lunes, 2 de junio de 2008

"Bartleby, el escribiente", Herman Melville

"Bartleby, el escribiente", del escritor estadounidense Herman Melville (1819 -1891), ha sido considerado un relato precursor del existencialismo y de la literatura del absurdo.

El personaje narrador, un abogado de Wall Street, contrata a Bartleby como escribiente. Al principio, Bartleby trabaja mucho; pero, poco después, cuando se le pide que examine un documento junto a otros empleados, contesta: "Preferiría no hacerlo". Desde entonces, eso es lo que responde a cualquier mandato. Finalmente, Bartleby decide no escribir más, por lo que es despedido. Pero él, que vive en la oficina, se niega a irse. Incapaz de expulsarlo por la fuerza, su jefe decide trasladar el bufete...

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Mi exclamación ante el libro de Melville

Me pongo en la piel del abogado-narrador y me estremezco. Voy a imaginármelo…

Supongamos que dirijo un bufete. Aunque mi profesión es dinámica, mi vida es cómoda. Tengo tres subordinados más o menos eficientes. Su capacidad de trabajo es mediana; depende de la hora del día, de cómo hayan comido y bebido y de cómo durmieron. Son ruidosos, sanguíneos y algo estrafalarios; aún así, me compensan. Mis negocios marchan bien. Necesito más trabajadores.


En ese ambiente, aparece Bartleby y, ¡claro!, le contrato. Frente a los altibajos de los demás, me alegro de tener cerca de mí a alguien tan manso, tan lacónico, tan sereno, tan digno, tan aplicado… Pero, ¿cuánto durará mi satisfacción? Antes o después, su presencia sigilosa acabará inquietándome, igual que al abogado-narrador de la historia.



Porque Bartleby es pasivo y silencioso. Bartleby es el silencio. No habla si no es para contestarme, a cualquier cosa que le mande, “Preferiría no hacerlo”. No sé qué lo tiene ocupado en la oficina. No lo sabe nadie. De lo único que estoy segura es de que nunca hará lo que yo “preferiría” que hiciera.


No pido demasiado. Sólo quiero que Bartleby se adapte, que colabore conmigo y con los demás. Su integración, no obstante, es imposible. De alguna manera, acaba tocando lo más primitivo de mí, lo más inconsciente. Y alterándolo. Esto sólo puede acabar en desastre. Si no se lleva bien con los demás, que se desahogue conmigo, por lo menos. Que me cuente cómo era su vida antes de aparecer por aquí, para que yo le pueda pedir ayuda a alguien. Que me diga cómo es su familia. Que confiese a qué se dedicaba antes de trabajar para mí. O eso, o que se marche.


Pero, nada: no hay forma. Hablar sería pactar, ser razonable, y Bartleby no lo es. No va a retroceder a su pasado ni va a irse de aquí. Nunca jamás. Lo único que puedo deducir es que él preferiría no contármelo.


O sea, que no hablará; de ninguna manera. El resultado es que no puedo conocerle. No puede conocerle nadie. Bartleby es un jeroglífico humano; un misterio. Es tan reservado, que le tengo miedo. Empiezo a creer que su presencia es muda por maldad. Que su misterio encierra algo maligno. Y, así, él continúa solo, huidizo, sosegado, mientras yo me desquicio tratando de adivinar qué está pensando cuando se queda plantado de pie, tras su biombo. Su espíritu se ha encadenado a esta pequeña oficina. Se diría que, aquí, ha alcanzado su destino; que ha llegado a donde tenía que llegar ─a mí─ y que ya no tiene nada más que hacer, salvo callarse. Su aventura es escueta: se limita a la que vive entre mis cuatro paredes, grises e implacables como el mar de Moby Dick.


¡Qué duro papel el del narrador! Si me pongo en su piel, yo también tengo que agarrarme al único rumor que circula sobre el pasado de Bartleby. Antes de que llegara a mi casa ─he oído que dicen─ Bartleby trabajaba en la oficina de cartas muertas de Washington; entre esas cartas condenadas al silencio que, según Melville, contienen “esperanza para quien muere desesperado”…


O no hay destinatario, o no podemos acceder a él. No hay comunicación ni integración posibles. Ni para esas cartas ni para Bartleby, que representa aquí a la humanidad. Según David H. Lawrence en "Studies in classic american literature", al autor le sucedía algo parecido. “Melville es un vikingo que al hacerse a la mar, en realidad se dirige a su morada. No puede aceptar la humanidad. No puede pertenecer a la humanidad. No puede…”



Yo no soy tan pesimista. Aún creo que lo que escribo puede llegarle a alguien. Sin embargo, después de leer este libro, igual que el oficial de la Oficina de Registros del Estado de Nueva York, tengo que exclamar: “¡Oh, Bartleby! ¡Oh, humanidad!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Interesante el señor este...

Mañana le "explicaré" mis "intereses" a mi jefa.