Yo aquí seguía, obstinada; comiéndome el silencio
de obras espirituales que, de puro decirme, me sellaban los labios (Algún día os
contaré). Pero resulta que, hoy, mientras roía los huesos de las calladas
músicas que me tiritan dentro, me ha dado voz un tipo que compone, con su
pincel de luz, breves anotaciones para autobiografías. Me refiero al pintor de mi
retrato (autorretrato suyo; reflejo de nosotros). Es un hombre que versa versos
libres en torno a la alegría de mujeres y de hombres; a la melancolía, a la
ternura, al miedo, y a una pena que tizna cuando estalla. Os hablo del Poeta.
…Por cierto, que el mismo que me había quitado el habla es quien me dice ahora que aun tenemos que hablar de muchas cosas. Lo hace sin esperanza, con convencimiento, como si fuera un premio estar ileso aquí. Es él el que se empeña en hablar de esta VIDA que, ya desde el embrión, nos va haciendo pedazos.
“La fiera efímera”. Foto: Carmen Montalbán
Me extraña su osadía. Más de una vez le he
oído definirse como cometa al viento; sólo que esta cometa mortal y presurosa
cometió, como tú, el delito de nacer sobre la arquitectura de unos huesos; sin
saber cómo o cuándo. También ─ ¡impenitente peregrino! ─ a él se le ve
desfallecido, a ciegas, andando a pie un camino de pura imperfección. Porque,
sí: nuestro poeta ha de tener un cuerpo ─es indudable─, pero proyecta, apenas,
alguna sombra triste y dolorida que arrastra, hecha girones. En fin, sí:
nuestro poeta es un ángel humano (un ángel con grandes alas de cadenas) atado a
los instantes de la vida. Su alma ─mitad noche, mitad luz─ viaja como una
piedra aventurera que haya sido lanzada en una honda; una piedra que, en muchas
ocasiones, toca tierra en mi mundo intrascendente, poblado de infelices
gabardinas fieras.
─ ¿Quieres que rompa mi silencio, acaso,
para hablar contigo de la vida? Le suelto mi clamor y mi sarcasmo─. ¿No se te
había ido ya, con lo que escribes, esa vida a la que, hoy, llamas "el tema"?
Mientras lo digo, pienso: “¡Pero qué sabrás tú, que no vives en ti, de
respirar, muchacho!”… Pues, sí, recapacito: más que nadie. Esto es un
sinvivir; pero el poeta, si acaso, habita en los pronombres y los canta sin
nudos ni metáforas. A él, después de la resta de la edad, le quedan el aullido
y la palabra. Podría haber elegido no sufrir; no escribir la historia de su
corazón, del mío, del nuestro; pero, en vez de comerse su silencio solo, el
poeta lo cuenta. Y lo vuelve a contar. Nos lo canta, quizás, para evitar
errores; a sabiendas de que él también podría callar, sin pagar esta cuenta. Su
vida es sueño, ¡vale!; la cosa es que él soñó que era poeta, para que todos los
demás soñemos. Gracias a eso, pasamos por el mundo sintiendo nuestra propia vida
en la huella de sus pies ensangrentados.
“Caída en espiral”. Foto: Carmen Montalbán
Acabo de entender que había hablado sobre esto
muchas veces; tras muchas otras caídas. Cada vez que yo sueño que estoy aquí,
con mi dolor agudo de ser vivo, abro un libro de poemas y lo suelto. ¡Hay tanto
que sufrir! ¡Son tan fuertes los golpes! Acudo a la poesía si pienso en esta
vida; en lo que no quiero para vivir y en aquello que era mío y resultó ser
nada. No voy a la poesía como quien se dispone a la conquista temeraria de este
mundo. No voy para triunfar de la vejez y del olvido. Voy al libro por ir, sólo
por ir y preguntar si vivo.
La poesía es una fuente de salud; así pues, hoy también acudiré a los versos humanos que el poeta escribe todavía pensando en mí. En mí, precisamente.
Lo malo es que, hoy también, se empeña en
que pronuncie con sus labios la palabra “vida”.
─ Así se empieza ─dice─. También esto es
vivir. ¿Qué pasa?, ¿no te atreves a morder la manzana? No existe una manzana protegida. Canta, Carmen, respira.
Lee mis versos. Seamos. Sólo tú serás tú, aun cuando emplees mi voz en estos
cantos.
“Pecado protegido”.
Foto: Carmen Montalbán
Yo parpadeo en la página, mirándolo. Le ha
herido una espuela (la misma que a mí), y lo ha hecho donde todos sentimos más
dolor. Es su dolor tan nuestro y se ve tan arriba que ─aunque nadie lo entienda─, presintiéndolo
encima, por fin, entiendo el mío. ¡Qué
sencillo el gran milagro!
─ ¿Quieres que viva?, ¿que hable? ─susurro
más entera, pues su poesía completa me completa.
Y soy yo quien respondo:
─ Vale. Por una vez, cantaré respirando.
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