martes, 19 de octubre de 2010

Ecos de "Kafka en la orilla": música y películas

La elección de la música que oímos es siempre algo tan personal, que arrimar alguna de su gusto al oído de alguien que está en coma resulta un buen recurso (una buena esperanza, por lo menos) para entrar en la mente bloqueada. La música es como el viento: puede filtrarse por las rendijas. Esa es la razón ─según la hipótesis que lanzo aquí─ de que en la cabeza de Kafka Tamura se oiga a veces Edelweiss, Oceam, Duke Ellington, los Beatles, Led Zeppelin, Radiohead, la voz escurridiza de Prince, el solo sin fin del saxo de John Coltrane, o ese piano con que McCoy Tyner habla del pasado siniestro de un personaje sin que Kafka Tamura sepa que su música le viene de tan cerca… de tan lejos.

La música que pongo hoy, aquí, tal vez pueda escucharla otro día, en otro mundo. Creo que ése es el caso de Kafka Tamura. Oye con la mente, y la mente experta no necesita fuentes de sonido; no necesita, a veces, ni sonidos siquiera para oír (ahora pienso en el caso de Beethoven, que fue más que capaz de componer sordo).

La Biblioteca Conmemorativa de “Kafka en la orilla” es, por eso, un lugar agradable al oído: porque, además de libros, acoge mucha música y silencio (todo aquello que suena o que no suena en la mente inconsciente del protagonista).

Además de Beethoven, en esta biblioteca se escucha la difícil sonata en Re mayor de Schubert, cuyo piano parece intentarnos hablar (con su celestial redundancia) de las limitaciones de la vida humana. Se conmemora, también a Puccini (“La Bohème" presta el nombre a la gata Mimí), a Berlioz y a Haydn (un músico humilde y afable que, según parece, tenía en su interior, al mismo tiempo, silenciosas tinieblas)...

Finalmente, en este libro-discoteca-conmemorativa, se oye “Kafka en la orilla del mar”, la dulce y críptica canción de amor que una chica de quince años que no envejece nunca compuso hace cuarenta. Ésta sí puede ser una canción compuesta enteramente aquí, en la biblioteca, con los elementos sonoros y poéticos que vengo citanto. Se trata de una canción llena de símbolos (como la poesía japonesa y como el alma de Nakata); de puertas que hay que abrir y que cerrar y de peces que caen del cielo.

Y, del mismo modo en que (según mi hipótesis) el protagonista oye porque oyó, también (es otra hipótesis) ve porque antes había mirado. Aquellos cuadros y aquellas fotos y películas de su “otra vida” han venido con él al museo, a la exposición, al cine conmemorativo que hay en este libro.

El protagonista se inventa a sí mismo escapando de casa, quizás, porque eso hacía el protagonista de “Los adultos no me comprenden”, una película que vio en Primaria. En su “escapada”, se encuentra a personajes parecidos a los del cine en blanco y negro de Truffaut. Mirándolo a él, puede venirnos a la mente el chico que hace las mil y una en “Los cuatrocientos golpes”. También “Sonrisas y lágrimas” le deja hipnotizado. Viaja con él hasta el otro lado del abismo, a través de una montaña similar a un bol de arroz (adonde fueron a coger setas los niños y la maestra de la trama-marco de “Kafka en la orilla”) que puede conmemorar, quizás, la montaña a la que fueron de excursión los niños y la institutriz de esa película que ya, alguna vez, debía de haber visto…

Pero, en fin, todo esto de la música y las películas que llevamos grabadas dentro puede ser simplemente una idea escapada de alguna
cita literaria de las muchas que trae el subconsciente para formar con ellas su propio ideario. Se me ocurren, de pronto, dos versos que he sentido en este libro, aunque no los haya leído aquí, sino en un breve poema que el monje zen Daido Ichi’i escribió antes de morir: “La música del no ser / llena el vacío […]”

sábado, 16 de octubre de 2010

CITAS LITERARIAS DE “KAFKA EN LA ORILLA”

Cinco días llevo instalada ya en “Kafka en la orilla”, de Haruki Murakami. Al igual que su protagonista, voy extrayendo citas de aquí y de allá, a ver si me fabrico un mundo de ideas propias. Murakami me da el trabajo hecho. Es curioso que no cite textualmente a autores japoneses (quizás a propósito, para hacer ver su ausencia; o, quizás, porque es su ESENCIA lo que sí está muy presente en el alma sin letras de Nakata). No obstante, sólo con los autores que entrecomilla Murakami en este libro, me bastará hoy, a mí, para llenar mi blog de recortes literarios. Aquí enumero algunas de sus citas:

● “Mi alma está llena de escorpiones”, William Shakespeare, Macbeth.
● “En los sueños comienza la responsabilidad”, William Butler Yeats.

● “Todas las cosas de este mundo son una metáfora”, Goethe.
● “El puro presente no es sino el fugitivo progreso del pasado royendo el futuro”, Henri Bergson, Materia y memoria.
● “Si terminas tu vida sin haber leído a Hamlet, es como si la hubieras pasado dentro de una mina de carbón”, Hector Berlioz.

● “Si en un relato sale una pistola, ¿hay que dispararla?”, Antón Chéjov.

● “La felicidad es una alegoría; la desdicha, una historia”, León Tolstói.

● “Mis manos dejarán encarnado el multitudinario mar, haciendo rojo el verde”… otra vez, Macbeth

Y, ahora (ésta sí la recorto yo misma), añadiré aquí una cita del propio Murakami, aunque en “Kafka en la orilla” hay muchísimas perlas más:● “A veces, el destino se parece a una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar”.

Con todas estas citas, el protagonista de “Kafka en la orilla” podrá crear su universo de ideas propias. Buena música, unas cuantas imágenes, y asumir estas citas, tras pensar en ellas: eso es suficiente para reinventarse. Siempre y cuando, antes, claro, para poder cerrar
el círculo, se haya construido (sirviéndose de mitos y de símbolos) las dentadas ruedas del pensamiento mismo… Otro día jugaremos a ese juego. Mil perdones; pero, hoy por hoy, cierro el libro.
¡Alucinante!, ¡ya me dirás! Yo ya lo he leído (He tenido que leerlo, ahí está la gracia); pero, si empiezo a dar pormenores tan pronto, la cosa se alargará demasiado, y tengo sueño. Cerraré los ojos a ver si cruzo yo también el mar interior; compruebo el estado de mi biblioteca particular; avanzo un poco más en el asunto de los mitos y los símbolos, y me los imagino. No es que quiera imaginármelos, es que sé que no lo podré evitar.

Mar interior”. Foto: Carmen Montalbán

Murakami me ha dejado la impresión de que estoy a punto de ponerme a escribir algo sobre todo ese entramado de “Kafka en la orilla”… ¿O es eso, quizás, lo que acabo de hacer… lo que ya vengo haciendo desde hace cinco días? ¡Mira que…! Es que yo, a la que empiezo a hablar de círculos y de frases como ésa de que “una vez que se ha abierto algo, es necesario volver a cerrarlo”, me dejo llevar por el entusiasmo, y cierro.

viernes, 1 de octubre de 2010

EL COLOR, LA PINTURA Y LA FOTOGRAFÍA

A inicios del verano hablé del fin de curso musical de mi familia, pero no “clausuré” todavía ─aquí─ mi primer curso de pintura, recién acabado también por aquellos días. Durante la última quincena de junio, participé en la primera y única exposición colectiva en que he participado. Junto a los demás alumnos de pintura y restauración del Centro Cultural de Campamento, exhibí mis dos últimos trabajos: una copia a pastel del óleo de la brasileña Tarsila do Amaral, “El pescador”, y una obra propia, pastel también, basada en un viejo retrato campestre de mi familia. Para una principiante como yo, rematar el curso así fue una extraña experiencia. Me sentí como esa niña que hubiera escrito su primer cuento en una página de su diario y se oyera a sí misma declamándolo en un teatro.


Autorretrato en la exposición”, Carmen Montalbán

No obstante ─aunque únicamente lo había utilizado en la intimidad─, yo tenía ya un caballete en casa desde hace años. Llevaba mucho tiempo sin usarlo, pero hubo una época en mi vida en que sí lo traía y lo llevaba del balcón a la ventana, de la ventana al balcón. Llenar mis horas libres ─entonces las tenía─ era llenar de pintura los rincones, sin dejar ninguno. Abrazaba las láminas de mis grandes maestros y me iba de puntillas por la casa, transformada en una ladrona de matices. El dibujo nunca se me dio muy bien, pero tengo sentido del color. Los tonos ácidos del Greco me llevaban, casi, a la levitación. Creo que fue la visión de sus cuadros lo que me manchó con goterones místicos; pues, arrobada ante ellos, siempre me llevaba la paleta al pecho. También me dejaba enardecer en seguida por los contrastes con que denuncia Oswaldo Guayasamín. Fuerza y ternura = desgarro. A Franz Marc le debo la pureza primitiva que me he apropiado ─como una cuatrera─ persiguiendo a sus caballos azules y a sus vacas verdes, rojas, amarillas… Y, con esta particular cleptomanía (soy muy capaz de desplumar al arco iris), ¿cómo no se me van a ir los ojos detrás de la abstracción lírica de Kandinsky? Hasta en sueños he invadido esa calle que él pintó, convertida en salteadora del camino anaranjado.


Negrita”, Oswaldo Guayasamín; “Murnau Street with women”, Wassily Kandinsky; “El pescador”, Tarsila do Amaral; “Casa”, Edward Hopper


En fin, que en los tiempos del caballete, la trementina me disolvía en mí misma, ensimismada. Por aquellos entonces, mis horas volaban y hasta olían a aguarrás mis cuadernos de notas. ¿Un párrafo?: un tornasol. Aquellas noches, que aún conservo pintadas en la frente, cuando me ponía a leer o a escribir, seguía pensando en colores. Si usaba alguna que otra frase verde, era porque mezclaba azules y amarillas.

Es ese placer colorista el que me impulsó a apuntarme al curso del que hablo; ese placer y el deseo de enmarcar mis ensayos y errores dentro de algún asomo de técnica. Tenía un buen profesor:
Alfredo Virgüez, artista colombiano afincado en España que realiza su doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Ha expuesto su obra en el Museo de la Ciudad de Madrid, en la Feria Internacional de Arte de Vigo, en la Sala KUXA, de San Sebastián, en la Academia de Bellas Artes de Cataluña…


“LIV-1216”, Primer Premio Fundación Valparaíso 2005, Alfredo Virgüez

Además de buen pintor, es buen maestro. Su experiencia didáctica en universidades, colegios y centros culturales consigue que sus clases resulten provechosas, a la vez, para alumnos de niveles muy distintos. Se plantaba frente a cada cuadro, daba un paso atrás, entornaba los ojos, y soltaba un precioso consejo. Más luz aquí, más sombra allá, trazos más firmes por este lado… Un golpecito suyo con la tiza en los ojos de un retrato lograba, de inmediato, que el cuadro te mirase…

Pero con Alfredo Virgüez no hablé únicamente de pintura: además, hablé de fotografía, pues también es un creativo en este campo. Una cosa que me ha dado mucho que pensar es que haya mirado yo tantas fotografías durante un curso de plástica; y no sól
o para ayudarme a encajar el dibujo ─en lo que, ya digo, soy bastante torpe─. Después, me limitaba a pintar ─o a intentarlo─ lo que estaba fotografiado; y supongo yo que eso ─para el arte de la pintura─ tiene el mismo mérito que el que tiene ─para el de la fotografía─ hacer clic frente a “Las Meninas”. Los pintores hiperrealistas, al menos, saben fotografiar con la mirada y dejan asomar en sus paisajes la sobra de sus almas de pintor. Yo, en cambio, no he aprendido a mirar con un pincel. Dibujé la casa de Hopper; la recorté y, en lugar de sus cielos, le puse detrás una fotografía de nubes tormentosas. También convertí en collage a la negrita de Guayasamín. Abrí la ventana que tiene a la espalda a las flores silvestres que fotografié en Extremadura. Si alguna vez he creado alguna imagen (aparte, claro, de la imagen literaria) no ha sido con pincel, sino con cámara. Retocando fotografías, para pintar después un cuadro-foto, lo que he creado es alguna foto-cuadro.


Retrato” y “Calle extremeña”, Carmen Montalbán

En fin, que, hoy por hoy, disfruto más con la cámara que con la tiza o con el pastel. La pintora es la luz, yo la dirijo: la coloreo, la acentúo, le abro la puerta o le corto el paso… Ahí es donde encuentro ahora el placer que me ha movido este año a dejarles la pintura y el dibujo a los que tienen ese talento (Alfredo Virgüez, Gusti, Pilar Millán o Alejandro Suárez Antonovitch…) y a apuntarme al curso de fotografía del Centro Cultural… ese placer y el deseo de enmarcar mis ensayos y errores dentro de algún asomo de técnica. Ahora serán los buenos fotógrafos (Andy Sotiriou, José Manuel Soto…) quienes tendrán que perdonar mi intromisión.

¿Cómo saldrá la aventura de la escritora fotógrafa? Ya lo veré… Ya lo leerán.