Quiero darles las gracias a los chicos y chicas de
Secundaria del Pequeño príncipe de Leganés
por la deliciosa tarde que pasé el día 14 en su colegio, compartiendo
impresiones de “Estás en la luna”.
El entusiasmo con que habían leído mi obra y el
disfrute que han sacado de ella me levantó el ánimo. Es una suerte encontrar
lectores de los que no se limitan a leer el libro, sino que “lo viven”. Cuando
ocurre esto, vale la pena el esfuerzo de la maratón que corremos a diario las
escritoras para sacar en claro algunas líneas… con o sin zapatillas coloradas.
Los alumnos y alumnas del Pequeño príncipe habían viajado al desierto con Baraka y con su
abuela; alguno, incluso, había estado en la luna una temporadita… eso se nota.
Y después (también noté eso) se habían esforzado en buscar aquello que les
impresionó (cada cual, con su propia película; según esa mirada personal que
permite que unos y otros hagamos de la misma obra lecturas tan distintas).
Habían entresacado frases (como hago yo, a veces, en este blog); habían
asociado ideas y habían relacionado conocimientos con los aprendidos en otras ocasiones,
en otros libros, en otras disciplinas…
En fin que –como digo en “Estás en la luna” –, tras permitirle al corazón que se
emocione con lo que encuentra en el baúl literario, habían asomado la cabeza…
Es un hermoso modo de aprender. ¿Que por qué? Porque mis jóvenes lectores no
sólo han disfrutado de la historia, sino de la investigación posterior. Eso
es lo que me pareció más sorprendente: que también en la fase racional y
analítica había hecho aparición el entusiasmo. La letra no ha entrado con
sangre; al revés: es la literatura la que ha entrado en sus venas… dulce y alegremente.
No creo que esto se hubiera podido conseguir sin la
vocación de Mari Ángeles Laiz, la profesora de literatura de los cuatro cursos.
Yo no la conocí hasta esa misma tarde; sin embargo, intuyo que ha conducido el
estudio de sus alumnos con una sutileza eficacísima. No les ha hecho estudiar
un tratado de literatura comparada para que memoricen conclusiones, sino que ha
logrado que ellos las descubran. ¿Hay viajeros más apasionados que los exploradores?
Así es como nacen muchas vocaciones.
Estoy contenta. Algo que yo escribí se ha quedado con
mis lectores del Pequeño Príncipe,
que lo llevarán siempre adonde vayan –como una maletita de cartón… pero sin que
les pese–. La literatura (bien lo saben ellos) no es simple equipaje.