lunes, 22 de junio de 2015

¡A PRIMAVEREAR!

Pisamos el Rodolfo Halffter por  primera vez hace nueve años. Andrés venía agarrado a una de mis manos; de la otra, mi hijo Daniel  y, detrás, a mi espalda, el violín de tres cuartos y la mochila con la merienda. Habíamos llegado en Metro, como si viniéramos de una odisea. El cordón desatado de las zapatillas de Dani había quedado atrapado en la escalera mecánica y habíamos tenido que pelear duro para librarnos de su voracidad. Llegamos sudando al Conservatorio. La señora a quien preguntamos por la Calle de Canarias nos había paseado por donde no era. Con todo, aquel día, el Rodolfo Halffter abrió sus puertas de par en par al maravilloso mundo al que mis hijos se estaban asomando, boquiabiertos.


Andrés se graduó el viernes pasado, nueve años después de aquel día. Nueve años (de 18) es media vida. Son nueve años que él y su hermano (que, Dios mediante, se graduará en Violín el año próximo, con los de su Promoción) han pasado en el Conservatorio de Móstoles, rodeados de gente valiosísima.

Los graduados
El silencio que yo he mantenido casi medio curso era necesario para ir adaptando el ánimo al cambio que se avecina. Ni siquiera había contado nada del Concierto de Primavera, dirigido por Alex Schieper, o de otros en los que mi hijo, Daniel Poncela, ha sido Concertino de la Orquesta Sinfónica este año. El que os dejo más abajo fue un acto muy emotivo, y un gran éxito. Magníficos los solistas (los violonchelistas Aldo Mata y Eduardo del Río y la joven pianista Laura Ballestrino).  

El hecho de que me acuerde del Concierto de Primavera cuando ya ha empezado el verano no es raro en mí. Aún tengo la sensación de que suena la flauta del otoño pasado. Para ofreceros tan a destiempo una jugosa primavera, es posible que no baste con enchufar a Vivaldi entre visillos que vuelan. “¡Vaya un vicio que tienen las estaciones de llegar por sorpresa! A ver si fuera posible hacer primavera con esa golondrina solitaria que no hace verano”, pensé, calladita… “O con la que sea”...

Tampoco os había contado nada del Acto de Despedida de Segundo Jiménez; uno de los primeros profesores (de Guitarra) y organizadores del Conservatorio, su director durante mucho tiempo. Me arriesgué a aparecer en aquel homenaje porque yo no conocía a Segundo. No había implicación emocional en mi caso, aunque se veía que él era muy querido por varios profesores que conozco. Todos se emocionaban y reían recordando sus anécdotas. Me alegré de haber asistido a un adiós tan feliz. Era una despedida por jubilación de una persona alegre y dicharachera; y el acto fue jubiloso, efectivamente…


Porque, además, la orquesta de Enseñanzas Elementales tocaría “Divertimento”, la última obra de Pablo J. Berlanga (que, precisamente, está dedicada a Segundo), y a cuyo estreno, en Murcia, yo no había podido asistir. Es una pieza para cuerda, piano a cuatro manos, flautas, oboes, clarinete, fagot y percusión, lo que ha obligado a la Orquesta Infantil a seguir creciendo. Me resultó una extraña y divertida preciosidad; me parecía, a la vez, épica y dulce; como el heroico momento vital de un ejército de ratoncitos en una película de animación. Algo así como Lucifer contra los amigos de La Cenicienta… Perdóname, Pablo, por la fantasía, pero escuchar tu obra valió la pena, aunque yo no hubiese imaginado nada. Segundo la disfrutó como un niño; así como las piezas (a Guitarra) de sus alumnos y ex alumnos.

El homenajeado no hablaba de descanso ni de penas; hablaba de proyectos. Le escuché bromear, sonriendo yo también. En aquel instante pensé que, tal vez, no viene mal callar de cuando en cuando, pero que el mío era un silencio a muchas voces que me tenía por dentro congelada; un silencio que había que romper, aún a riesgo de llorar entre los adioses de la Graduación de Andrés. 

En más de una sobremesa hemos citado las  dulces palabras del director del Conservatorio, Mateo Lorente, evocando a su primera profesora de Música.

Aquellos sentimientos de Mateo pueden identificarse perfectamente con los de Andrés hacia Aránzazu Urteaga. Sé el especial cariño que él sentirá siempre por Arancha, su primera profesora de Piano. Ha sido una estupenda educadora, además de una persona de dulce trato que siempre ha comprendido y defendido a Andrés, humana y profesionalmente. La técnica que le ha enseñado y la psicología con que lo ha hecho se han transformado en confianza hacia ella, en gratitud, y en amor a la música. Ahora, gracias a Arancha, el Piano de mi hijo tiene el corazón y la fuerza suficientes como para poder conquistar el cielo…

Por descontado que Andrés también apreciará siempre a su tutor, Mateo. Mi hijo alude a su seriedad, su simpatía y su gran formación con una sonrisa en los labios. “Lumière” canta muy bien. Su personalidad es abierta y creativa. Es un buen embajador del Conservatorio, allá donde le lleven sus orquestas. Culto, lector, poeta, el rey de los discursos, y tan buen pianista como buena persona.

También me consta (y comparto) el cariño de mi hijo por María Dolores Encina que, sin ser su profesora, le acogió muchos años como Pianista de la Orquesta de Enseñanzas Elementales, a la que nunca me he cansado de elogiar en este blog. Ella fue la primera profesora de violín de Dani. Lola. Casi le tengo borrado el nombre. En la etiqueta "Concierto" veréis que en estos años no he parado de hablar de ella y de esos chiquillos a los que lleva bajo el ala, con energía y con mimo. Si Lola usara batuta, lanzaría música a modo de varita mágica.


Andrés siente asimismo un gran aprecio por Eduardo del Río y sus grupos de Cámara; Por Pablo Berlanga y sus magníficas composiciones; entre otras, el Concierto para piano y orquesta de cuerda infantil en 5 movimientos que Andrés estrenó en el Paraninfo del Conservatorio Profesional de Música “Ramón Garay”, de Jaén y que tocó después en Móstoles en varias ocasiones…

Pero, quizás, uno de los profesores que más le han influido como músico, y al que profesa una admiración especial, es Vicente Sempere; el responsable de que Andrés haya descubierto su vocación de compositor. Gracias a él, mis hijos ven el fondo de la música y disfrutan de su juego estimulante. Es como si Vicente les hubiese abierto los ojos para que entiendan lo que parece inexplicable. Sempere ha puesto en sus manos el elemento creador; las normas de esa gramática universal que hace poesía del sonido. Ahora, si se lo proponen, pueden lograr que la música se abra salidas al mar.



En fin, que, aunque me calle, hoy también es más fácil para mí alimentar mi caldero de alquimista y dejarles aquí algún aroma del  pulóver verde de la Primavera. Abriles robados; mayos que marcean; marzos que mayean… ¿Tienes que primaverear precisamente ahora que empieza el verano? ¡Pues venga, primaverea! Esto es un puchero en tonillo mayor. “Lo único que esta receta no admite son lágrimas grises”, suspiro, aflojando el delantal de fresas. Mi madre llora de risa cuando cuenta la historia de aquel escorpión que la picó en el chozo del tío Antonio, siendo niña. Eso mismo voy a hacer yo: si lloro, será de risa, y con lágrimas brillantes. Empiezo ya a estar harta de tanto estreñimiento emocional; así que, ahorita mismo, empiezo a echar en el caldero estrellas que tiritan; patinetes prestados; algo épico; algo lírico; un vasito de luz (de los de agua) y medio de sombra (de los de vino); risillas en flor; amores eternos; el resplandor azul de una naranja…


Creo que decidí romper el silencio después de pasarme la tarde charlando con los míos sobre una anécdota familiar en la que hemos gastado desde ayer muchos WhatsApp y mucha saliva. Es nuestro Trending Topic casero. Hasta entonces, la única víctima de un alacrán a quien yo conocía era mi madre. Os cuento. Ayer, al mediodía, otro escorpión picó a mi hermana. Ella no estaba en un chozo del campo, sino descongelando una nevera. Metió la mano en el congelador de mamá y, desde la cubitera, todavía helado a medias, un escorpión estiró su aguijón hacia la mano que se le acercaba. Perdóname el cuento, hermanita; se te pasará. Mamá y tú os habéis reído más que nadie con la hibernación y con los alacranes congelados por la ciencia… ¡Qué fiesta!... ¿Cómo llegó hasta ahí? ¿Y cómo aguantó, helado, por lo menos,  las dos semanas que madre ha estado fuera? Un cubito de hielo lo atrapó con más fuerza que la que emplearía una escalera del Metro para arrebatarte la zapatilla…

Con las llamadas que hice o respondí ayer, descubrí las ganas que tenía de volver a hablar largamente… con quien sea. En cuanto al bicho, se acabó de deshelar en un frasco de cristal; por cuyo círculo sagrado paseaba tan tranquilo al  poco rato, dejando un rastro líquido en el culo del tarro.

Pongamos las cosas en claro para que nadie se confunda con mi risa: por muy rotas que tenga las esquinas, la primavera es un viento grandioso que siento en las orejas cuando tocan mis hijos. Tengo que darles las gracias a sus profesores por permitir que yo pueda disfrutar de su Música (lo que espero que siga ocurriendo en el futuro, estemos donde estemos).  Sé que muchos de sus profesores seguirán a su lado, para siempre, y eso es algo que yo no me callaría nunca. ¡Gracias a todos!

¡Qué emocionante fue escuchar el estreno de la última obra compuesta por Andrés (que él mismo dirigió) en el acto de Graduación. Su “Quinteto para Flauta y Cuerdas” es una pieza hermosa, delicada, impresionista...

"Quinteto para flauta y cuerdas", de Andrés Poncela

La música de mis hijos y de sus compañeros ha llenado mi caldero de alegría. Como Bécquer dijo de otra forma, en habiendo liras, y en estando ellos, habrá primavera.

¡Qué mundo tan raro! Este blog hiberna… Lo que importa es que Andrés y Daniel pisaron el lugarito de la Música hace nueve años, con muchas ganas, una sanísima curiosidad y paso firme, a pesar de traer los cordones mordidos por aquella rabiosa escalera.

Mateo Lorente, Andrés Poncela y Aránzazu Fernández Castelló, concejal delegada de Educación y Juventud