Esta mañana, me senté a corregir galeradas de mi nueva
novela, “Palabras mayores”. Espero
que esté en la calle a finales de este mes para poder presentarla en Móstoles
(Madrid) y Talarrubias (Badajoz) durante el mes de mayo, en Casa Antón de Cuerres
(Ribadesella, Asturias) en agosto y en La libre de barrio, de Leganés (Madrid), en septiembre. Publicaré los calendarios y direcciones en
cuanto vea el libro en mis manos.
Pero cada cosa a su tiempo. Hoy tenía que revisar sus
últimos detalles y se me había ocurrido trabajar con música. Yo siempre escribo
en silencio. O lo intento. Pero pensé que, por una vez, y dado que no es lo
mismo escribir que corregir…
Para asegurarme una buena elección sin tener que pensar
demasiado, saqué del equipo de música el CD que mis hijos se habían dejado
dentro y lo puse en mi ordenador. Joyas del violoncello español. Volumen
4. Obras para cello solo. Eduardo del Río.
Mejor, imposible. La letra me habría distraído. Música sin
palabras. Además, me encanta el chelo y lo más estremecedor que yo haya
escuchado de ese instrumento lo oí de manos de Eduardo del Río y Aldo Mata,
cuando tocaron a dúo en un Concierto del pasado curso (pinche aquí para leer elcomentario).
Dejé en pie la caja del CD, en una esquina de la mesa, y mirando
las piezas que iba a escuchar, extendí mis páginas. Suite para violoncello solo de Gaspar
Cassadó (1867-19669), Primera suite
española, de Rogelio Huguet y
Taguell (1882 y 1956), Suite en Re
menor. Homenaje a Pau Casals, de Enric
Casals (1892-1986), y Suite “Extraña”
para violoncello solo (Dedicada a
Pedro Corostola), del propio Eduardo
del Río.
Cuando conseguí conectar el altavoz (soy casi analfabeta
tecnológica), le quité el capuchón al bolígrafo rojo y acerqué la punta a la
tilde del primer “solo” de mi novela. Pero no llegué. Aquel Preludio-Fantasía me sonó tan bello y melancólico,
que me quedé quieta como una loba que husmease el aire, a ver de dónde venía el
aroma.
Tenía el cuello estirado, a la defensiva de algo que tiraba de
él hacia el altavoz. Melancolía, ecos de alguna danza, sarabanda, flamenco,
elegía, polonesa… Ignoro qué es lo que más me gustaba; si la interpretación, si
la melodía, si la composición… Supongo que todo importa. Lo único que sé es que
estaba desconcertada. Cuando algo es muy hermoso, me da vértigo. En los
conciertos bellos, miro las musarañas. Recupero el aliento observando la sala, las
lámparas del techo, el escenario, el público… Aquí sola, sólo me las veía con
el sonido. Sola y solo, sin tilde (no me acostumbraré nunca a borrarle un
ápice a ese adverbio). Oía el disco desde el borde del abismo, al mismo tiempo
que me resistía a caer, pero lo cierto es que ya iba hacia abajo: si algo me
sostenía, eran los toboganes de la música.
Me acuerdo de un programa de la serie Cosmos que vi en televisión hace dos
o tres noches. Oculto a plena luz, si no recuerdo mal. El astrofísico Neil
DeGrasse Tyson (que reemplaza a Carl Sagan en la versión actual) pulsaba
una u otra tecla (más aguda o más grave) del órgano de la abadía de Baviera en
que se encontró el códice del Carmina Burana. Tras cada pulsación,
para que el espectador “viese” el sonido, la imagen de la abadía se
distorsionaba con ondas más o menos amplias. Toda aquella belleza
arquitectónica parecía disolverse bajo el agua. Me pareció una explicación
preciosa que, en algún momento, regresó a mi mente esta mañana, mientras escuchaba
en el disco la hipnótica voz del chelo de Eduardo.
Perdónenme mis tontas conexiones mentales, pero todavía lanzaré
una más. Hace años, tuve una profesora de Yoga: Enriqueta. Era una joven
pelirroja de aspecto frágil y gran inteligencia emocional (yo la tenía por sabia)
que, al final de cada sesión, para ayudarnos a relajarnos, nos hacía alguna
sugerencia. Yo, tumbada en la colchoneta, la escuchaba con los ojos cerrados. Oía
su armoniosa voz de violonchelo decirme, por ejemplo: “Imagina que eres una
sábana blanca tendida al sol y no pienses en nada; limítate a sentir las
caricias del aire”. Le hacía caso a medias. Imaginaba esa sábana, sí, pero
alejándola. Porque el tono de Enriqueta era tan hipnótico, que yo temía que tuvieran
que despertarme a bofetadas. Al final, perdía la sábana de vista, pero porque
la sábana era yo. Era yo quien se blanqueaba con el sol y se ondulaba con el aire.
La sensación se hacía tan vívida que, a veces, abría los ojos sobresaltada para
asegurarme de que no estaba viviendo un sueño: había paredes a mi alrededor.
Esta mañana, “vi” el sonido del chelo de Eduardo tan
nítidamente como si mi imaginación tuviese, a la vez, los efectos especiales de
Cosmos y la humanidad de Enriqueta. La voz del instrumento se convertía en
materia transparente… No había paredes. Mi despacho, con todos sus papeles y
bolígrafos, se iba esfumando al paso del sonido. Les prometo que estaba
despierta. Lo que subía y bajaba por las ondas sonoras del CD, entre valles y
crestas, era mi emoción.
No sé cuánto tiempo pasé entre suspiros de sirenas y bocinas
de barcos fantasmas. Cuando quise darme cuenta, el disco había empezado a dar
su segunda vuelta. Respiré hondo y me pregunté si podría aprovechar el
bolígrafo rojo que me temblaba en la mano para comentar el concierto de Cámara del
20 de marzo que le debía a este blog, pero ando muy liada con los acentos.
Aquí dejo el programa. También pondré
unas fotos al final.
El Concierto lo había organizado él, junto al clarinetista
David Arenas (otro de los profesores del Conservatorio cuya música suele
impresionarme). Una cosa que me gusta de ambos es la serenidad que transmiten a
sus alumnos. Supongo que es cuestión de confianza; como esos juegos que hacen
las empresas para fomentar el compañerismo. Alguien se desploma y el miembro
del equipo que hay detrás de él lo sostiene por las axilas, antes del costalazo…
Eso es lo que hacen con el oyente las Joyas del violonchelo.
Perdónenme que no desvele nada más. Esta mañana, en honor a
lo extraño, mi oído decidió no ponerse analítico. Se abrió, sencillamente, para
que la música que irradiaba el disco no tropezase con nada. Fue hasta mi alma,
directa, desde el alma del chelo de Eduardo.
…Y ahora, después de este preludio místico, tengo que
trabajar en “Palabras mayores”. ¡Ojalá también se dejen caer ustedes por la
literatura! Les espero en el fondo del abismo. Confío en atraparlos antes de
que besen el suelo español.
2 comentarios:
Preciosas palabras Carmen!!!, Es un honor y un placer saber que te ha gustado este disco. Ahora estoy preparando para grabar otro CD a finales de Abril con las 3 Suites "Extrañas" que compuse en 1994, 2004 y ahora en 2014. Un abrazo!!!. Eduardo del Río.
Un abrazo, Eduardo. Como has podido leer en mi comentario, el placer ha sido mío. Es conmovedor, bellísimo. Espero que te vaya muy bien con este disco y con el que sacarás próximamente. Veo que no paras. Que tengas buena Semana Santa. Abrazos.
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