viernes, 12 de julio de 2013

Aldo Mata en el “Rodolfo Halffter”

No quería que me llegasen las vacaciones y me tuviese que marchar a Asturias (donde no dispongo de ordenador) sin haber hablado de este concierto. También me daba miedo de que mis elogios a los demás encuentros del curso (todos muy merecidos) me restasen credibilidad a la hora de aplaudir éste, que me pareció excepcional. Para los escritores, el clímax es el clímax: hay que preparar la cuesta arriba (sin sobrepasarla en ninguna ocasión) si no queremos que la cumbre se quede por debajo de su sitio.
El nivel de los conciertos del último trimestre en el Conservatorio Rodolfo Halffter, de Móstoles (Madrid) ha sido muy alto; mayor, cuanto más cerca de fin de curso. Pero, ahora, entre esos picos, el que quiero destacar es un… ochomil, digamos.
Se celebró el día 12 de junio, en el Auditorio del Rodolfo Halffter. Yo acudí a escuchar a mi hijo Daniel, que es un violín de la Orquesta Sinfónica. Recuerdo que había estado a punto de no ir, porque ese día tenía obligaciones inaplazables... casi inaplazables, mejor dicho (de hecho, las aplacé). Me sorprendió que Dani no insistiera en que fuese a verlo a él: lo que le dolía es que me pudiese perder a Aldo Mata.
Aldo Mata en el Rodolfo Halffter. Foto: Carmen Montalbán
Tienes que ir mamá. Aldo Mata es Catedrático de Violonchelo en el Conservatorio Superior de Salamanca. Ha actuado como solista en Estados Unidos, América del sur, Asia y Europa. Ha tocado en Viena, Portugal, Croacia, Bélgica, Francia, Italia, Alemania, Colombia… y ahora viene a Móstoles. Entrada libre hasta completar aforo. ¡Qué oportunidad! ¿No sabías que ha tocado con Gutman y  Rostropovich?
Lo pensé mejor. Aldo Mata había formado parte de la Filarmónica de Medellín, la Sinfónica de Castilla-León, la Orquesta de RTVE (invitado como primer chelo), la Sinfónica Nacional de Colombia, el European Royal Ensemble, la Orquesta Ibérica, la Sinfónica de la Universidad de EAFIT, la Orquesta Andrés Segovia, el Coro Tenebrae… Con todo ello, un artista como él se había prestado, desprendidamente, a tocar con estudiantes como mi hijo, en la Sinfónica del Rodolfo Halffter. Como dice Lola: el artista, cuanto más grande, más generoso. 
Orquesta Sinfónica. Foto: Carmen Montalbán
De modo que aplacé mis compromisos y acudí, por supuesto. Dani no se equivocaba: Aldo Mata es genial. La segunda parte, en la que lo acompañaron los alumnos del Rodolfo Halffter fue muy bonita. La Orquesta Sinfónica del Conservatorio tocaba el primer movimiento del Concierto para violonchelo y Orquesta Op. 104  de Antonín Dvorák. Alexandre Schnieper dirigía la orquesta. Disfruté de esa obra. Me gusta la pieza. Me parece fluida, espectacular, vistosa… Sin embargo, a pesar de que la sinfónica estuvo mejor que nunca, su actuación no fue lo más espectacular del año; lo mejor –con diferencia– había ocurrido ya, en la primera parte del programa.
Aldo Mata, Alexandre Schnieper y la Orquesta Sinfónica del Rodolfo Halffter
Quienes hicieron magia verdadera no fueron los estudiantes (aunque no faltó mucho para que lo lograsen); quienes hicieron magia fueron los maestros Aldo Mata y Eduardo del Río, que interpretaron la Suite Op. 16 para dos cellos, de David Popper.
Conseguí sitio delante, frente a un escenario distinto a como suelen organizarlo. La orquesta tenía menos anchura, pero tanta profundidad, que las sillas de los dos miembros del dúo rozaban la primera fila... Desde donde me senté, escuchaba su respiración y casi podía tocarlos; así pues, no se me escapó nada. Ni habría podido yo, aunque lo intentase, escapar de su embrujo.
Aldo Mata y Eduardo del Río. Foto: Carmen Montalbán
Todo empezó con una mirada. En la música de cámara, hay que estar atento al otro; y mucho más en un dúo. Aldo Mata miró a Eduardo del Río; Eduardo del Río le sonrió, y empezaron a hablarse con los ojos. Sus chelos comenzaron a cantar. Las frases musicales que entonaban iban anunciadas por esa cuerda invisible tensa, pero elástica que se tendía entre sus párpados. “Escuchando” sus miradas, comprendí que Aldo y Eduardo no sólo estaban tocando una pieza que ambos se sabían a la perfección; estaban en un plano superior hacia el que nos llevaban a nosotros: la interpretación.
Sonreí yo también. Recordaba esta frase de una de mis novelas: “Echó el cuello hacia atrás para mirarla aún con más deseo. A mi modo de ver, parecía un gallo que acaba de encontrar una lombriz”. Y esta otra: “Llené mi pecho de aire. Quería romper la cuerda que parecía tenderse de repente entre los ojos de él y los de ella, pero me desinflé”. Ambas citas me habían venido a la mente porque también en los cortejos amorosos existe esa atención y ese encandilamiento en la mirada. Igual que en un buen dúo, todo aquello que hacemos cuando cortejamos se puede presentir en el tira y afloja de esa cuerda. Los ojos (la atención que prestamos y nos prestan) hablan de una relación viva, llena de interferencias entre el uno y el otro. “Te observaré mientras me escuchas y, dependiendo de cómo respondas, seguiré este camino o buscaré otra senda”.  
Yo no habría sentido tantísima vida en la Suite de Popper si el dúo sólo estuviese tocando notas. Me daba la impresión de que esas notas que se escuchaban no estaban escritas en ningún papel, sino que los miembros del dúo las elegían de entre un sinfín de opciones, a cada segundo. Siempre frente senderos que se bifurcan. Aldo y Eduardo respondían a lo que expresaba el otro como si no supieran ni ellos mismos dónde les llevaría su exploración. Te observo, te escucho, pienso, reflexiono, decido… Creo que sí, que tomaban decisiones. Hacían música; una música que tendía puentes entre sus chelos, como si cada instrumento templase las cuerdas del otro. “Me pondré gracioso si hace falta, hasta que pueda hablarte en un susurro”, se cortejaban los violonchelos. Todo era tan vivo, que me parecía imposible que ese dúo hubiese estudiado con metrónomo: antes, habría seguido latidos de corazón. Yo estaba muy cerca, y tan emocionada, que hubo momentos en que pensé que era mi pulso el que marcaba el ritmo…

O sea, que viví la Suite op. 16 para dos cellos de David Popper (perdónenme esta niñería los músicos) como si presenciase el cortejo de los violonchelos de Eduardo del Río y Aldo Mata. Para mí, esa obra era el trino de dos aves del paraíso o el frufrú de las plumas del pavo real. Ahora cantas tú, y yo te acompaño. Ahora canto yo, y tú me respondes. Ahora giro a tu alrededor, a ver si te convenzo con mi gracia.

Aldo Mata movía mucho el cuerpo, porque su violonchelo no tenía pica. Es un chelo de 1787 (del lutier italiano Giuseppe Nadotti) que Aldo sujeta al vuelo, entre las pantorrillas. Sus cuerdas están hechas de tripa de animal (no sé si cerdo o cordero). Su sonido es muy peculiar, diferente a otros chelos que yo haya oído... más bravo, más… orgánico. Si de veras hubiese estado presenciando un cortejo de pavos reales, éste sería el macho. Lo digo porque era el Violonchelo I; por el timbre de su voz (que abría sus colores frente a mí, en espectacular abanico), y porque su falta de apoyo hacía que Aldo Mata tuviera que bailar mucho con el cuerpo, al ritmo del arco. Eduardo del Río respondía con dulzura: sus pianos eran tan delicados, que ponían la carne de gallina y causaban emociones de ternura y de cariño.
Tras disfrutar de la música. Foto: Carmen Montalbán
Mi hijo Dani me dijo, después del concierto, que los esfuerzos que exige cualquier carrera musical valen la pena si, de repente, un día, se hace disfrutar al público de la manera en que él había disfrutado. Se abrazó a sí mismo, impresionado todavía; se quedó pensativo un instante y, como pensando en voz alta, susurró: “¡Vaya por Dios! Ni siquiera sé si nos necesitaban. Habrían tocado a gusto hasta sin público”.
Volví a acordarme del gallo que se encuentra una lombriz. Tal vez, lo que yo presentí como un cortejo no había servido para que los chelos se enamorasen entre sí: tal vez había servido para enamorar al auditorio: la lombriz. Enamorar es convencer, y a mí también me dejaron convencidísima. Esos dos violonchelos no habrían podido ser más comunicativos ni aunque yo entendiese su lenguaje. Habían exhibido el color de los ojos de sus plumas para cautivarme y lo habían logrado. Tampoco yo he escuchado algo tan bello en mucho tiempo, de modo que le eché a mi hijo la mano al hombro, y exclamé: “¡Vaya por Dios!”
 
Ver más: Los conciertos del curso 2012 / 2013

martes, 9 de julio de 2013

Concierto de intercambio “Llíria en Móstoles”

Los chicos y chicas de la Orquesta de Enseñanzas Elementales del Conservatorio de Móstoles se han reencontrado, por fin, con sus amigos de Llíria. Los esperaban con impaciencia porque compartieron concierto con ellos en tierras valencianas hace ya tres años. María Dolores Encina Guzmán –Lola–, la directora de la Orquesta mostoleña, estaba muy contenta de que el director de la banda edetana, José Vicente Escrig, hubiese conseguido organizar el viaje. Imagino que el problema era la crisis. Ya saben: menos ayuda institucional, más dificultad familiar; en proporción inversa. La energía y el tesón de este gran músico (a quien Lola considera alma gemela) lograron que el encuentro se realizara el pasado siete de junio, en el Auditorio del Rodolfo Halffter. Es una suerte caer cerca de gente así: gente que, a fuerza de confiar en su embajada, consigue que los gigantes enloquecidos de las tijeras –que se empeñan en cortarnos los bolsillos– no le corten las alas a la música…
 De arriba abajo: Banda de 1º y 2º de Enseñanza Profesional CPM de Llíria; Orquesta de Cuerda de Enseñanza Elemental CPM “Rodolfo Halffter”, de Móstoles, y Grupo de Cámara de Enseñanza Profesional CPM “Rodolfo Halffter”.

¡Qué peste! ¿Por qué le pondría yo este nombre a mi blog? Lo empecé cuando nadie se echaba a temblar al oír la palabra “recortes”. Lo que yo pensaba entonces, al pronunciarla, era en mi madre. Me la imaginaba cosiendo, rodeada de los trapos multicolores que le sobran de este vestido o del otro. Mis recortes no se idearon para quitar, sino para poner. Al igual que mi madre (que a veces junta retales de muy distinta procedencia para hacer una bonita colcha), yo intentaba formar un collage con las rebañaduras y las hebras que se me quedan pegadas a la piel cuando leo, cuando miro, cuando escucho algo bonito…
Pero estoy desvariando… El Programa del Concierto de Intercambio “Llíria en Móstoles” evitará que me vaya por las ramas.

PROGRAMA

En la segunda parte, la Orquesta de Grado Elemental del Rodolfo Halffter, cada vez con una voz más dulce y más segura, repitió sus dos últimos estrenos: Caramelo Vals y Tres maneras distintas de caminar. Ya les he comentado esas preciosas obras de Álvaro Alvarado y Pablo Jesús Berlanga. En esta ocasión, además, teníamos la inmensa suerte de que Pablo Berlanga estaba en la sala (Álvaro Alvarado, en cambio, no pudo acudir). Por supuesto, ambos fueron aclamados muy calurosamente por parte del auditorio y de los agradecidos músicos que interpretaron sus creaciones.

Si deslizan ustedes el dedo programa abajo, hasta el Grupo de Cámara de Enseñanza Profesional del Rodolfo Halffter, les comentaré una coincidencia: también estaba presente el autor de Flor del Turia, Vicente Sempere Gomis. ¿Recuerdan que les hablé de una entrañable “clase magistral” que les dio a los niños en 2010, para que trabajasen su obra? El “desprendimiento” con que les ayudó entonces me hizo pensar en algo que le he oído decir a María Dolores Encina más de una vez: la mezquindad se queda para los mediocres; los artistas verdaderamente grandes son generosos, no pueden evitarlo.
Mª Dolores Encina; Vicente Sempere Rastad; José Vte. Escrig Martínez y Vicente Sempere Gomis. Foto: Carmen Montalbán
Posiblemente se hayan extrañado de que un grupo de Grado Profesional se sumase a un encuentro planeado, en un principio, para la orquesta de Lola y su banda invitada. Se lo aclararé: los ocho chicos que forman el octeto eran miembros de la Orquesta de Grado Elemental cuando ésta estrenó mundialmente Flor del Turia, en 2010; lo que ocurrió, precisamente, en Llíria. La salida de la orquesta de aquel año fue tan gratificante, que los niños no la olvidaron. Cuando le propusieron a Vicente Sempere Rastad la formación del grupo, lo hicieron con deseos de perpetuidad, sí, pero su motor primero fue ése: darles las gracias al autor de la obra y a los amigos que hicieron en Llíria, ofreciéndoles de nuevo Flor del Turia, una de las obras con las que crecieron. ¡Oh!, ¡la identidad! El resultado fue un bonito homenaje a Vicente Sempere Gomis... Porque, para colmo, estos ocho músicos están dirigidos por Vicente Sempere Rastad –el hijo del homenajeado–, que es un excelente profesor del Rodolfo Halffter, serio en el estudio, y con una sensibilidad y un respeto exquisitos hacia la buena música. La actuación de su Ensamble de Saxofones es uno de los momentos que más disfruto en los conciertos de Navidad.

¿Y qué me dicen del programa que traían a Móstoles los “embajadores” de Llíria? ¡Lo que nos habríamos podido perder! Los músicos de esa banda son muy jóvenes (1º y 2º curso de Enseñanza Profesional); sin embargo, su sonido y su maestría sorprendió al auditorio. La actuación de Jorge López Ramos y de Juan José Martínez Sevilla (respectivamente, bombardino y trompeta solistas) en el “Tema B.S.O” de El Padrino II fue una preciosidad.
Jorge López Ramos y Juan José Martínez Sevilla. Foto. Carmen Montalbán
Una de las más bellas obras que la banda traía programada (echen el dedo a la izquierda) era, también, de Vicente Sempere Gomis. Los chicos de Llíria saben que Sempere es muy querido en Valencia, pues fue director de la Banda Musical Primitiva de Llíria, la más antigua de España. ¿Quieren otra coincidencia? El actual director de La Primitiva es José Vicente Escrig. La obra de Sempere que Escrig había elegido para este Concierto (Ben-Alí, “Marcha mora”), era también, supongo, un modo de expresarle admiración al maestro. No olvidaré la impresión que me causó que, al término del Vals de Shostakóvich, José Vicente Escrig se volviera a hacerle una reverencia y le invitase a dirigir la marcha él mismo. Si yo compusiera música, me habría muerto de miedo en ese instante; pero Vicente Sempere se levantó, aceptó la batuta, y se puso al frente de los niños y niñas para ofrecernos una obra preciosa y sugerente.
Vicente Sempere Gomis. Foto: Carmen Montalbán
En conclusión que, a los brillos de la música hubo que sumar ese otro diamante que hace que –en intercambios como éste– la satisfacción que nos deja la belleza se multiplique en nuestro interior: la emotividad. No sé en qué sentido funcionó mejor el… “efecto prisma” (del corazón al oído o del oído al corazón), porque el resultado es un todo formado por muchas facetas que se funden y confunden; de lo que estoy segura es de que escucharlo dirigir una obra suya ante unos chicos tan ávidos, dispuestos y agradecidos es otro de los tesoros que me han ido enriqueciendo desde entonces… en el mejor sentido de la palabra. De ahí en adelante, hasta que el Grupo de Cámara cerró el acto con Flor del Turia, el concierto entero se convirtió, con una admirable naturalidad, en un homenaje a ese desprendido compositor, uno de nuestros primeros maestros de orquesta; primeros en orden cronológico y en categoría musical y humana: Vicente Sempere Gomis.
La emotividad. Foto: Carmen Montalbán

viernes, 5 de julio de 2013

Concierto de PIANO en el Museo de la Ciudad

Fue un precioso concierto organizado por Aranzazu Urteaga y Mateo Lorente, profesores de piano del CPM Rodolfo Halffter, de Móstoles (Madrid).

Mateo Lorente (director del Conservatorio) y Aranzazu Urteaga a la salida del Museo de la ciudad.

Seis de sus alumnos nos ofrecieron el fruto de su trabajo de todo el curso.


Algunas de estas piezas  ya las había oído en otros encuentros y audiciones, y me habían gustado mucho; pero, claro, en el Museo de la Ciudad sonaron aún mejor (más tiempo: más práctica). El resultado fue una maravilla que quiero recordar hoy, recortando algunas citas de (o acerca de) los compositores a los que estos seis pianistas interpretaron.
Pablo Fidalgo León
E. GRANADOS

“A mí me parece que el arte no tiene nada que ver con la política… Esto me ha causado algunos disgustos, llegando a recibir desprecios y anónimos en que se me acusa de escribir danzas andaluzas. ¡Como si eso fuera un pecado!... Yo me considero tan catalán como el que más, pero en mi música quiero expresar lo que siento, lo que admiro y lo que me parezca bien, sea andaluz o chino”. E. Granados.

Marina Matesanz Maeso
P.I. TCHAIKOVSKY

 “En verdad, si no fuera por la música habría más razones para volverse loco”. Tchaikovsky.

Andrés Poncela Montalbán
C. DEBUSSY

“La música es la aritmética de los sonidos, como la óptica es la geometría de la luz.” Debussy.

 “Bajo la translucida delicadeza de sus composiciones hay una estructura sólida; pero, como corresponde a un auténtico impresionista, Debussy nos dejó música colmada de esplendentes colores, de texturas finísimas y de luces relucientes”. (Hágase la música)

“Cuando Schumann grita: “¡Quisiera hacer estallar mi piano!”, Debussy solamente recomienda: “¡Dejadle hablar!”. Marguerite Long en “Literatura e interpretación del piano”.

Eduardo de Santos Espinosa
F.CHOPIN

“No hay nada más odioso que la música sin significado oculto”. Chopin.

“Su piano es tan etéreo que no es necesario un forte para crear un contraste. Escuchándole, uno se entrega con toda el alma, como un cantante que, olvidándose del acompañamiento, se deja llevar lejos por su emoción. Para abreviar, él es el único entre los pianistas”. Ignaz Moscheles.

“Bach habla al universo; Beethoven a la humanidad, y Chopin a cada uno de nosotros”. Joaquín Achúcarro.

F. MOMPOU

“Toda mi vida es puramente interna… En mi interior suceden cosas fantásticas que nunca se exteriorizan. Todo vive intensamente dentro de mí, menos la música” Federico Mompou.

“Un pulso que recrea y enamora. Una música que representa como ninguna la voz del silencio. Un canto sin adornos, sin excesos, sin concesiones. Una armonía que busca con denuedo el “sentiment de puressa”, el “punt d’emoció” de las voces interiores… Así es la música de Federico Mompou (Barcelona 1893-1987), uno de los más grandes genios que ha dado la música española en el siglo XX”. Carlos Aganzo, El norte de Castilla.

Darío Marcos Ruiz de Domingo
RACHMANINOV

“Muchos pianistas necesitan mover mucho su cuerpo para conferir lirismo a sus interpretaciones; sin embargo, otros son como rocas delante de un piano, y a pesar de ello consiguen interpretaciones mucho más profundas y más líricas que los anteriores. Este es el caso de Rachmaninov y también de Arthur Rubinstein”. (Daniel Mateos Moreno, “El extraterrestre Sergei Vasilievich Rachmaninov”, en filomusica.com)

“Rachmaninov estaba hecho de acero y oro. Acero en los brazos, oro en su corazón. No puedo pensar nunca en esta existencia majestuosa sin lágrimas en los ojos, pues no sólo lo admiro como artista supremo, sino como ser humano”. Palabras de Josef Hoffman en “In memory of Rachmaninov”.


Margarita Eva Rula Kaminska
A. SKRIABIN

 “Yo soy Dios”. A. Skriabin.

“Introdujo un sistema de armonía revolucionario, totalmente desprovisto de los modos mayores o menores y de los signos representativos de la tonalidad. Anticipó las modalidades de pensamiento politonal y atonal. Impulsado por un refinado sentido del oído y una imaginación audaz, creó acordes que abrieron nuevas perspectivas. En su irrefrenable cromatismo, su música alcanzó los límites extremos del sistema tonal tradicional y señaló el camino hacia un uso más libre de los doce sonidos”.  Eduardo Rodríguez Carrasco, en su blog “Literatura e interpretación del piano”.

Julia Osca nos contó en el concierto didáctico que Skriabin poseía sinestesia. Oía los colores. Su ambición era relacionar los tonos con el espectro cromático. Parte de su música estaba compuesta para ser ejecutada en un “órgano de color” que debía proyectar sobre la pantalla colores sincronizados con la música.

“Una expresión sincera de un genio”. Tolstoi (hablando de la música de Skriabin).
De Izda. a drcha.: Andrés, Margarita, Eduardo, Darío, Pablo y Marina

martes, 2 de julio de 2013

Concierto de Intercambio “Móstoles en Alcañiz”


En casi todos los Conservatorios hay una Orquesta Sinfónica, agrupaciones de viento, grupos de cámara… Lo que es difícil de encontrar es una buena Orquesta de Enseñanzas Elementales como la Orquesta de Cuerda del Rodolfo Halffter, una de las más antiguas de España y una de las pocas (si no es la única) que se ha mantenido viva desde el principio, sin dejar de sonar ni un solo curso.


El mérito es de Lola (María Dolores Encina Guzmán), que está a cargo de esta Orquesta de Grado Elemental desde que ella misma propuso su fundación en 1989. Cada año, Lola se despide de unos cuantos niños que cambian de orquesta tras pasar de grado y, cada año, recibe a otros recién llegados, tan entusiastas como inexpertos. Entrar en su agrupación es un caramelo para los estudiantes; una vez en ella, hay que conseguir que la orquesta se aclare la garganta y cante con una bonita y afinada voz. Así pues, vuelta a empezar. Cada curso, de nuevo, Lola lo orquesta todo para que los que saben cómo son las cosas “apadrinen” al nuevo compañero de atril y, todos juntos, hagan buena música en el próximo concierto.

Supongo que son esos lazos de atril –bien atados por Lola– los que logran que esta orquesta tenga… personalidad. Hay un alma bajo cuerda. Cuando sus músicos tocan, no sólo nos muestran su música, muestran su buena actitud, su disciplina, su compañerismo, su alegría de alegrar al auditorio, su satisfacción del trabajo bien hecho… ¿No es sorprendente que un grupo tan vivo, tan múltiple, tan cambiante, tenga identidad?  La identidad no nos extraña en las personas. El otro día encontré una foto de cuando era niña. Las manos de un adulto que había fuera del plano (supongo que mi padre) me aguantaban por las axilas, porque yo aún no me mantenía de pie. Ya he cumplido cincuenta años; sin embargo, no dudé en ningún momento de que la vieja del espejo y la criatura con chupete del retrato fueran idénticas, porque exclamé enseguida, muy contenta: “¡Soy yo!”. Pues bien, creo que a la orquesta de Lola le pasa algo parecido: puede reconocerse a sí misma más allá de los cambios. Cada cuatro años, salvo Lola, algún pianista y algún violín añorante, las caras de la foto son distintas; sin embargo, cualquier alumno que haya tocado en esa orquesta verá las imágenes del concierto de intercambio en Alcañiz y, aunque hayan pasado más de veinte años, gritará, muy feliz: “¡Somos nosotros!”

“Somos nosotros”. Foto: Carmen Montalbán.
Ahora que lo pienso, puede que esa identidad también se deba, en parte, al viaje anual que realiza la orquesta, que ya ha intercambiado conciertos (en casa y fuera) con los conservatorios de Getxto, Ponteareas, Majadahonda, Mérida, Lliria, Jaén, Puertollano… Este año, los niños, han viajado a Alcañiz… Y los padres, tras ellos, un poco aparte, siempre a otro hotel, para hacer que se sientan profesionales, pero saliendo del escondite para disfrutar y aplaudir su concierto.  

El reto siempre es grande, porque Lola no suele conformarse con repetir el programa de Navidad, sino que reserva para la ocasión alguna “obra estrella”; casi siempre, un estreno mundial. Interpretar una pieza que no ha sido oída por nadie más que por sus autores o (en caso de haber habido preestreno) por unos cuantos invitados “en casa” es otro de esos lazos de identidad que dije: un reto para Lola y un aliciente para los niños durante todo el año. Saben que esa partitura que el compositor les ha regalado esconde mucha belleza y que ellos son los primeros que la van a sacar del papel, para que la música vuele libremente a los oídos del mundo.


Este año, en Alcañiz, han vuelto lograr el éxito. Han estrenado dos piezas por falta de una, y han sonado de maravilla. La primera, Caramelo vals, de Álvaro Alvarado (antiguo violín de la orquesta), es muy breve, dulce y exquisita como un caramelo de miel. No es sencilla, al revés: la delicadeza con que ha sido compuesta exige ser interpretada tras muchos y muy concienzudos ensayos y bajo una dirección tan experta como la de María Dolores Encina.

El otro estreno, Tres maneras distintas de caminar, de Pablo J. Berlanga, es una obra en tres movimientos (con piano a cuatro manos) que ha obligado a esta joven orquesta de cuerda a ampliarse con flautas y clarinetes. El resultado es precioso. La obra es tan alegre como evocadora: una de las más hermosas de Berlanga que he oído. Dulce en algunos momentos; animada y bailable en otros; elegante siempre… Una belleza.

En fin, que ambos estrenos (y el concierto en general) obtuvieron un éxito aún mayor que en el preestreno, en Móstoles (en el Concierto Intercambio con el Conservatorio de Jaén del que ya hablé). El público de Alcañiz se mostró extrañado de oír un programa tan bonito y bien interpretado en una orquesta de Grado Elemental, pero ellos triunfaron también, ¡por supuesto! 
Nuria Gañet, Jorge Ariza, Mateo Lorente, Mar Albalat y María Dolores Encina

La agrupación que acogió al Conservatorio de Móstoles fue la Banda Sinfónica de Enseñanzas Profesionales del CPM “José Peris Lacasa”. Nos abrieron las puertas de su Teatro Municipal (un teatro precioso y recogido, como de chocolate en un cuento de hadas), y se pusieron al frente del programa en la segunda parte del concierto. Bajo la dirección de Jorge Ariza Moreno, su viento me pareció poderoso, espléndido. ¡Qué hermoso y rotundo sonido!

Recuerdo las palabras de Mateo Lorente, el director del Rodolfo Halffter, aplaudiendo el esfuerzo de las Instituciones por mantener, en los tiempos que corren, las enseñanzas públicas no obligatorias, como la música. Tras invitar a la banda del José Peris Lacasa a tocar en Móstoles el curso próximo, valoró el hecho de que el Conservatorio de Alcañiz sirve a una población comarcal de unas 30 mil personas (muchas menos que el de Móstoles). Yo puntualizo: las enseñanzas públicas de Música no son obligatorias, vale, pero no son obligatorias para quien no vaya a realizar Estudios Superiores de Música; en caso de que sí quiera uno ser músico, los conservatorios Profesionales se convierten en obligatorios y necesarios… Para ser sincera, creo que lo son de todas formas; incluso aunque decidas hacerte fontanero.

En fin, que viajar con una orquesta es una bonita manera de ver y escuchar el mundo; y más bonita aún si el pueblo es tan histórico y acogedor como Alcañiz.

…Ya sólo falta –perdónenme la fantasía–, que una institución del estilo del Instituto Cervantes, que tanto ha hecho por extender el español en el extranjero, la invite a tocar en su sede de Nueva York, Alejandría, Brasilia o El Cairo, para extender, también, de paso, el lenguaje universal de su música y de su entusiasmo…
“Móstoles en Alcañiz”. Foto: Carmen Montalbán

Un sueño muy bonito para esos jóvenes músicos, sí… y, si siguen trabajando así, no tan descabellado.
Ver más: Los conciertos del curso 2012 / 2013