Soy una carta para ti.
Me he escrito sola. El viento me ha
traído a tus manos después de releer un libro infantil de cuentos de animales que
hay en mi librería desde hace años. Se llama “Cartas de la ardilla, de lahormiga, del elefante, del oso…” y está escrito por Toon Tellegen e ilustrado por Axel Scheffler. Me he divertido
muchísimo y, además, he aprendido una cosa: comunicarnos es tan importante que, a veces, escribimos cartas
aunque no tengamos que decir nada en particular.
Yo sí quería hablarte de una cosa
concreta: la comunicación. Con los cuentos de Toon Tellegen la he comprendido tan bien, que me siento capaz de
explicártela… ¿Quieres que lo intente?
El libro al que me refiero es lo que
suele llamarse literatura epistolar,
lo que quiere decir que está
lleno de cartas. La escritura
de esas cartas es el medio por el que se comunican los animales del bosque (contexto).
“La arriba firmante”.
Foto: Carmen Montalbán.
Hay, al menos, una carta en cada
cuento, así que (si tienes la suerte de que el cartero –el viento– las lleve a
tu casa) leerás cartas de todas clases: la que vuela, la que camina despacio
por la nieve, la que trepa, la que se desliza debajo de las puertas, la que va;
la que vuelve…
Un animal (emisor) le escribe
una carta a otro (receptor). En el caso de las cartas, el emisor también se
llama remitente. Al final, si repasas el libro, verás que (en un cuento
o en otro) todos los animales del bosque han enviado una carta alguna vez. Como
mínimo, han firmado el escrito que todos le envían al sol. O sea, que emisores
tendrás a puñados: la ardilla, la hormiga, el elefante, el oso, la tortuga, el
gorrión, el cuervo…
La comunicación entre ellos funciona tan
bien, que los papeles de emisor y receptor se van cambiando. Las cartas van en
los dos sentidos. Unos (y otros) escriben cartas; y otros (y unos) corresponden: las contestan... a su estilo,
claro.
Los textos se parecen a quienes los
redactan. Cuando tú dices algo en una carta, también la carta dice algo de ti. Cada
emisor tiene su propia voz, que suena aunque él no pronuncie palabra. Las
cartas del gorrión trinan y las del cuervo graznan; no importa que ellos tengan
la boca cerrada. Por eso, hay cartas negras que nos ponen negros y luminosas
cartas que nos iluminan; cartas amables y maternales que nos arropan al caer la
noche, y cartas que rugen con voz ilegible, con cuernos, con espinas, con
dientes afilados…
“Saludo al sol”. Foto: Carmen Montalbán
Quien
recibe el mensaje es el receptor (que, en el caso de las cartas, se
llama destinatario). Los receptores son muy variados; ten en cuenta que
se puede escribir a quien se quiera, incluso a tu querida mesa de comedor. En “Cartas de la ardilla, de la hormiga, del
elefante, del oso…” hay cartas para uno; cartas para muchos; notas para quien
pase por aquí y las lea, y tristes cartas que alguien se escribe a sí mismo.
Hay, incluso, cartas a la carta, ¡ya ves!, ¡qué curioso!
Y aún más extraño es que, entre los receptores, no sólo está la fauna de los cuentos de
que hablo. Aquí, hay mensajes para todo el mundo, incluido tú. ¿O no están los
lectores metidos en los libros? Eso creo. Para mí, que el autor siempre pinta la
sombra del lector en sus cuentos, porque quiere que el dueño de la sombra venga
luego, a leerlos.
O
sea, que tú también eres un receptor de las cartas que digo. ¿O creías que no
te iban a implicar estas memorias llenas de mariposas nocturnas y luciérnagas? Cuando
lees un libro, te metes hasta el cuello en todo lo que el libro comunica, como
si te lo enviaran en un sobre. Ya puedes saltar de alegría al recibirlo: las “Cartas
de la ardilla, de la hormiga, del elefante, del oso…” forman parte de otra
carta –íntima y entrañable– que el autor te ha escrito a ti, personalmente. Una
carta que se ha puesto un chaquetón abrigado y ha llegado hasta tu puerta
porque alguien le ha dicho adónde debe ir para que tú la leas y la releas y la
metas, después, debajo de tu almohada.
Pero, ¿qué ha venido a decirte esta
carta (este libro)? Eso tendrás que descifrarlo tú. Estamos hablando de
comunicación; o sea, que hay un código (aquí, la lengua escrita) que el receptor tiene que descifrar
(leyendo).
Después de que leas las cartas de la
ardilla y compañía, verás que hay mensajes de todos los gustos y notas
escritas con mil intenciones: quedar con un amigo; pedir ayuda; ofrecer
consejo; felicitarte en tu cumpleaños; preguntar cómo estás; acompañar o que te
acompañen; quejarse de injusticias; enseñar a escribir cartas; dar las gracias;
pedir perdón; reflexionar sobre la oscuridad o rogarle al sol que alumbre.
Así pues, en cada cuento, un animal que
tiene que decir algo (mensaje) elige el medio escrito por la razón que sea
(porque está devorando un pastel y tiene la boca llena, por ejemplo), coge una
pluma de pájaro y se pregunta dónde (canal)
escribir sus palabras. Si no tiene a mano un papel (doblado o sin doblar), se
busca una corteza de haya o de abedul. En ese bosque son muy imaginativos. Con
tal de escribir, lo hacen incluso en témpanos de hielo, en la arena o en la
piel (alrededor del ombligo)… Hay cartas calentitas, bienolientes, escritas con
azúcar en pasteles. Cartas gordas, de nata y castañas asadas que alguien
devorará palabra por palabra…
Por favor, a mí no me devores. Mi canal
es electrónico: podría darte calambre.Con cariño: Tu carta.
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