los de Andrés hacia Aránzazu Urteaga. Sé el especial cariño que él sentirá siempre por Arancha, su primera profesora de Piano. Ha sido una estupenda educadora, además de una persona de dulce trato que siempre ha comprendido y defendido a Andrés, humana y profesionalmente. La técnica que le ha enseñado y la psicología con que lo ha hecho se han transformado en confianza hacia ella, en gratitud, y en amor a la música. Ahora, gracias a Arancha, el Piano de mi hijo tiene el corazón y la fuerza suficientes como para poder conquistar el cielo…

Por descontado que Andrés también apreciará siempre a su tutor, Mateo. Mi hijo alude a su seriedad, su simpatía y su gran formación con una sonrisa en los labios. “Lumière” canta muy bien. Su personalidad es abierta y creativa. Es un buen embajador del Conservatorio, allá donde le lleven sus orquestas. Culto, lector, poeta, el rey de los discursos, y tan buen pianista como buena persona.

También me consta (y comparto) el cariño de mi hijo por María Dolores Encina que, sin ser su profesora, le acogió muchos años como Pianista de la Orquesta de Enseñanzas Elementales, a la que nunca me he cansado de elogiar en este blog. Ella fue la primera profesora de violín de Dani. Lola. Casi le tengo borrado el nombre. En la etiqueta "Concierto" veréis que en estos años no he parado de hablar de ella y de esos chiquillos a los que lleva bajo el ala, con energía y con mimo. Si Lola usara batuta, lanzaría música a modo de varita mágica.


Andrés siente asimismo un gran aprecio por Eduardo del Río y sus grupos de Cámara; Por Pablo Berlanga y sus magníficas composiciones; entre otras, el Concierto para piano y orquesta de cuerda infantil en 5 movimientos que Andrés estrenó en el Paraninfo del Conservatorio Profesional de Música “Ramón Garay”, de Jaén y que tocó después en Móstoles en varias ocasiones…

Pero, quizás, uno de los profesores que más le han influido como músico, y al que profesa una admiración especial, es Vicente Sempere; el responsable de que Andrés haya descubierto su vocación de compositor. Gracias a él, mis hijos ven el fondo de la música y disfrutan de su juego estimulante. Es como si Vicente les hubiese abierto los ojos para que entiendan lo que parece inexplicable. Sempere ha puesto en sus manos el elemento creador; las normas de esa gramática universal que hace poesía del sonido. Ahora, si se lo proponen, pueden lograr que la música se abra salidas al mar.



En fin, que, aunque me calle, hoy también es más fácil para mí alimentar mi caldero de alquimista y dejarles aquí algún aroma del  pulóver verde de la Primavera. Abriles robados; mayos que marcean; marzos que mayean… ¿Tienes que primaverear precisamente ahora que empieza el verano? ¡Pues venga, primaverea! Esto es un puchero en tonillo mayor. “Lo único que esta receta no admite son lágrimas grises”, suspiro, aflojando el delantal de fresas. Mi madre llora de risa cuando cuenta la historia de aquel escorpión que la picó en el chozo del tío Antonio, siendo niña. Eso mismo voy a hacer yo: si lloro, será de risa, y con lágrimas brillantes. Empiezo ya a estar harta de tanto estreñimiento emocional; así que, ahorita mismo, empiezo a echar en el caldero estrellas que tiritan; patinetes prestados; algo épico; algo lírico; un vasito de luz (de los de agua) y medio de sombra (de los de vino); risillas en flor; amores eternos; el resplandor azul de una naranja…


Creo que decidí romper el silencio después de pasarme la tarde charlando con los míos sobre una anécdota familiar en la que hemos gastado desde ayer muchos WhatsApp y mucha saliva. Es nuestro Trending Topic casero. Hasta entonces, la única víctima de un alacrán a quien yo conocía era mi madre. Os cuento. Ayer, al mediodía, otro escorpión picó a mi hermana. Ella no estaba en un chozo del campo, sino descongelando una nevera. Metió la mano en el congelador de mamá y, desde la cubitera, todavía helado a medias, un escorpión estiró su aguijón hacia la mano que se le acercaba. Perdóname el cuento, hermanita; se te pasará. Mamá y tú os habéis reído más que nadie con la hibernación y con los alacranes congelados por la ciencia… ¡Qué fiesta!... ¿Cómo llegó hasta ahí? ¿Y cómo aguantó, helado, por lo menos,  las dos semanas que madre ha estado fuera? Un cubito de hielo lo atrapó con más fuerza que la que emplearía una escalera del Metro para arrebatarte la zapatilla…

Con las llamadas que hice o respondí ayer, descubrí las ganas que tenía de volver a hablar largamente… con quien sea. En cuanto al bicho, se acabó de deshelar en un frasco de cristal; por cuyo círculo sagrado paseaba tan tranquilo al  poco rato, dejando un rastro líquido en el culo del tarro.

Pongamos las cosas en claro para que nadie se confunda con mi risa: por muy rotas que tenga las esquinas, la primavera es un viento grandioso que siento en las orejas cuando tocan mis hijos. Tengo que darles las gracias a sus profesores por permitir que yo pueda disfrutar de su Música (lo que espero que siga ocurriendo en el futuro, estemos donde estemos).  Sé que muchos de sus profesores seguirán a su lado, para siempre, y eso es algo que yo no me callaría nunca. ¡Gracias a todos!

¡Qué emocionante fue escuchar el estreno de la última obra compuesta por Andrés (que él mismo dirigió) en el acto de Graduación. Su “Quinteto para Flauta y Cuerdas” es una pieza hermosa, delicada, impresionista...

"Quinteto para flauta y cuerdas", de Andrés Poncela

La música de mis hijos y de sus compañeros ha llenado mi caldero de alegría. Como Bécquer dijo de otra forma, en habiendo liras, y en estando ellos, habrá primavera.

¡Qué mundo tan raro! Este blog hiberna… Lo que importa es que Andrés y Daniel pisaron el lugarito de la Música hace nueve años, con muchas ganas, una sanísima curiosidad y paso firme, a pesar de traer los cordones mordidos por aquella rabiosa escalera.

Mateo Lorente, Andrés Poncela y Aránzazu Fernández Castelló, concejal delegada de Educación y Juventud

sábado, 21 de marzo de 2015

LA SOLEDAD DE LOS LIBROS PERDIDOS

Hoy, inicio de la primavera, es el día de la “Siembra mundial de libros”. En cuanto desperté y escribí un par de cartas que tenía que enviar, fui a sembrar los míos. Finalmente, planté un par de novelas en la mañana gris, desapacible. Perdí “Palabras mayores” en la oficina de Correos del madrileño barrio de Campamento; en cuanto a “Estás en la luna” confío en que, si arraiga donde la dejé (en el Centro Comercial del Zoco de Pozuelo) aprenda después a esparcir sus semillas por el ancho mundo.

 

No sé por qué me sentí tan triste cuando abandoné aquellos dos libros. Fue como abandonar un par de gemelos bebés en las puertas de sendos conventos. O en dos hogares muy distintos: uno pobre y otro rico. Los dos me dieron la misma pena. Espero que los hayan encontrado y no continúen solos en aquella piedra. Espero que ambos caigan en manos de algún lector propenso al vuelo, aunque quizás yo no tenga nunca el modo de pedirles santo y seña.



 

 “¡Volad, volad, libritos sobre los hombros de este mundo gigantísimo!”, pensé, y no esperéis que el cielo llore-llueva.

 

Un libro es un mensaje de tres letras lanzado en su botella diminuta a surcar siete mares infinitos. S.O.S.



 

Volví a casa sin libros; con el alma en los huesos. Nadie me abrió la puerta. Los chicos se habían ido a jugar un partido. Almorcé pensativa. Estando ya mi casa sosegada, empecé a saborear el silencio a la vez que escuchaba ladrar a los perros. Los cristales se iban empañando con mi mirada cosmopoética. Porque, además, la UNESCO celebra hoy el DÍA MUNDIAL DE LA POESÍA, por lo que los versos cruzaban despacio una calle poblada de infelices y lluviosas gabardinas fieras.

 

Pensé que era el momento de acabar algo que empecé a las tantas de un día lejanísimo. Fue el 17 de mayo de 2010 cuando terminé la lectura de un libro de poemas: Que tenemos que hablar de muchas cosas”. Me habría valido cualquier antología, pero me acerqué a esa obra porque estaba organizada por temas poéticos y porque conocía a los fotógrafos ilustradores: Fréderick Volkringer y, sobre todo, a mi recién descubierto  Andy Sotiriou, a quien había dedicado meses atrás un comentario en este mismo blog: Andy Sotiriou, la poesía de un fotógrafo”.

 

No conservo aquel libro. Creo que se lo presté a una amiga olvidadiza. Era un pájaro de doscientas ocho alas que voló demasiado lejos. De lo que sí me acuerdo es de que se trataba de una ANTOLOGÍA de poesía en Español en la que no lucían demasiado las fotos (por culpa del papel). Sin embargo, la selección de autores (ver aquí)  era amplia y había sido realizada por profesores de Enseñanza Secundaria.

 

¿Qué más puedo contar? Soy viciosa: si un clásico recita, voy recogiendo perlas. Las antologías poéticas me llenan de eternidades y de suspiros líricos. Así pues, leí el título y, sin saber cómo o cuándo, me propuse, yo también, hablar de muchas cosas con el poeta. Me extraña mi osadía. En aquel justo instante empecé mi periplo de nostalgias y escribí, en “Los recortes de Carmen Montalbán”, una entrada general que he ido ampliando a mi ritmo, con mi material memoria. A los autores del libro les he ido sumando otros (Gabino-Alejandro Carriedo, Fanny Rubio, Emily Dickinson, Félix Grande, García Márquez…). La semilla poética se fue ramificando despacio, tajada tras tajada; mientras yo hacía los sombreros con que me gano la vida.



 

Es prodigioso cómo nos va calando el tiempo después de un buen baño de eternidad. Ahora solo me queda hablar de un tema que no recuerdo. Hasta hoy, había hablado…

 

1)    De POESÍA, para entendernos en esta Babel bárbara.

2)    De una NATURALEZA que truena cuando quiere.

3)    De esas canciones en que anida la INFANCIA.

4)    De cosas COTIDIANAS escritas con la tinta invisible del instante.

5)    Del HUMOR y las ganas de reírnos.

6)    De la poesía que corre a la par del AMOR, como la mar y el cielo.

7)    De un DESAMOR que obliga a leer salteado, con actitud convexa, para cruzar de nuevo el filo de tu puerta.

8)    De una LIBERTAD con brújula interior que nos hace embarcarnos en bajeles de de escamas.

9)    De esa mano extendida que construye palacios para el pobre, con SOLIDARIDAD.

10)  De las tristes GUERRAS y sus niños muertos.

11)  De los tornos del  tiempo; de una VIDA cansada de morirse que se sigue escapando cuan corriente de espejos, con nosotros adentro.

12)  De la MUERTE de mi amigo Javier Ortiz, de la de mi amigo Jorge Maldonado y de otros muchos cancioneros de ausencias.


Aunque el perro no me deja ni se calla, cuando estoy sola, suelo versar sobre versos libres. Lo pienso y, de pronto, tras otro ladrido, veo claro cuál era la última cosa sobre la que iba a hablar hoy con el poeta: la SOLEDAD. O sea, que ése era el tema que debía. La soledad; la mía y la del perro. No me iré sin pagar mi última deuda. En este extraño estado melancólico en que nadie nos mira, es difícil pensar que alguien pueda fijarse en nuestras huellas. Pero la soledad es, por lo menos, respirable y yo estoy aquí, haciendo que redoblen las campanas.  

De modo que, de nuevo, me decido a acabar lo empezado en aquel pretérito almanaque y a hablar sobre esta soledad, siempre cruenta, que muchas veces me hace mudar de médula.
Ya sé, soy nueva en esto. La soledad acecha en el ocaso y el parpadeo se  nubla con asuntos que empañan la ventana. Las rimas del poeta se van haciendo humanas sin voces ni ruidos. Quizás porque él también suele agarrarse al mástil de la fiera soledad para cantar la verdad de sí mismo. Aquí se escucha, incluso, el rumor de sus lágrimas. Porque él también zozobra entre leves ausencias (con su dolor, a solas) y habita, como yo,  donde habita el olvido.




Llevo ya largas horas con la memoria perdida; soñando la poesía y oyendo ladrar a los perros la canción de la vida solitaria. Es como si, desde siempre, todo estuviera dentro de este manso ruido. Al fin, me he merendado una tarde inmensa de pulpa comestible. Agarrada a este libro de poemas, he rumiado las sombras del aire, el llanto olvidado, la música del viento, los poemas humanos, los versos; las palabras… Buscaba algo capaz de atraer muchedumbres hasta este desamparo…

La poesía.

Contenta de acabar lo que empecé hace ahora cinco años, me escaparé yo sola por mi lado, agarrada a algún libro de poemas que me dé conversación. Me hundiré como un sapo saltimbanqui en las profundidades de sus versos y hablaré de la soledad de los libros perdidos… ¡Por Dios, que no pasen frío! 

... Pero, ¿con quién dialogar de esta comezón de infinito? ¿No hay poeta de guardia? Ahora soy yo quien pone ojos de broma.


Acabé. Acabé. Acabé… 
¡He acabado!
¡Oh, Señor! ¿Estoy hablando sola?

lunes, 2 de marzo de 2015

Enroscando calendarios

Aunque el día 1 de enero colgué en la pared el calendario nuevo, aún no había tirado a la basura el del año pasado. Por fin, esta mañana, la alcayata se desprendió sola y ese cuadernillo de doce hojas viejas se desplomó como un gigante atolondrado.

El 2014 había pasado por mi casa igual que una visita ruidosa y difícil que tampoco se alegró de verme a mí. Nos contamos mutuamente muchos chismes. Ese había sido el año en que dejé de fumar. No contaré los detalles ahora porque quizás merezcan capítulo aparte (o, quizás, silencio), pero sepan que es posible. Tampoco le quiero dar importancia a la crisis. Por no mencionarla, llevo dos meses sin cerrar el año. Alrededor de ella, el tiempo se comporta como una herida abierta. He aguantado como la mayoría de los españoles: intentando contentar a Tía Miseria y temblando al hacer las listas de la compra… 

...Esas cosas pensaba esta mañana, cuando vi el calendario dar vueltas junto a los rodapiés –así, todo enroscado por detrás de la mesa–. Estuve a punto de darle una patada. Por suerte, recordé el Concierto de Navidad del Conservatorio Profesional de Música Rodolfo Halffter, de Móstoles (Madrid) y decidí que no debía comentar el 2015 sin echarles un último vistazo a las fotos de aquel magnífico concierto.


Como he leído por la Red, a mal tiempo, buena música. Me alegro de haber luchado contra mi extenuación de final de trimestre, porque no habría querido perderme la que escuché aquellas dos noches.

Llegué a ambas funciones dispuesta a no ser objetiva. Eran las primeras experiencias de mi hijo Daniel Poncela como concertino de la Orquesta Sinfónica de Enseñanzas Profesionales, dirigida por Alexandre Schnieper.

Dani ya había sido Primer Violín años atrás, en la Orquesta de Cuerda de Enseñanzas Elementales que abrió el Programa, bajo la dirección de María Dolores Encina.


Le tengo mucho cariño a la agrupación infantil. Siempre me quedo con ganas de volver a oírla. Suena de maravilla. ¿Recuerdan que le concedieron la Medalla de Oro en el Festival Internacional de Arte Juvenil, en El Escorial? Otra cosa justa del 2014. ¡Merecidísimo premio!

María Dolores Encina ha enseñado a sus alumnos a crecer con la buena música. Esos chicos y chicas buscan a diario su mejor sonido. No se conforman con menos. Les fascina estrenar obras nuevas. En el Concierto de Navidad (exceptuando “Noche de paz”, de Franz Gruber) las piezas que tocaron habían sido compuestas para ellos. Eso es un regalo que saben apreciar y que les entusiasma año tras año.

Mirlo”, el Homenaje nº 7 de Eduardo del Río (profesor de Cello y de Música de Cámara en el Rodolfo Halffter) es de una sutileza elegantísima.

Pizzicatear”, de Pablo Cerezo, tiene la alegría pueril y contagiosa de los juegos infantiles, como tintineantes canicas de cristal.  

Para remate, las otras dos piezas, “Ilusiones I”, de José Gabarda y “Oriental”, de Carlos Piñeiro –a cuál más evocadora–, eran estrenos mundiales.

Así que asistimos a lo nunca oído. Piezas confeccionadas con sumo primor, a la medida de músicos muy jóvenes, pero que ya reconocen y aprecian la buena música. Niños que están aprendiendo a buscar el Norte con su… brújula musical.

Todos estaban contentos de que los autores de las piezas estuvieran presentes en el Teatro del Bosque. Y muy contentos también los propios compositores, que habían venido –desde puntos muy distantes y distintos– a escuchar sus obras de manos de los pequeños músicos que las habían estrenado. ¡Un verdadero triunfo!

Perdí los pocos nervios que tenía aplaudiendo.

Los aplausos siguieron sonando en la segunda parte del concierto, a cargo de Alexandre Schnieper


Por fin, tras el color de los coros y la alegría de la banda, le tocó el turno a la Orquesta Sinfónica. Fue entonces cuando vi a mi hijo en el primer atril. Confieso que yo iba dispuesta a seguir batiendo palmas, sonaran los músicos como sonaran. Por fortuna, lo que escuché me resultó tan encantador, que me olvidé de todo lo demás.    

La Sinfónica del Rodolfo Halffter tocaba fragmentos de “El Cascanueces”; esta vez, sin danza. Álex le sacó un sonido precioso. Yo no solo era una madre satisfecha; me sentía orgullosa, también, de formar parte del público. Disfruté más que nunca. Aquella afinación amansó por completo mis nervios y calmó los latidos que, al principio, intentan desbocarse. Era una música madura y hermosa, como de orquesta  profesional…

Sé que para mi hijo y para sus compañeros era un día importante… Sobre todo, porque lo habían hecho muy bien. Se los veía más y más felices regalándonos aquellos sonidos dulces, pero poderosos; aquellos recuerdos limpiamente emocionantes.


Entonces, mientras la sala aclamaba el concierto, yo seguí quieta un instante, saboreando mi propia alegría. Esa satisfacción es la que me ha ayudado hoy a perdonarle la vida al 2014; extender diciembre suavemente, y marcar con florecillas de tinta verde aquel hermoso concierto.

¡Qué bonita es la música que nos mantiene a flote, tan felices!


Por cierto, no se lo van a creer... ¿Sabían que Álex sigue sin novia?