martes, 1 de junio de 2010

CARMEN MONTALBÁN EN LA FLOTILLA DE LA LIBERTAD

Estaba yo, hoy, dispuesta a leer poesía, pero cayó en mis manos el periódico de ayer; vi algo sobre la Flotilla de la Libertad, que iba rumbo a la franja de Gaza con 10.000 toneladas de ayuda humanitaria y, con este afán mío de entrar en lo que leo, me declaré activista y embarqué (mentalmente) en uno de los seis barcos, junto a las otras seiscientas personas, o más, que iban de verdad. Estaba contenta con la compañía: filósofos, profesores de Derecho Internacional, escritores, periodistas, médicos, miembros de ONGs… Todos ellos, gente solidaria. Creo que había entre nosotros incluso un premio Nobel de la Paz. Yo estaba contenta con los objetivos: llevar lo que en Gaza tanta falta hacía; cosas que Israel no permite entrar ─alimentos, medicinas, equipos médicos, casas prefabricadas, y un montón de buena voluntad─. Navegaba aún por aguas internacionales cuando, a las cuatro de la madrugada, ya no me sentí dentro de un periódico; sino, en una historia de piratas. Los piratas eran los soldados del ejército israelí, que (eso sí, ateniéndose a las reglas de la piratería y del terrorismo de estado) saltaron ─¡al abordaje!─ sobre un barco con bandera de Turquía (es decir, un país miembro de la OTAN). Vi los cinco barcos de guerra que rodeaban nuestra flotilla civil; vi sus zodiacs; vi las banderas blancas de nuestros tripulantes y sentí, silbando junto a mis orejas, los disparos que lanzaban los soldados israelíes. Podían haberse esperado a que llegáramos a puerto para detenernos sin matar a nadie y con cierta legalidad, pero debe de gustarles el recochineo; el “A mí ni te acercas”. Al parecer, estábamos en guerra (esa guerra permanente en la que vive Palestina y en la que apenas podemos mirar). Aquí, sí; aquí, alcé la vista al cielo, vi soldados descolgarse por las cuerdas, desde los helicópteros, y levanté un brazo para protegerme la cabeza. Reconozco que estaba armada: tenía en la mano este bolígrafo. Y, poco más o menos, así iban armados los demás: con un cuchillo, con un tenedor, con un tirachinas, con el mango de una fregona… los que dormían, con sueños. Es decir, que los pobres soldados israelíes, se sintieron amenazadísimos. La seguridad del mejor ejército del mundo por los suelos, ¡vaya! Ya vemos los vídeos… que han filmado ellos. ¡Cuánto mamporrazo! Nueve murieron. Todos de nuestro bando; es decir, de los que íbamos en son de paz (eso no se ve en ninguno de sus vídeos… ¿Qué?, ¿se acabó la pila o es que el cámara era algo inexperto?). En fin, que tuvieron que secuestrarnos. Nos llevaron a su país por la fuerza y nos hicieron firmar que habíamos entrado ilegales… a los que firmamos… Los demás siguen encarcelados.

¿Y ahora?, ¿apelamos a los derechos humanos? ¡Para qué!; al parecer, Israel tiene más derechos que todos los humanos juntos. Y el apoyo de Estados Unidos, para colmo. ¡A ver quién le sopla! ¡A ver quién les mete en la cabeza que hay una justicia internacional estándar! Desde luego, hemos puesto en un aprieto a nuestros gobiernos. Más de 30 países había representados en nuestra Flotilla de la Libertad; pero, ¡a ver quién le dice a Israel “Niño malo. Niño mimado. No mates a la gente así, en masa, que te doy en el culo”! Una palabrita dicha antes de tiempo ─o sea, es decir, dicha─, y Estados Unidos nos llamará hipócritas. ¡Es que mira que somos liantes y provocadores! Por nuestra avaricia de ir a exigirles a los israelíes derechos humanos, les hemos puesto en la coyuntura de tener que cometer una masacre. Y, ahora, para colmo, les hemos causado una pequeña crisis diplomática. ¿No podíamos habernos quitado de líos entregándole al ejército israelí, causante del bloqueo, la ayuda humanitaria? ¿No habrían usado de la misma forma el papel higiénico ellos que los refugiados… perdón, que los encerrados de Gaza?
En fin, que me estoy poniendo de mal genio; y, como ante todo me siento pacifista (de corazón deseo que nadie sea tan fácil de “provocar” como ellos), voy a salir de este periódico a navegar un rato de verdad, a ver si se me pasa. Israel, rey del mar, ¿me das permiso?

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