El escritor y dramaturgo sueco Henning Mankell (Estocolmo, 1948) cobró fama internacional con el inspector Wallander, protagonista de una larga serie de novela negra (“Asesinos sin rostro”; “Los perros de Riga”; “La leona blanca”; “El hombre sonriente”; “La falsa pista”; “La quinta mujer”; “Pisando los talones”; “Cortafuegos”; “Antes de que hiele”…)
No es Wallander quien protagoniza “El chino”. En esta novela policiaca de denuncia política, la construcción del ferrocarril en Estados Unidos desencadena, muchos años después, una masacre en Suecia; tragedia que tendrá repercusiones en China y en África.
Otras obras de Mankell son: “El retorno del profesor de baile”; “El cerebro de Kennedy”; “Profundidades”; “Zapatos italianos”; “El secreto del fuego”; “Jugar con fuego”; “La ira del fuego”; “Comedia infantil”, etc.
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ESCRIBIR DE LOS QUE ESCRIBEN
Madrid. Calor sofocante. Inicios del verano. C.M. se levanta pronto por culpa del mosquito sediento de sangre que ronda su cama. “El chino” está abierto sobre su mesilla, junto al bloc de notas.
En esta novela, escriben todos los personajes importantes. Componen sus historias ─en cartas y diarios─ tanto J.A., el colono sueco que se marchó a América a mediados del XIX, como uno de los chinos a quienes explotaba este capataz racista. Escribe el poderoso descendiente del chino ─más vengativo que el capitán Nemo─ y escribe la hija adoptiva de los descendientes de aquel capataz; una jueza que redacta sus sentencias junto a los borradores de sus canciones secretas…
C.M. echa de menos algunos fragmentos de esos testimonios (que se prometen unos contrapunto de otros). Mankell, que también escribe, compone su historia alrededor de ellos; pero, excepto alguna frase de J.A., lo más largo que trascribe es el juramento de juez y alguna que otra lista de asesinados. C.M., que se comporta a veces como una reportera que hubiese llegado antes que nadie a dar cuenta de lo que leído, no puede por menos de escribir ─también ella─ este comentario… eso sí, lo hace con una gratitud angelical y conforme a su mejor criterio y conciencia.
La abajo firmante, comienza sus anotaciones estructurando lo que acaba de leer, para pedirle a su memoria que registre los detalles.
1ª parte. Actualidad (2006). Dieciocho personas ancianas y un niño, emparentados todos con los Andrén, aparecen asesinados y mutilados en un pueblecito perdido de Suecia. La Policía sospecha que la masacre es acción de un perturbado pero la jueza Birgitta Roslin descubre un suceso similar, ocurrido en Nevada a otros Andrén muchos años atrás.
2ª parte. Pasado (1860) Miles de chinos fueron llevados a Estados Unidos a trabajar casi como esclavos en la construcción del ferrocarril; entre ellos, los hermanos Wu, San y Guo Si. Estos chinos son maltratados por su capataz, un sueco de cuyos parientes hemos tenido noticias en la primera parte.
3ª Parte. Engarce presente–pasado (140 años después de los agravios). Un descendiente de los chinos mortificados ─Ya Ru─, muy poderoso hoy, decide vengarse; una descendiente (aunque adoptiva) del opresor ─Birgitta Roslin─ intenta averiguar la clave de los asesinatos.
4ª Parte. Engarce pasado-futuro. A las puertas de los JJOO, cuatro millones de chinos pobres serán enviados a África, donde los poderes políticos que encarna Ya Ru emplearán los mismos modos colonizadores que habían empleado en América con sus antepasados... Birgitta Roslin está sentenciada: sabe demasiado del asesinato múltiple de su país. El Chino estará más seguro si ella también acaba con un hachazo en la espalda...
C.M. jura y declara por su honor y conciencia que sentía curiosidad. Ante una tentación tan poderosa, lo más sensato era colgar el cartel de “No molestar” y entrar en una historia con la que ella, en principio, nada tenía que ver. Tan absorta leyó que, mientras lo hacía, no tuvo ni deseo ni intención de abrir su bloc de notas. Henning Mankell la había atrapado en una trama con ingredientes de best seller: saltos en el tiempo; más vueltas por el mundo que Marco Polo (en este viaje, C.M. ha pisado ciudades modernas y pueblos malditos de todos los continentes salvo Oceanía, y ha cruzado todas las zonas horarias); odio aniquilador; el leitmotiv de la venganza; escandalosos titulares; suspense; poder; metas sobrehumanas…
C.M. mantiene y mantendrá que la atrapó el olor de la sangre de los crímenes atroces de la primera parte; que la interesaron las desventuras de los chinos en la segunda; que seguía estando alerta en la tercera, como un animal inquieto, mientras trataba de relacionar el presente y el pasado, y que contuvo la respiración, temiendo por la protagonista y por el futuro de África y de China, en la última…
Entonces, si aceptó el caramelo, ¿por qué sigue habiendo en ella cierto retraimiento? Tal vez, el problema no estribe en cada parte, por separado, sino en el modo de trenzar el género negro y la novela política y de denuncia. Como quiera que sea, el ritmo trepidante del comienzo y la magnitud de su baño de sangre habían hecho que C.M. esperase una resolución más centrada en los 19 cadáveres mutilados que la tuvieron en vilo en el primer cuarto de la novela. En las proximidades de la literatura hay que ser cauto y paciente; pero, o naces con las dotes de Hitchcock para hacer que funcionen los cambios bruscos sin previo aviso, o el lector se queda frío cuando ─tras tanta investigación y tanto crimen sin precedentes─ lo policíaco se esfuma como un lobo solitario entre los bosques infinitos de Suecia. ¿Que el género negro era sólo el arranque? Entonces, ¿a qué venían tantos detalles acerca de las veces que ha estado casada la jefa de policía o la regularidad con que se tiñe el pelo? No sé si me explico, pero, si lo más significativo iba a ser la novela-denuncia, tal vez es en personajes importantes para esa denuncia (Hong y Sang, por ejemplo) en los que habría que haber hecho hincapié.
Los tejemanejes del Chino también intrigan, es cierto. El suspense, si cabe, se acentúa; sólo que la naturaleza de ese suspense es más política que policíaca. Mankell pone una lupa de muchos aumentos frente a los objetivos del Chino. C.M. no piensa inmiscuirse en cómo organiza el autor su trabajo, ese no es su estilo; no obstante, sospecha que todo funcionaría mejor si la novela no comenzase con el juramento del cargo de juez, del Código Procesal, sino con algún fragmento del diario de ese psicópata o con algún escrito del partido Comunista, por ejemplo; algo que avisara desde el comienzo de la magnitud del poder hacia el que va a decantarse la obra… Ni que decir tiene que ésta es sólo la opinión de una escritora que plasma en su diario todo lo que le pasa por la cabeza… incluido el mosquito sediento de sangre que rondaba por su cama. C.M. acaba de aplastarlo entre los aterradores entresijos de los crímenes cometidos en Hesjövallen. Aquí está su cadáver.
1 comentario:
Acabo de leer "El chino" de Mankell.
Una obra realmente mala. Desastrosa.
Un fallido intento por engarzar novela negra y algo semejante al ensayo-denuncia.
Con graves desequilibrios internos, la trama de la "novela" apenas se sostiene con las pinzas del oficio que Mankell ha demostrado en otras obras suyas.
La lógica narrativa y los ritmos fluctúan sin sentido novelístico alguno.
La última parte de la obra no es más que un frustrante querer y no poder dar salida al impactante y prometedor comienzo "negro".
Abundante, asimismo, el universo de incoherencias del libro: Un Ya-Ru que sin ninguna razón se "cepilla" a su fiel servidor y asesino Liu, quien a su vez aparece de nuevo -después de muerto- en el pequeño hotel de Hudisksvall (pág. 429) y a quien Ya-Ru "le proporcionó las armas" (pág. 465) que él propio Liu "había conseguido comprar por casualidad en una visita a Shanghai" (pág. 466), etc.
¿Excesiva prisa por parte de Mankell por acabar de una vez por todas con tanta hoja escrita? ¿Aburrimiento del autor, quizás, de un híbrido que ni es ensayo ni llega a novela?
¡Demasiado para la mente deseosa de "novela"!
¡Una pena!
Meredith K.
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