Como ya sabrán, la Orquesta de Enseñanzas Elementales del Conservatorio Rodolfo
Halffter, de Móstoles, participó el domingo 9 de febrero en el Festival Internacional de Arte Juvenil 2014.
Cuando María
Dolores Encina, la directora, me anunció aquel viaje al Teatro Auditorio de
San
Lorenzo de El Escorial, me habló de él como si se tratara de uno de sus intercambios
habituales, pues la Orquesta que dirige ha compartido su música con escuelas y conservatorios
de toda España. Para Lola, esta experiencia se adivinaba tan apasionante como
las anteriores solo que, por primera vez, tendría un carácter internacional, ya
que había sido invitada a El Escorial (junto a otras muchas agrupaciones de la
Comunidad de Madrid y de China) por la Asociación
España Asia para la Promoción Económica y de la Cultura.
No conseguí invitación. Mi hijo Andrés ya había pasado
el relevo como “pianista titular” (ver comentario
de aquel precioso concierto). Así pues, le pedí a Lola que me llevasen como fotógrafa si
algún día la reclamaban en Asia y, por ahora, me conformé con asistir al ensayo
del viernes anterior al evento. Se trataba de una clase especial. Aquel día, una banda sinfónica de China visitó el Rodolfo Halffter y nos
ofreció un adelanto de lo que tocaría en el Festival, dos días después.
Fue un concierto breve y casi improvisado, pero chispeante.
La Escuela China de Ciencias Agrícolas (Afiliada Instituto Primario) tocaba sin partitura. No sé si es frecuente allí. A mí me sorprendió. Pienso –quizás me equivoque– que hacer concordar la
música de tantos niños tocando de memoria puede ser para ellos un esfuerzo inmenso
y, tal vez, un riesgo innecesario. En cualquier caso, lo hicieron de maravilla.
Interpretaron varias marchas de aire militar y legendario, y un divertidísimo cuarteto
de tubas. En cuanto a los niños y niñas del Rodolfo Halffter, nos ofrecieron
una parte de lo que tocarían el domingo en El Escorial: “Tres maneras distintas
de caminar”, del compositor y profesor del Conservatorio Pablo
J. Berlanga.
Me quedé con las hermosas sensaciones del ensayo, pero
estuve algo inquieta todo el fin de semana. Es lo que tiene la ausencia. ¿Ojos
que no ven, corazón que no siente? ¡Ya, ya! Por fin, el lunes, llamé a Lola
para preguntarle qué tal les había ido en el Concierto. La encontré muy
contenta. Hay dos condiciones indispensables para que ella valore positivamente
los viajes de su Orquesta: que sus músicos se sientan bien tratados y que sean
felices haciendo música. Ambas se habían cumplido. Por añadidura, habían
disfrutado de El Escorial, del magnífico Auditorio y de un bellísimo día
nevado. Además, me dijo Lola como de paso, les habían dado un premio…
Foto: José Laporta
El premio la había pillado por sorpresa. Ella no había
pensado que un festival pueda traer, añadida, una competición. La habían
invitado a tocar y había aceptado; eso era todo. Mientras me lo contaba, se
reía de su propia ingenuidad. Yo también bromeé sobre algo positivo: se habían
librado de la presión de concursar. La risa nos cortaba la palabra a un lado u
otro del hilo telefónico. Cuando ella logró hablar fue para burlarse de su
estupor final, al recibir una de las medallas. El martes, fue Lola quien me
llamó a mí, para seguir riendo. Una alumna de nueve años le había aclarado, en
clase, algo de lo que ella no se había dado ni cuenta: habían ganado el primer
premio.
Medalla de Oro a la MEJOR ORQUESTA DE CÁMARA.
Hoy, todavía sonrío al acordarme. Me parece un
despiste entrañable; una prueba de que, para María Dolores Encina Guzmán, el
oro no es lo que importa. Aquí, lo que ha de brillar (a fuerza de pulirla con
trabajo) es la música.
Palabras parecidas dijo Mateo Lorente, el director del
Conservatorio, un mes después, en la clase de Orquesta del 10 de marzo. Tras
escuchar de nuevo “Tres maneras distintas de caminar” (con pasos que sonaban
más limpios y seguros cada vez), aplaudió el bello sonido del concierto que nos
habían ofrecido a quienes no pudimos ir al Festival; aplaudió la medalla que lograron
los niños y aplaudió, sobre todo, el trabajo bien hecho…
Hablaba de la orquesta con palabras afectuosas, alentadoras,
poéticas… Para Mateo Lorente, el éxito no debe ser la meta. Está bien que se
obtenga, pero es más importante ir paso a paso, disfrutando el camino. Así es
como ha progresado esta Orquesta Infantil –origen y aliciente de tantas
vocaciones– desde que se fundó, hace 25 años. Nació como un proyecto pedagógico
y fue desarrollándose gracias al entusiasmo que Lola les transmite a los que
empiezan (“con guante de seda y
convicción de acero”, dijo Mateo). El éxito alcanzado se debe, además, al apoyo
de la Administración, al equipo de profesores, y a la música que excelentes compositores
crean o arreglan para los estudiantes de Enseñanzas Elementales (Vicente Sempere Gomis, Manuel Villuendas, Eduardo
del Río, Pablo Berlanga, Álvaro
y David Gómez Alvarado…). Esta agrupación ha crecido a la vez que sus músicos: los niños y niñas
homenajeados y sus anteriores compañeros (algunos de ellos, hoy, profesionales
de relevancia internacional). Según Mateo, avanza un paso más con cada logro, como
el obtenido en El Escorial; y lo hace gracias al estudio diario de los chicos
que nos han traído la Medalla de Oro y gracias al apoyo de los padres, del
equipo no docente del conservatorio, del Ayuntamiento…
Daniel Ortiz, el alcalde de Móstoles, presidía el
acto. Estaba en el Auditorio del Rodolfo Halffter junto a las concejalas Mirina
Cortés e Irene Gómez, para reconocer, en representación de la ciudad, el mérito
de los músicos. Había venido cargado de diplomas. Antes de entregarlos, también
él aplaudió su esfuerzo. Con su
aplicación, aquellos chicos habían hecho de Móstoles –dijo— un lugar del que
sentirse orgulloso. Gracias a los éxitos del Rodolfo Halffter y a otras
iniciativas culturales, Móstoles es una ciudad especial. También ahí asentí.
Luego, tras el bis de regalo y el feliz estallido de
aplausos, Lola nos agradeció nuestra presencia y nos invitó a marcharnos. Había
que poner los pies en la tierra y empezar a leer la obra nueva. Le dio gracias a Pablo Berlanga por su música y, con guante de seda y
convicción de acero, siguió impartiendo su clase.
Los músicos quedaron en el aula, felices; cada cual,
con su diploma en chino. Me han dejado un tapiz de buenas impresiones, así que
es un tapiz lo que yo les regalo, para que no olviden sus primeras y
doradas experiencias orquestales.
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