domingo, 10 de agosto de 2008

“Filosofía. Interrogaciones que a todos conciernen”, Víctor Gómez Pin

En “FILOSOFÍA. Interrogaciones que a todos conciernen”, Víctor Gómez Pin enumera y analiza los problemas que afectan al ser humano, a todos los seres humanos; problemas que están presentes en todas las lenguas; que obsesionan a todas las sociedades.

Partiendo de cuestiones que tal vez ahora nos parezcan obvias, pero que en su momento dejaron atónitos a los filósofos, el libro salta hacia el presente y revisa esas preguntas bajo el prisma del pensamiento y la ciencia de nuestros días.


El filósofo Víctor Gómez Pin es autor de más de veinte obras; entre otras, 'La escuela más sobria de la vida', 'Los ojos del murciélago, vidas en la caverna global', 'El hombre, un animal singular', “Entre lobos y autómatas”, “Filosofía: el saber del esclavo”, “El psicoanálisis: justificación de Freud”,”Descartes: la exigencia filosófica”, “La tentación pitagórica”, “La dignidad: lamento de la razón repudiada”, “Ciencia de la lógica y lógica del sueño”, etc.

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Las interrogaciones que me conciernen

Lo único que representa una promesa para el pensamiento ─dice Víctor Gómez Pin─ es lo que no se conoce. Así pues, me digo a mí misma que su libro promete y lo abro.


Platón y Aristóteles situaban el origen de la filosofía en el estupor. Y, es cierto: mientras buceo en los primeros planteamientos, me siento un poco estúpida, aturdida. Demasiado estupor tampoco es bueno. ¿Acabará siendo lo que ignoro una barrera entre la obra y yo? La verdad es que no lo creo. El autor es ambicioso, eso se ve desde el primer vistazo al índice, pero es en eso, precisamente, donde encuentro el gusto yo.

Cosmos, espacio, tiempo, condición lingüística, sentido de la vida, diferencia entre formas de vida, entre especies, entre lo humano y lo animal, máquinas inteligentes, distinción entre individuos… Ética, estética, razón, conciencia, libertad, acción, voluntad, movimiento, vínculo entre tiempo y corrupción, entre palabra y música…

Son muchos los conceptos y fenómenos que intenta explicarme este ensayo. Más promesas. Va a tener que hacerlo muy bien Gómez Pin para que aquello que no me dice casi nada adquiera significación; es decir, salga de la in-significancia. De momento, empiezo a pensar que saber por saber es un delicioso placer humano. Eso quiere decir que la obra marcha, ¿o no?

Voy leyendo poco a poco, las noches que me veo en disposición. No vale tener sueño, pero tampoco se trata de neutralizar el insomnio. Frente a este libro, mi tarea es pensar; conque me concentro. En cuanto deje de estar distraída, las interrogaciones vendrán por sí mismas. Las respuestas importan menos: lo que pesa aquí –me dice mi mentor– son las preguntas, los problemas filosóficos. Los conceptos atraviesan la historia del pensamiento, encuentren o no encuentren solución definitiva.

¿Y cuáles son esos problemas?: los que a todos nos afectan. “Si no hablo de cosas que a todos conciernen, no soy filósofo”, retumba la voz del autor en mi cuarto. Y él es filósofo, eso seguro; un filósofo que ─recordando a Kant─ se pregunta qué puede esperar, qué debe hacer, qué puede o debe saber un filósofo.

La lista es tan amplia, que abruma. Empezando por el hombre mismo, Gómez Pin se interesa por todas las cuestiones que tensaron el pensamiento de los antiguos. Eso sí, revisa las viejas interrogaciones con la mente de un pensador de hoy día (lo que trae, a su vez, preguntas nuevas).

El autor empieza a contar con mi adhesión apasionada en cuanto empieza a hablarme del lenguaje. Será deformación profesional. O humana. Cada vez que me dice que el lenguaje es el molde en que se forja el ser humano y que sólo somos personas si respetamos la palabra dada, muevo la cabeza como una tonta. El lenguaje me ha permitido encontrarme con este otro ser de lenguaje. El autor se explica y yo me explico. Todos nos explicamos. Incluso los malvados “argumentan” sus fechorías. Estoy de acuerdo con Gómez Pin en que el lenguaje nos anuda a la vida del espíritu; en que la lengua determina el universo de la ciencia, el arte, la tecnología y la relación conceptual, o sea, las principales expresiones de la creatividad humana; en que sirve para informarnos, relacionarnos y deleitarnos con la poesía, pero que también se usa para callar, para encubrir, para mentir, para despistar…

Sé que mi pensamiento está empapado por los signos; sé que la naturaleza que observo y los símbolos que empleo para pensar en ella o para comunicar lo que miro ya no pueden separarse; pero sé también que el lenguaje no es naturaleza ni está a su servicio. A veces, el lenguaje sólo sirve al lenguaje. Discursos míticos, poéticos, narrativos… Para crearlos, no necesitamos justificación objetiva. No nos hace falta que eso de lo que hablamos sea real, ni verdadero. Podemos inventárnoslo. El lenguaje es versátil, flexible y creativo, y “el mundo es azul como una naranja”. Las palabras eran la meta de Paul Éluard cuando hizo esta feliz comparación. El verbo se hizo carne. El instinto del lenguaje es una tendencia a mantener una vida impregnada por la palabra. No nos comunicamos para vivir, sino que vivimos para comunicarnos. Lo que cuenta es seguir hablando. O seguir escribiendo. ¿Para qué? Para que la palabra persevere y la lengua se recree en sí misma.

El lenguaje es algo vivo que lucha por su supervivencia, pero el lenguaje no es vida. Si el lenguaje fuera vida ─asegura Gómez Pin─, no habría locos; no habría quien se matase para no traicionar a la palabra. Si el lenguaje fuera vida, no habría emociones eróticas. No habría poetas. Nadie se desviviría por encontrar una frase bonita o un pensamiento que no esté manido.

Yo estoy en ello. Siento el fortísimo impulso de vincularme al autor de los libros que leo y a los lectores de los que escribo a través de la palabra. No hay un placer más intenso que el de compartirla. Cruzando el puente de la subjetividad, siempre encuentro seres humanos. ¡Qué grande es esto!

Víctor Gómez Pin sabe hasta qué punto me concierne el lenguaje. Las categorías que trata de explicarme ─entidad, cualidad, tiempo, espacio…─ tienen un origen gramatical. El lenguaje es su instrumento para hacer transparentes la geometría euclidiana, el teorema de Pitágoras y todos aquellos conceptos matemáticos y científicos que necesitamos para percibir y medir el mundo, y ubicarnos en el universo.

Si no usamos la ciencia, no estamos en condiciones de abordar interrogantes. No hay forma de hablar de la naturaleza sin remitirse a los grandes conceptos de la mecánica y de la dinámica en la física clásica. Las leyes de Newton; el concepto de “cantidad de movimiento”, los de masa y densidad… Pero la ciencia ha avanzado mucho. Hemos descubierto que el espacio newtoniano, en el que se cumplían las leyes de la geometría euclidiana, no es objetivo. Todo tiene una posición respecto a mí. Las cosas se sitúan aquí o allí, pero también antes o después, a una u otra distancia de mí misma. Hay que hacerse a la idea de nuestra importancia como observadores. ¿Y de qué otras novedades hablamos, además de la Relatividad?: del genoma humano, de las redes neuronales artificiales (neural networks), de la mecánica cuántica, del principio de incertidumbre

Empiezo a pensar, como Einstein, que “la cosa más incomprensible del universo es, precisamente, que sea comprensible”. Porque, además, para abordar la cuestión de la física, necesito la técnica de la derivación parcial y otros conceptos matemáticos, como dimensión, codimensión, curvatura, campo, vacío…

El autor sabe que el cosmos me apasiona. Sabe que, para mí, no hay nada tan fascinante como pensar que, con esta mirada mía ─supeditada a un instante del tiempo─ y con las herramientas adecuadas, podría recorrer toda la historia del universo: presenciar el Big Bang, que estaba sucediendo trece mil setecientos millones de años antes de que yo naciera.

Así pues, Gómez Pin me sube a un ascensor en el espacio. Pone mucho empeño en que pueda intuir lo que no veo. Me habla del infinito, el delicado laberinto de Borges. Me ayuda a medir un mundo que ni siquiera puedo concebir. Él y yo somos geómetras con la mente aplanada por Euclides. Ya ni las superficies se comportan. Gracias al fallo de las fórmulas euclidianas, hemos deducido que la superficie del espacio es curva; que, para la cuarta dimensión, hay coordenadas que ni siquiera podemos trazar mentalmente, porque habría que salir de nosotros y meterse en otras… honduras. Creo que hasta las palabras se me quedan cortas. Es como si yo fuese una plancha de metal en la que tratan de grabar un mapa del globo terráqueo. No tengo horizonte intuitivo para darles forma a mis montañas planas… No soy más que una hoja de dos dimensiones tratando de hacerme una idea del tomo del libro del que formo parte.

No sé si mis conocimientos serán suficientes para suplir tales carencias; aún así, Gómez Pin me convence de que me enfrente a lo que me falta. La realidad física va por un lado y la intuición por otro, pero la imaginación trascendental es previa a la experiencia. Quizás entienda la esfera de Riemann leyendo el libro de “El paraíso”, de “La divina comedia” de Dante, que es una sorprendente premonición literaria de una esfera de cuatro dimensiones. Otra vez, el lenguaje nos salva. Y, si la literatura no es suficiente, tenemos las matemáticas. Podemos formular lo inimaginable.

Está bien ─ya que hablamos del Paraíso─, Eva no se rindió a la ignorancia; conque, adelante. No presupongamos que el espacio sea euclidiano; eso, en todo caso, que lo diga el espacio. Ayudada por el autor, viajo a la abstracción y digo para mí: una montaña es esta mancha y algo más ─la altura─, que debe de ir con ella. Está demostrado. Refresco un poco la geometría que aprendí en la escuela y, alternando entre prudencia y entereza, le sumo a Euclides una dimensión más. Luego, el autor y yo dilatamos el tiempo del hombre que se desplaza. Manipulamos aquí y allá el Principio de inercia y la Ley de adición de velocidades. Viajamos por las ondas. Transmutamos rayos gamma en dualidades de electrón-positrón. Hágase la luz. Perturbamos los sistemas que estudiamos y conocemos sistemas perturbados. Metemos en el mismo saco el tiempo y el espacio, para reunir en el mismo universo a los astronautas que se han separado. Construimos mundos imaginarios forzando el instrumento matemático con números también imaginarios. Todo es relativo. Basta con encontrar las equivalencias. La masa inercial equivale a la masa gravitatoria. La gravedad equivale al movimiento acelerado. El círculo plano es una expresión abstracta o parcial de la esfera, como la esfera euclidiana es una visión abstracta o parcial de la hiperesfera…

No digo que sea fácil. Por muy bien que me lo expliquen, para mí, por ejemplo, el hecho de que dos piedras lleguen al suelo al mismo tiempo, aunque una pese un kilo y otra dos, no dejará nunca de tener su misterio.

…Pero, ¿y si lo entiendo? Otórguese, al menos, que lo medio entiendo. ¡Qué maravilla! Si consigo comprender las fórmulas de la Relatividad, experimentaré la misma emoción que Einstein. ¿Acaso no vale la pena?

He terminado ya de leer el libro, pero sigo pensando. Como Gómez Pin dice, se trata de pensar hasta el último aliento… pensar, al menos, lo que pensar significa.

1 comentario:

Ana dijo...

Sí, ciertamente la filosofía consiste en pensar, partiendo de lo elemental: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?...

Pero todo ésto lo descubrí hace poco, desde luego no en el colegio, donde la filosofía era aprenderte de memoria lo que pensarón otros. Lo descubrí, cuando descubrí a Platón, su caverna, su distinción entre alma y cuerpo... Puedes estar o no de acuerdo con ellos, pero en el momento en empiezas a pensar estás "haciendo" filosofía.

Un abrazo