miércoles, 19 de octubre de 2011

Lo que puedes encontrar EN LA TIERRA DE LOS SUEÑOS

Desde que entré en el libro El amor de una mujer generosa, de Alice Munro, he oído varias veces por la radio “En la tierra de los sueños”, un tema musical del dúo vasco La dama se esconde (Nacho F. Goberna e Ignacio Valencia), que yo solía escuchar en los años 80. En él, un hombre enamorado desea que la media sombra que le falta se encuentre esta noche con él; aun cuando el encuentro en sí sea una ficción, una fantasía, un sueño.

Bifurcaciones I”. Foto: Carmen Montalbán
No me pregunten por qué (que ya me lo pregunto yo solita), pero esa canción ha logrado asociarse en mi mente con este libro, en el que aún sigo zambullida. ¿Relaciono, acaso, su letra con los cuentos de Alice Munro porque muchas de sus protagonistas viven recluidas en un mundo de sueños?; ¿o porque tanto el tema musical como los relatos hablan del secreto (temor, culpa o deseo) que ocultamos, muy adentro, las personas?
No sé. Dudo que las guitarras acústicas y las percusiones electrónicas de La dama se esconde tengan que ver demasiado con un mundo literario tan sutil y elaborado como el de la escritora canadiense, pero tampoco creo que sea casual que estos últimos días tararear el estribillo de La dama Encuéntrame esta noche en la tierra de los sueños me ha impulsado a hojear de nuevo el libro de Alice Munro… y viceversa. He releído cantando. He trascrito la letra de esa canción en el mismo cuaderno en que anoté las frases que le tomé prestadas a la autora de los cuentos para que mi comentario sonara como su voz; y en otros muchos cuadernos más. Escrita en una simple servilleta de papel que, al final doblo como un barquito, esa letra levanta ondas en mi corazón, aunque no sea ninguna obra de arte. La he garabateado también en hojas sueltas, junto a otras obsesiones mías de esta temporada (como si consigo iniciar la semana no fumando ─ “L no F”: el lunes, no fumo─; o si, por el contrario, la empiezo tal como acabó, con el cigarrillo en la boca (L F después de un Domingo XXF; es decir, desisto de dejarlo). Si les menciono estas absurdas notas mías es porque, a veces, la mente de una llega a un punto de conexiones tal, que ella sola abre puertas entre unos mundos y otros, como ocurre en los sueños, en el arte, en la literatura, en lo kafkiano...
Puesta a asociar ideas y a buscar figuras escondidas, también “Kafka en la orilla” me viene a la cabeza, por supuesto. Si no lo entendí mal, el autor, Murakami, propone buscar la tierra de los sueños, atravesando mares interiores, para reencontrarnos con nosotros mismos, ¿lo recuerdan?

 Universo imaginario”. Foto: Carmen Montalbán
¿Cómo van a olvidarlo? Les torturé con cinco entradas en mi blog el año pasado, poco tiempo después de escaparme a esa espléndida novela, en cuya orilla todavía floto como un náufrago. Si las visitan luego (Tramas tramadas en “Kafka en la orilla”; Los míticos mitos de “Kafka en la orilla”; La biblioteca conmemorativa “Murakami”; Ecos de “Kafka en la orilla”: música y películas, y Citas literarias de “Kafka en la orilla” ), verán que registré en el cajón de las cosas inolvidables y les hice una lista de los detalles que podría utilizar mi inconsciente para reinventarme a mí misma; un recuento de las reliquias que he ido encontrando bajo la arena a lo largo de mi vida y que, por tanto, también podrían encontrarme a mí, en el caso de que me extraviase más allá de las lindes de la conciencia. Pero la lista no está cerrada (¡Estaría yo muerta!) y hoy la amplío, por el gusto de ampliarla. Si entrase en coma como el protagonista que pierde su propio rastro en un bosque de senderos bifurcados, pónganme esta canción, entre otras; léanme estos dos libros, entre otros, y enciendan un cigarrillo a un palmo de mi nariz (igual da rubio que negro)…, que saldré para fumármelo.
Entre tanto mientras me escondo en mi propio misterio yo también, les dejo, letra por letra, con permiso de La dama, En la tierra de los sueños; por si a ustedes les fascina tanto como a mí el hecho de que la literatura y la música se nos cuelen en el corazón, como el viento por las rendijas, y nos graben a cincel, en el cerebro, ideas capaces de conformar tan dispares y tan ricos universos imaginarios.




Bifurcaciones II”. Foto: Carmen Montalbán

La dama se esconde… “En la tierra de los sueños” (letra)

Si yo pudiera estar esta noche contigo
una hora más…
Si yo pudiera soñar y decirte al oído
un deseo secreto…

Encuéntrame esta noche en la tierra de los sueños.

Si yo pudiera estar esta noche contigo
y verte al despertar…
Si yo pudiera gritar y mirarte sin miedo
al sentirte tan cerca…

Si yo… si yo…
Si yo… si yo…
Si yo… si yo pudiera…

Encuéntrame esta noche en la tierra de los sueños.
Encuéntrame esta noche.

Si yo pudiera estar esta noche contigo
una hora más…
Si yo pudiera soñar y decirte al oído
un deseo secreto…

Si yo… si yo…
Si yo… si yo…
Si yo… si yo pudiera…

Encuéntrame esta noche en la tierra de los sueños.
Encuéntrame esta noche.
Encuéntrame esta noche en la tierra de los sueños.
Encuéntrame esta noche.

Si yo… si yo…
Si yo… si yo…
Si yo… si yo pudiera…

Ah, ah, ah… en la tierra de los sueños…

sábado, 1 de octubre de 2011

“El amor de una mujer generosa”, Alice Munro

“Durante todo el tiempo en que fui una joven esposa, y más tarde, aunque no mucho más tarde, mientras fui una joven madre  ocupada, fiel, satisfecha con regularidad─, siempre tuve sueños, de cuando en cuando, en los que el asalto, la reacción, las posibilidades, iban más allá que cualquier cosa que ofreciera la vida. Y en los que el romanticismo quedaba borrado del mapa. También la decencia. Nuestra cama la del señor Gorrie y la mía era la playa de grava o la tosca cubierta de barco o los ásperos rollos de cabos grasientos”.
“El amor de una mujer generosa”, Alice Munro. (Fragmento del relato “La isla de Cortés”).
“El amor de una mujer generosa” es un libro de ocho cuentos; cada uno de ellos, una sutil obra maestra acerca de las relaciones humanas. Considerada como la Chéjov canadiense, su autora, Alice Munro (Ontario 1932) constituyó la base del realismo moderno. Además de este libro de relatos, es autora de obras como “Las lunas de Júpiter”, “El progreso del amor”, “Amistad de juventud”, “Secreto a voces”, “Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio”, “Escapada”, “La vista desde Castle Rock” y “Demasiada felicidad”.

Muchas son las religiones e ideologías que han menospreciado a la mujer a lo largo de la historia. Recuerdo, por ejemplo, un cartel que circuló por Facebook hace algunas semanas, con citas de pensadores de la iglesia Católica que, desde distintas épocas, venían a decir lo mismo: que las mujeres no somos personas, sino sombras y objetos de quienes sí lo son: los hombres. ¡Vaya por dios! ¡Sí eran listos! Estaba yo leyendo aquellas venenosas frases célebres con que nos apartaron del camino, el día que un amigo llamó a mi puerta con un regalo. Te he comprado El amor de una mujer generosa”, me dijo. Es un libro de relatos de una mujer, Alice Munro. Rasgué el envoltorio con la punta de los dedos, como si hubiera que desenmarañarlo de un alambre de espino; porque, aunque seguía indignada contra el machismo, presentía que iba a encontrar feminismo explícito en un libro de ficción, y no soporto esa idea. Pero me equivoqué. Que Alice Munro me perdone el prejuicio. “El amor de una mujer generosa” es, lisa y llanamente, literatura; una hermosa invención donde el alma puede cambiar de aires.

COTO PRIVADO

En cuanto abro el libro, me veo rodeada de bancos de nieve y caléndulas de pantano. La cubierta es como una escotilla por la que puedo entrar en Canadá, a reparar mis naves. En cada relato, un nuevo alojamiento: una choza majestuosa con luces de jungla; un oscuro cuarto de alquiler; un bosque incendiado; un bungaló con cortinas de tela de saco; una cabaña frente a un maizal; una caravana; un sueño angustioso; una granja decrépita que, más que alzarse, se hunde en un mar de yerbajos…

Y, en cuanto a la geografía humana, los personajes en los que me interno no se encuentran en mejor estado. Cada corazón de cada protagonista es una trampa mortal que me empuja, entre curvas cerradas y caudalosas, por historias cargadas de hielo; pero, eso sí, todas ellas con un considerable interés personal que acaba convertido en interés humano. Porque el paisaje más deslumbrante de este libro es el panorama de los ojos humanos y lo que se oculta tras ellos: las personas; con la particularidad de que Alice Munro ─al contrario que los de arriba─ sí ve personas en las mujeres. En sus relatos, también hay hombres, claro, en sus relevantes papeles de siempre; eso no supone ninguna sorpresa. Lo que sí me resulta chocante es la eficacia de los personajes femeninos, que ─aunque más humildes─ andan por el libro con todos sus riesgos, amores y dramas. La autora les sigue el rastro y va cazando su alma en cada página. Y es que, al igual que en el caso de los hombres, hay mujeres de todos los pelajes. Son personas; por tanto, no verás a ninguna perfecta. La vida es, para todas, una sucesión de exámenes que no siempre terminan aprobando. Ya sabes: nuestra ineptitud está, muy a menudo, a la altura de nuestras metas. Pero, aunque no poseamos un destino maravilloso (como, en su mayoría, no lo poseen los hombres), lo que importa es que vamos encajando golpes, sin tirar la toalla.

Una cosa sí vence a las mujeres-Munro: el amor (familia y sexo), pero no esperes dramones sensibleros ni tonterías románticas. Todas ellas sean las sumisas o las salvajes como gatas de granja tienen fuerza suficiente para arrastrarte dentro de las órbitas de sus camas. Yo, desde que tropecé con su intimidad, llevo despierta tres noches seguidas. Ligada como estoy al poderoso hechizo de la obra, respiro a través de sus mantas como a través de la red de un pescador, pero sabiendo que lo que sueño nunca se contará: coto privado. Esa intimidad es la clave; la respuesta a la pregunta del millón: ¿Por qué, siendo sus ocho historias tan distintas, yo presiento unidad en este libro? Porque un único tema engarza en un mismo collar estos ocho relatos y les otorga una nueva dimensión: los misterios de la naturaleza humana. 

De eso se trata: de que todos los personajes saben algo que deben callar a fin de que su mundo sea habitable. En “El amor de una mujer generosa”, tres chicos habrían podido jactarse de encontrar un cadáver en el río, pero mantienen la boca cerrada. Y algo parecido ocurre en  “Yakarta”, en “La Isla de Cortés”, en “Salvo el segador”, en “Las niñas se quedan”, en “Asquerosamente rica”, en “Antes del cambio” y en El sueño de mi madre”. No hay excepción: todos los personajes ocultan algún muerto en el estanque helado del corazón. Sólo un cataclismo interno que rompa su corazón hará que ellos rompan su silencio y sus secretos salgan a la luz: la mala sangre que crea una enfermedad sin esperanza; los problemas de la vejez (morir y haber vivido); un incendio; una pesadilla; una rabia implacable; una huida hacia delante, cuando mirar atrás, como hizo Orfeo, es anudarnos una soga al cuello; una decepción amorosa; un ataque de apoplejía; un ataque cardíaco; un ataque de nervios…

Esbozo una sonrisa de piedad cuando una paradoja se ilumina ante mis ojos como una estela de humo: el terrible conflicto común de estos personajes es que viven en historias que ─si de ellos dependiera─, no se habrían contado. Descubrirlo es para mí una conmoción. ¿Puede una persona inventar algo tan diabólico; algo que va en contra de la voluntad de sus propias criaturas? La respuesta es sí: la autora. Con su pura fantasía y menos ingenuidad de la que parece (en realidad, lo tiene todo calculado), Alice Munro saca a la luz estas ocho historias definitivas que sus protagonistas ocultaban. Es su mente la que oscila bajo la superficie del agua; recorriendo los valles de fallas que somos las personas, sin dejarse engañar por nuestra aparente entereza. No se le pone nada por delante, ya que actúa por generosidad; como aquella que delata por amor al criminal, para que pague sus culpas y no se sienta tan mal por dentro. Entra por el escalón trasero en nuestros cuartos oscuros y revela la imagen que se interponía entre el mundo y tú; entre el mundo y yo. Ah!, ¡menos mal!: así nos libera de hurgar en nuestras sartas de desastres; bastante tenemos con lo que tenemos. Ella se ocupa. Abriendo espacios entre sus palabras, hace que nuestros misterios salgan a flote más sosegados, más llevaderos; como reliquias bajo la arena. Ojalá pudiera agradecerle el detalle. No hay más que mirar las hojas estrujadas de mi papelera para saber que no es tarea fácil; es una furiosa hazaña de expresión personal que podría acabar haciéndola caer a ella en el gélido río que nos ahoga.

Hoy, después de tantos días robando tiempo de donde sea para estar dentro de su libro (como un fantasma engendrado por ella), me niego a cerrarlo. Aún no. Aún no. Aún no… Obviamente, es hora de que me marche. Me doblo por la cintura y abrazo sus relatos como si quisiera guardarlos en mi estantería íntima, para sacarlos más adelante. De reojo, me veo reflejada en el cristal oscuro de la ventana, frente a los últimos coletazos de la puesta de sol. La lectura ha movido todo lo que siento y me ha convertido en un planeta en llamas. Esta vez, ha sido muy duro… y muy placentero. Con el ajetreo de tantas emociones, tengo el aspecto de haber agarrado un cable eléctrico. Hay juergas y juergas.

De regreso en mi propio ser, conecto el ordenador y observo las citas machistas de las que te hablé al principio como si fueran alucinaciones. Nos empujaron hacia un rincón ─igual que a gatas muertas─ hace años y años, y ahí están todavía, dando guerra. Lo peor que hicieron aquellos “sabios” (y otros) no fue tergiversar la realidad diciendo que las mujeres somos seres de segunda fila; sino conseguir que esa idea ponzoñosa se perpetuase y pusiera barreras hasta en nuestro interior. Su veneno entró en nuestra cabeza: ¿habrá que ponerse una cabeza nueva? Lo digo en serio. La solución se me ocurre leyendo la oración con que mi amiga Bea contesta en Facebook a la cizaña machista de aquellos santos varones. Ésta sí es una oración útil: puede convencerte de que ser una persona con todas las de la ley no tiene por qué estar a la greña con la condición femenina. Si la rezas frente al espejo, hasta que se sobrescriba en lo que ya habían grabado en tu mente, un buen día, te reflejas. ¿Dejar de ser invisible? Bonita cosa he dicho… ¡A que sí! Que Alice Munro me perdone el juicio; he usado sus palabras para hablar a las claras de una esperanza que su obra lleva sutilmente implícita. Es lo que tiene su literatura: me permite echar mano de la estantería con la que he reamueblado mi interior. 

LA ORACIÓN DE BEATRIZ


Por no estar hecha a imagen y semejanza de Dios, me siento persona.
Por no tener como función ser útil al hombre, me siento persona.
Por no ser sumisa ni atenerme sólo a la función de engendrar hijos, me siento persona.
Porque a pesar de que no me permiten enseñar enseño, me siento persona.
Porque satisfago mi propia lujuria, me siento persona.
Porque soy fuerte en el vicio y tengo un alma fuerte, me siento persona.
Porque soy el defecto más perfecto de la naturaleza, me siento persona.


Soy persona por encima de cualquier creencia, idea o pensamiento, y me siento bien.