martes, 6 de enero de 2009

“La nieta del señor Linh”, Philippe Claudel

La nieta del señor Linh” es una alegoría sobre el exilio y la amistad.

El señor Linh es un anciano oriental procedente de una aldea devastada por la guerra. Perdido el resto de su familia, parte de viaje con su nieta en un barco de refugiados. La obra narra las peripecias de ese abuelo superviviente en su exilio forzoso; su vida en un país cuya lengua no entiende y cuyos hábitos le resultan incomprensibles. Todo parece hostil hasta que conoce al señor Bark. Aunque ninguno habla el idioma del otro, ambos seres solitarios logran entenderse. Su amistad convierte el drama en un relato esperanzador.

Mediante las pinceladas mínimas ─pero certeras─ de un estilo sencillo, minimalista y completamente visual, el autor consigue una obra lírica, existencialista, conmovedora y áspera a la vez; hiriente y bella.

La nieta del señor Linh” es la sexta novela de Philippe Claudel (Nancy, Francia, 1962), que es autor, además, de “Meuse l'oubli”, “J'abandonne”, “Petites mécaniques”, “Almas grises” y “El informe de Brodeck”.
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Mis buenos días con el señor Buenos Días
Hoy me llevo lectura a la calle. Los peatones vienen y van, apresurados. Yo soy la mujer del banco. En las manos sostengo un libro: “La nieta del señor Linh”, de Philippe Claudel. Apenas lo abro, un anciano de rasgos orientales viene hacia mí, encorvado bajo su gorra de orejeras. Es como un arbolillo arrancado por la corriente. Trae un bebé en los brazos.

El autor nos presenta. Su personaje es el señor Linh, el que menea la cabeza cuando le digo que Carmen sólo quiere decir Carmen. La niña es su nieta. Sang Diu. Mañana Dulce. Nadie más sabe cómo se llaman. Sus conocidos han muerto o se han dispersado ─como él─ por los cuatro rincones del mundo.

No empezamos bien. El señor Linh desconfía de los nombres que no significan algo y yo desconfío de las narraciones con estilo de guión cinematográfico. No me fío de un presente tan presente. ¿Cómo consigue, entonces, atraparme “La nieta del señor Linh”? El aquí-y-ahora de los refugiados es una inmensa jaula de la que nadie escapa. El autor no lo intenta. Cuando se abre el telón de su obra, el pasado ha muerto. No es que haya quedado atrás, es que se ha ido para siempre, por culpa de la guerra. Donde hay casas quemadas y cadáveres ensangrentados no cabe la nostalgia del pretérito. ¿El nombre del país?, ya tenemos bastante con tratar de olvidarlo. Si volvemos a ver niños que huyen desnudos por los caminos, es porque tropezamos sin querer con un tiempo en el que todo se confunde; sólo por eso.

Y, ya que la mente tiene la cualidad de confundirlo y relacionarlo todo, se me ocurre citar “Del amor y otros demonios”, de García Márquez, que acude a mi cabeza tras leer el recorte elegido. Perdonen si no viene a cuento.
“La relación hizo crisis una madrugada en que Bernarda despertó muerta de sed por los excesos del cacao y encontró una muñeca de Sierva María flotando en el fondo de la tinaja. No le pareció en realidad una simple muñeca flotando en el agua, sino algo pavoroso: una muñeca muerta”.
El caso es que entro en “La nieta del señor Linh”. Aquí y ahora. Gracias al talento de Philippe Claudel, tengo la sensación de estar dentro de una imagen que protagonizo yo misma. Soy una refugiada sentada en un banco. Nadie entiende el idioma que hablo. Ni yo consigo entender a nadie. Salvo el libro, no tengo nada.

Por suerte, el señor Linh tiene a la niña. ¿Qué sería de su nieta sin él?... y, sobre todo, ¿qué sería de él sin su nieta? Sin la niña, no habría tenido fuerzas para venir al mundo por segunda vez. Habría muerto en las ruinas de su aldea. Pero murieron los padres de la niña y el abuelo la cogió y se fue; es decir, vino. Desembarcó en mi banco. Para siempre.

Ahora, cuando el anciano se sienta a mi lado, piensa en él y en Sang Diu como si estuvieran solos en el mundo. Ni siquiera me ve a mí. Tampoco ve al desconocido que nos mira. Es un hombre gordo. Enciende un cigarrillo con otro. Fuma y habla. Es el señor Bark. Hace muchos años, cuando era soldado, sembró la destrucción en el país del señor Linh. Trae aquellos fantasmas a la espalda, encorvada como si se hubiera pasado la vida transportando fardos con una pértiga. Como diría Magdalena Calvo, la guerra deja muchos
muertos vivos.

Creo que ésa es la razón de que el hombre gordo se siente junto al señor Linh. El señor Linh no entiende lo que dice, pero espera que siga hablando. Tal vez quiera saber el nombre de la niña. Sang Diu. Cuando el desconocido pregunta cómo se llama él, el señor Linh le da los buenos días. Tao lai. Así le llamará. Señor Taolai. Habrá que aprender pronto a dar los buenos días en su lengua, para responder al saludo de ese hombre que no para de saludar.

Tao lai. Buenos días. Pues sí, hace un día estupendo.

Un anciano de apariencia frágil y un gordinflón que le saca dos cabezas se convierten en amigos. Una historia de pérdida y desarraigo se convierten en una historia de amistad.

Esperando volver a sentir la presión de sus dedos en mi hombro, esta noche sueño con los dos amigos. ¡Con lo tonta que me pongo cada vez que los encuentro! Oigo grillos, chillidos de monos y una canción que apacigua el alma. Veo fuentes que hacen olvidar lo malo; montañas que forman un anfiteatro; capullos de loto a orillas de los lagos; pájaros amarillos volando a ras del agua, como flechas de luz; fragmentos de musgo que parecen cojines de jade, salpicones de sol como monedas de oro; bananos centenarios, y el apacible paso de los búfalos por los arrozales.

La mañana vuelve con su dulce luz. Me despierto. Me abrigo. Cojo el libro. Regreso al banco. Es agradable estar aquí sentada y esperar a los protagonistas. Necesito oír la voz del señor Bark. Hablar le sienta tan bien como al señor Linh escuchar. Y eso que ─salvo “Taolai”─ el anciano no entienda una palabra. Desconoce su idioma, pero lo que le importa es el significado de lo que hay detrás. En las inflexiones de una voz amiga encontramos los signos de una historia, aunque las palabras no nos digan nada. Hable de lo que hable, si la entonación del señor Bark pregunta, el señor Link asiente con la cabeza. Si la garganta del señor Bark se atasca en senderos difíciles, el señor Linh lo sacude con suavidad. Hacen lo que el corazón les pida. Se convierten en seres espontáneos. Si sienten el impulso de cantar, cantan. Si sienten el impulso de abrazarse, se abrazan. Eso no tiene precio. Les brillan los ojos. Se emocionan. Se aprietan las manos. Ríen de buena gana. Lloran si es preciso. Con amigos a la vista, se podrá hablar en futuro. Del futuro. El señor Bark le dirá “adiós” al señor Buenos Días y el señor Linh le dirá “Buenos días” al señor Bark. Mañana habrá otro encuentro.

Nada más triste que verse, de repente, trasladado a otra parte y llevarse los “buenos días” en la boca, sin pronunciar. Si eso ocurre, el señor Linh se las apañará para volver al banco. Un amigo es un letrero en el camino. El señor Linh ha sobrevivido al hambre y a la guerra. Ha cruzado los mares. No será esta ciudad infinita lo que le impida encontrarnos.

Me veo en su lugar y ruego que no me venza una simple zapatilla rota. Que no me pare la policía. Que no me atropelle un coche. Que no me tomen por vagabundo. Ni por mendigo. Que no me coja la noche. Que no tropiece con la gente. Ni con los años. Que no me derrote la sed. Ni el peso de Sang Diu. Que no mengüen mis fuerzas. Que no tenga que arrepentirme de haberme ido…

Llego a las últimas páginas con el corazón en un puño. Leo el final, sorprendida. Ahí está la clave, bien clarita. ¿Por qué no la he visto antes? No se puede abarcar completamente lo atroz y lo tierna que es esta novela hasta que se cierra la historia y se comprende el truco. Los cabos que ato para recordar cómo ha preparado la trampa el autor me hacen pensar que “La nieta del señor Linh” es aún más pavorosa de lo que parecía. Y más alegre. No experimento una alegría tan infantil desde hace tiempo. De vez en cuando, un milagro. A pesar de su artimaña, la belleza de esta obra es humilde y misteriosa; misteriosa por humilde. ¡Qué buen día he pasado!

Levanto la vista y descubro que es bastante tarde. La noche ha caído hace rato. No sé cómo he podido leer a oscuras. Cuando vuelvo a mirar, no veo las letras. Parpadeo, abrazo el libro y, en lo más profundo de mi corazón, le doy las gracias a la amiga que me lo recomendó. Me dan ganas de abrazar a todo el mundo.


De regreso a casa, freno el paso. No sirve para nada correr tanto. Una mujer me da las buenas noches. Yo respondo “¡Buenos días!”, como si mi vida dependiera de ello. La mujer me sonríe y se inclina tres veces. Ella también ha leído el libro. Sabe que el señor Linh tiene un amigo. Dos, contándome a mí. Tres, contándola a ella. Y muchos otros miles, lectores de “La nieta del señor Linh”.

1 comentario:

Unknown dijo...

Ahora en marzo de 2022 y ya viejo con tres nietas, acabo de terminar esta novela leída de una vez, algo que no me pasaba desde hace más de 50 años. Me conmovi