domingo, 5 de junio de 2011

LA BIBLIOTECA DIGITAL MUNDIAL

Me he sentido estos últimos días, mientras organizaba mis viejas carpetas, como si estuviese buscando un tesoro… o creándolo, al estilo de los alquimistas. En mi pueblo se llamaba “tarrucear” a trasvasar líquidos (perfumes, por ejemplo) de un tarro a otro y, por extensión, a registrar e investigar el contenido de cualquier recipiente, y a mezclarlo o intercambiarlo con el contenido de otro. Eso es lo que he estado haciendo yo con mis carpetas. No se puede decir que las haya ordenado, pero he movido mis tesoros personales y ellos me han removido a mí. Manuscritos de viejos relatos; poesías a dos manos; cartas de adolescencia; facturas de hotel; billetes de tren; fotografías; mi primer carné de biblioteca; mis apuntes escolares…
Tras ese torbellino de recuerdos confusos y sensaciones traspapeladas, no habría podido concentrarme en una lectura concreta. Lo único que deseaba era curiosear entre publicaciones de diversa índole y libros raros, y para ello, nada mejor que perderme entre los documentos de todos los tiempos y países del mundo de la recién nacida Biblioteca Digital Mundial (BDM).
La UNESCO comenzó a planificarla en 2005, cuando el bibliotecario del Congreso de los Estados Unidos, James H. Billington, sugirió el proyecto. La biblioteca de Egipto prestó su asistencia técnica. También aportaron conocimientos especializados y fondos documentales otras bibliotecas e instituciones nacionales de Arabia Saudita, Brasil, China, Eslovaquia, EEUU, la Federación de Rusia, Francia, Irak, Israel, Japón, Malí, Marruecos, México, los Países Bajos, Qatar, el Reino Unido, Serbia, Sudáfrica, Suecia y Uganda… Hasta el momento, son 32 las instituciones participantes que se adhieren a sus objetivos: promover el entendimiento internacional; ampliar los contenidos culturales de Internet; proporcionar material de documentación, información y estudio a educadores, estudiantes, eruditos y público en general, y reducir la brecha digital entre los países asociados al proyecto.
No hace mucho tiempo, si un investigador se proponía estudiar un manuscrito de puño y letra de Colón, lo primero que tenía que hacer era averiguar qué institución custodia esa reliquia (el Centro de Estudios de Historia de México, por ejemplo) y, después, disponer del dinero y el tiempo para el viaje y de los permisos necesarios. Por suerte, eso está cambiando. Una de las ventajas de la era Internet es la libre circulación de conocimientos en todos los ámbitos (educación, ciencia, cultura, comunicación...), y eso es, precisamente, lo que ha querido promover la Biblioteca Digital Mundial (asegurándose, de paso, que los contenidos que ofrece la red sean de calidad). Por eso, desde que leí la noticia de la presentación del sitio Web (el 21 de abril, en la sede de la UNESCO de París), andaba ya deseosa de perderme en esta Alejandría Virtual; o, como diría Murakami, en esta Biblioteca Conmemorativa de la Humanidad.
Navegar por la BDG es más sencillo que encontrar un papel concreto en mis carpetas. Su acceso es ilimitado y gratuito, y no es preciso registrarse ni ser especialista en ninguna materia para consultar un documento único en un archivo de cualquier parte del mundo. La BDG está organizada de forma que el internauta pueda orientar su búsqueda por épocas, zonas geográficas, tipos de documento (grabados, fotografías, manuscritos, libros, mapas, películas y grabaciones sonoras), e institución en la que éste se encuentra. Todos los fondos fueron escaneados en su idioma original, pero van acompañados de una explicación que puede consultarse en siete idiomas (árabe, chino, francés, inglés, portugués y ruso, además del español). Por si esto fuera poco, algunos de los temas están presentados en vídeo por bibliotecarios y archiveros especializados, para que los usuarios puedan situar su contexto. Por el momento, han sido incorporados unos 1.200 documentos, pero esta biblioteca ha sido pensada  para recibir un número ilimitado de ellos, cada uno de los cuales, en sí mismo, podrá ser tomado por una reliquia. Porque en la BDG hay un poco de todo (historia, geografía, música, arte, ciencia, religión, folclore, tecnología, deportes, economía…), pero, se lo aseguro, no es un simple compendio de historia en línea: aquí, no hallará usted nada corriente; aquí, lo que se encuentra son tesoros; joyas de la cultura universal.
Si se apunta usted a esta expedición, podrá ver, sin moverse de su casa, pinturas africanas de hace diez mil años; podrá acariciar un oráculo chino, un manuscrito egipcio, o el primer texto japonés impreso. Podrá visualizar, en su salón, la primera película y la primera fotografía de la historia. Con un simple clic, podrá pasar las páginas en que unos científicos árabes desvelaron el misterio del álgebra u hojear la Biblia de Gutenberg y, un segundo después, la del Diablo.
Será una desviación profesional, pero, ¿sabe qué es lo primero que pensé yo, echada en mi alfombra, junto a la Declaración de Independencia de Estados Unidos? En lo que habría dado Nicholas Cage, en “La busca”, por una biblioteca como ésta y en lo fácil que es hoy día, para un guionista, documentarse sobre cualquier tema antes de estructurar una película. La Biblioteca Digital Mundial es una completa batalla de ideas. Después de visitarla, un escritor podrá poner a sus personajes en las garras de la muerte y pergeñar competiciones feroces entre países, entre imperios, entre libertades… En esta biblioteca se pueden perfeccionar historias de guerra, de esclavitud y emancipación; se pueden presenciar inundaciones catastrofistas, espesas nieblas tóxicas, masacres sangrientas; huracanes; volcanes, terremotos, sequías, burbujas inmobiliarias, naufragios y peligros de todas clases. Y, sobre todo, en esta Biblioteca se puede caracterizar con autenticidad a cualquier personaje, y no sólo a los históricos (el glorioso capitán Cook, Elvis Presley, Albert Einstein, Martin Luther King…), sino también a anónimos de cualquier grupo étnico y oficio que se quiera: pescador del arenque; cosechero de madera; amotinado, pirata, miembro de la Brigada de Bicicletas, conspirador, balsero, refugiado; recolector de guisantes, esquimal, hipnotizador de caimanes, prisionero en un campo de trabajos forzados, cubano en éxodo, pescador de esponjas, tejedor de cestos o productor de bananas en una república bananera… En esta biblioteca, se pueden ver las caras y los atuendos de esos personajes, oír sus canciones y sus experiencias, y curiosear en sus cartas más íntimas y en sus diarios escritos a mano…
Aunque yo nunca quise creerlo; al final, me pregunto si será verdad eso que se dice de que la realidad supera a la ficción algunas veces; porque, con sólo leer estos “casos reales”, nos puede surgir la identificación que busca el literato. Si es usted un indignado o un líder en materia de derechos civiles, por ejemplo, gracias a estos documentos personales, podrá sentir lo que sintieron los activistas de otras épocas al combatir al poder arbitrario o al luchar por un espacio y una oportunidad económica; por el bienestar de los niños, el sufragio femenino y la vida de todas las clases sociales.
Elija su papel en el teatro del mundo. Aquí, cualquiera puede ser adelantado, explorador, cartógrafo, náufrago, rebelde, revolucionario; descubridor, colono, cazador, comerciante, científico, aventurero… Yo, como vengo ya varios días “tarruceando” en los tarros de esencias de la civilización, he fotografiado el Niágara con cianotipia y me he ido con mi cámara por todo el mundo, a lo Dorothea Lange, a retratar mujeres emigrantes y muchachos hambrientos, profanos y listos.
Le aseguro que el viaje vale la pena. Si se decide a embarcarse conmigo en la Biblioteca Digital Mundial, los mejores pilotos y expertos del mar del mundo nos darán sus cartas de navegación; se sentarán con nosotros en torno a un gran tambor, y estudiaremos juntos el mapa del tesoro oculto en esta Web: nuestra cultura...
Aquí le dejo la llave del sitio: www.wdl.org. Estoy segura de que la utilizará y la compartirá usted en cuanto consiga perderles el miedo a esas criaturas míticas que se elevan de las aguas y sugieren los límites del conocimiento humano.

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